lunes, 30 de septiembre de 2013

Berserkerismo y metamorfosis

He añadido un nuevo punto al ensayo del Tótem del Lobo.

Lo comunico por aquí para no afear el texto repartiéndolo en dos publicaciones. Lo que he hecho ha sido editar directamente la entrada original e incluir al final del todo el punto de Berserkerismo y metamorfosis, complementario en relación a la parte ritualística y que comporta una conclusión muy necesaria para mi discurso.

¡Un saludo!

El advenimiento del Cuarto Thane

El salón está en silencio,
deja de oírse la fragua;
suena un trueno.
Estalla luego el incendio,
sangre lloviendo como agua;
¡desenfreno!

Y así el tercer thane muere
y al cuarto le cede el trono,
derrotado.
Una maldición profiere
cantándola en alto tono:
¡EXILIADO!

—Autor desconocido. Traducido y adaptado por Vanargand Lobogrís.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Tótem del Lobo

Los que amamos el folclore debemos garantizar que la tradición oral de nuestra cultura se preserva por medio de la canción, los cuentos populares, los refranes y la literatura.

A nosotros nos corresponde la labor de salvaguardar lo que es más sagrado y valioso de un pueblo, amén de la salud de sus gentes: su legado, su trasfondo y su raigambre; todo con el fin de que nuestros descendientes puedan hallar en el estudio del pasado las claves a los problemas a los que tendrán que plantar cara en el presente y en el futuro.

El Lobo, como espíritu de la naturaleza y salvador de los norn, nos brinda su sabiduría en la forma de rastros de pisadas en la nieve y de aullidos melifluos al anochecer. Depende de nuestros chamanes, de nuestros escaldos y de nuestros eruditos dotar de sentido y poder a esas marcas. Y eso es exactamente lo que yo me he propuesto hacer.

He recopilado todo lo que sé acerca del espíritu del Lobo en estas páginas. Y espero que tu comprensión sobre el Lobo y sobre el chamanismo norn aumente tras la lectura.

—Vanargand Lobogrís.

Simbología del Lobo

El Lobo es uno de los guías animales más prominentes de la cultura norn. Su espíritu nos enseña las lecciones de la lealtad y de la confianza en nuestros seres queridos, nos alienta a escuchar a nuestros instintos y a vivir en comunidad, en manada.

El Lobo es un depredador que nunca caza solo. Su manera de afrontar los obstáculos no radica en la fuerza, sino en la inteligencia y en la cooperación: los lobos no se lanzan a la carga contra sus enemigos ciegamente ni tampoco basan su poderío predatorio en el acecho; los lobos planifican y ejecutan estrategias grupales bajo el liderazgo de su alfa. Son aprendices consumados, muy observadores, que desarrollan tácticas flexibles; es esa astucia, cultivada mediante la educación en manada, la que los hace tan temibles.

Observando la conducta de los lobos uno aprecia enseguida su solidaridad: los lobos son seres gregarios que juegan juntos, emigran juntos y se defienden los unos a los otros. Los adultos nutren a las crías y cuidan de los enfermos aun a costa de su beneficio personal; los ancianos también tienen su lugar, encargándose de la vigilancia de los cachorros cuando los cazadores abandonan el cubil, y saben hacerse a un lado en el momento en el que su existencia lastra o hace peligrar la supervivencia del colectivo.

El Lobo nos habla de la abnegación, del sacrificio y de la entrega a los congéneres, una moraleja que ejemplificó a la perfección Braham Eirsson en su liza por salvar a los habitantes del Paraje de Roca de la Alianza Fundida. También promulga la adaptación ante el cambio: las manadas no tienen reparos en trasladarse a nuevos cotos de caza cuando la comida en su zona escasea. Sus sentidos agudizados, probablemente una de sus mejores bazas, nos animan a servirnos de nuestra intuición, de nuestras “entrañas”, a la hora de resolver los dilemas más perentorios que se presentan ante nosotros.

El componente intuitivo del lobo se pone de relieve en la acentuación de sus sentidos: el olfato, la vista y el oído de los lobos apenas tienen par en el mundo natural. Son rastreadores natos y por eso a menudo se los vincula con el ideal de la búsqueda de los sueños, como el de la libertad, de la gloria y de los deseos (sueños que, desde un punto de vista simbólico, tendrían su génesis en la misma médula de las pasiones). De ahí que otro de los puntos que destaque el Lobo sea el papel de las corazonadas: donde la razón más laberíntica, torcida y oscura no puede mediar, el corazón conoce la respuesta (no en balde, el co-razón es la víscera que co-mplementa y dota de significado a la razón).

A diferencia de los perros amaestrados a los que entrenan los humanos, los lobos no obedecen los designios caprichosos de nadie. Los adultos educan a las proles de la camada para convertirlas en cazadores; y a su vez, cuando ha llegado a la adultez, cada lobo decide si partir de la calidez del hogar para establecer su propia familia o si quedarse con sus parientes a fin de instruir a las nuevas generaciones. Es precisamente esa imagen indómita la que le da al lobo su reputación de independencia: el lobo encarna con fidelidad el carácter de la naturaleza salvaje que no ha sido domeñada; más aún por la comparación que puede hacerse con sus sucesores domésticos krytenses.

Los lobos son grandes comunicadores, naturalmente elocuentes y sensibles hacia las emociones de quienes los rodean, y no es de extrañar que entre las filas de sus adeptos no solo se encuentren cazadores, dueños de heredades, mercaderes y guardias; los chamanes y los escaldos cumplimos un rol fundamental en lo tocante al culto del Lobo. El lobo, como animal social, depende de la gesticulación facial y corporal para organizarse; está habituado, por tanto, a intercambiar información con los suyos. Incluso sus aullidos pueden figurarse como canciones: expresiones de melancolía por la pérdida de un hermano de manada, cantos de júbilo y hasta himnos étnicos.

La habilidad sin igual del lobo para pergeñar maniobras de caza, la potencia de sus sentidos primordiales y su destreza legendaria en las artes del lenguaje acotan el radio de influencia del Lobo a unos límites difíciles de imaginar. El compromiso con la manada, la devoción por el prójimo y la fiereza en la custodia de los suyos son algunos de los rasgos más admirables y paradigmáticos que personifica el tótem del Lobo.

Así pues, el espíritu del Lobo nos predica un mensaje muy simple: céntrate en tu familia y en tus amistades; colabora con ellos para alcanzar la gloria; transmite tus sentimientos y tu experiencia a otros; conságrate a la conservación de los tuyos; confía en la veracidad de tus impulsos y no desfallezcas buscando tu camino; fíate de tus instintos y aprende todo lo que puedas para soslayar las situaciones inesperadas con ingenio.

Misticismo del Lobo

En el árbol simbólico del Lobo se entroncan otras señales místicas que refuerzan su poder y su autoridad. Por ejemplo: la luna, objeto que simboliza la calma y, de algún modo en asociación con el lobo, también el romance imposible; los ojos del lobo cuentan con una cualidad única en tanto que desveladores de mentiras; la huella del lobo apela a nuestra voluntad para perseguir tenazmente nuestros deseos; la piel del lobo, vista como un fetiche entre los berserker, se utiliza para concitar la metamorfosis…

El favor del Lobo es comúnmente invocado cuando está en juego la vida de nuestros seres queridos; también es un guía efectivo a la hora de rastrear, bien sean objetivos simples como una presa en una cacería, u otros más magnos como lo son nuestros verdaderos anhelos. Esa es la característica que le da al Lobo su talante de libertario: siguiendo sus auspicios, el afamado pionero Romke llegó hasta aguas orrianas y, aunque lo aguardaba un destino ominoso, logró realizar su empresa de ver mundo. De ahí que la huella del lobo sea un vestigio depositario de la semilla de la libertad: advertir la planta del lobo impresa en la nieve cuando nos hemos perdido es un indicio de buena suerte; muy a menudo, sus pisadas son las pistas que nos marcan el trayecto a seguir.

La visión de los lobos ululando a la luna se contrapone a su imagen de ferocidad: bajo la radiación del astro de plata, el lobo se pronuncia artísticamente en la forma del canto. La luna es el signo astrológico que avala al Lobo y que multiplica sus energías; bajo su abrigo, los lobos cazan y viven. La luna, se podría decir, es un aspecto positivo para los lobos, un bastión cuya luz refleja el descanso, la iluminación y la bondad en la manada. Es, podríamos añadir desde una perspectiva metafórica, el espejo donde se proyectan las ansias del lobo; el disco blanco y cristalino donde ve espejada, según el mito, su alma. Si bien, en la mitología la primera luna llena de invierno o Luna del Lobo es el anuncio de una cacería, e indica que los lobos merodean por los páramos en pos de sustento.

Retomando esta estela, el canto del lobo, su aullido, es una de las melodías más bellas y estremecedoras que pueden oírse en la selva. Al igual que la luna, y en armonía y tensión simultáneas con esta, el aullido es otra de las enseñas mágicas del Lobo: es un grito que hace aflorar en sus oyentes los sentimientos más primigenios. Si hubiera que trazar una ruta al nacimiento de la música, yo apuntaría al canto de los lobos como su punto de partida. Ese torrente de emociones nítidas que fluyen por medio del aullido nos hace sintonizar con ese residuo latente, primitivo e incorrupto de nuestro lado animal.

En cuanto a los ojos del lobo, su conexión con el hallazgo de la verdad tiene unas raíces extensas que se remontan a la superstición: como animal comunicador, el lobo en la cacería debe producir mensajes sutiles que se vehiculan a través de la mirada. Los lobos son criaturas empáticas, acostumbrados a leerse los unos a los otros y a estudiarse hasta conocerse en profundidad. Un buen alfa sabe lo que sienten el resto de lobos de la manada con tan solo mirarlos a los ojos, de ahí que su mirada goce de tanta fuerza espiritual: los ojos del lobo consiguen penetran en lo más hondo de nuestro interior.

La piel del lobo disfruta de una notoriedad reseñable: bien es sabido que entre los norn es larga y dilatada la tradición teriantrópica; esa costumbre, que se ancla en un prolijo trasfondo animista, a día de hoy ha perdido gran parte de su carga ritual. Ponerse la piel del lobo, antaño, era una metáfora para la conversión; mas no consistía en un viaje únicamente corporal o estético, sino en una mudanza anímica al completo: transformándote en el Lobo no solo ganabas sus impresionantes dotes físicas, sino que compartías su espíritu, su forma de contemplar el mundo y su propósito primal.

Para terminar, la visión del lobo solitario constituye también un emblema en sí misma: el lobo solitario ilustra magistralmente la búsqueda de uno mismo y va en liga con el don para la indagación del Lobo. El lobo solitario es el blasón de muchos jóvenes que están forjando su devenir; se identifican, en este sentido, con el lobo, ya que, habiéndose desgastado los lazos familiares que los ataban, ahora reposa en sus hombros la obligación de formar una familia y de labrarse un porvenir en el mundo.
 
Atributos del Lobo

Los atributos que se afirman en el tótem del Lobo son múltiples y variados. No obstante, pese a lo arduo de la tarea, he realizado una selección de los ocho que considero críticos y en los que pienso que se solidifica la esencia del espíritu del Lobo:
  • La lealtad.
El lobo es un animal de manada: nace en la manada, se cría en ella, y aunque pueda separarse por un breve periodo de tiempo de sus semejantes con el fin de crear su propia manada, nunca se divorcia de los suyos hasta que le llega su última hora.

Solo aquellos que traicionan a la manada, que la descuidan o que la menoscaban pierden su título como miembros. Para ellos, el castigo oscila entre el desprecio y la hostilidad.

La lealtad férrea de Braham por el Paraje de Roca nos sirve aquí en calidad de modelo.
  • La compasión.
Los lobos tienen en alta estima los preceptos altruistas: velan por los miembros más débiles de la manada y por su progenie durante las hambrunas y en las épocas de enfermedad. Todas las madres son celosas con sus camadas; en el caso de los lobos, este trato formidable se extiende a todos los miembros de la manada: hermanos, padres, abuelos, tíos y otros agregados ponen su grano de arena para defender a los cachorros.

Inclusive se han dado casos de lobos que admiten entre los suyos a los hijos de otras manadas que se han extraviado; y a veces, aun a cachorros de otras especies.

Eir Stegalkin, cuyo nombre se traduce como “compasión”, es un paragón de esta virtud.

En la heredad de Skovtrolde, en las Colinas de Guaridadraga, se refugian los huérfanos de las batallas de las Picoescalofriantes. La heredad es vigilada por el chamán del Lobo local: Hraggorn asiste a la sylvari Cydwenn en la manutención de los expósitos.

También es digna de mención la historia de Goedulf, el patrón de los niños perdidos que, según narra la fábula, aulló para que la manada salvase a una niña abandonada.
  • La ferocidad.
Los lobos son distinguidos por su fiereza; una parte de ese renombre proviene del prejuicio, pero es cierto que los lobos no vacilan a la hora de derrotar a sus víctimas. Su sentencia de muerte suele ser rápida y mortífera: una mordedura limpia en la yugular. Y una manada de lobos puede ser un enemigo terrorífico si siente bajo provocación.

Skarti y Sigfast, los líderes de la Camada, el cuerpo policial de Hoelbrak, representan apropiadamente el atributo de la ferocidad: como guardianes de Hoelbrak, su política ante los que atentan contra la armonía en la ciudad es administrada veloz y brutalmente.
  • La inteligencia.
Frente a otros animales, los lobos brillan por su intelecto. Para localizar el sustento, a veces siguen el vuelo de las aves de rapiña (que por norma van a la zaga de carroña); emplean planes de caza dinámicos y nunca tropiezan dos veces con la misma piedra.

El lobo aprehende deprisa las lecciones vitales, sobre todo en lo relativo a lo que lo hiere y a lo que no. Y su mentalidad de manada hace que las propague a sus camaradas.

Eir Stegalkin, de nuevo, es imprescindible en el Filo del Destino por su astucia militar.
  • El apetito por la libertad.
Al contrario que sus primos domesticados, los lobos son seres insumisos que solo existen en estado silvestre. Aunque un entrenador habilidoso puede granjearse el afecto y la fe infranqueable de un lobo, su hábitat por excelencia se ubica en los bosques.

Esta cualidad se blande como un estandarte de libertad: no hay cadena alguna que pueda doblegar al Lobo: su orgullo indomable está por encima de todo género de constricción.

Romke despliega muy bien este atributo: su misión lo llevó a transitar aguas orrianas.
  • La comunicación.
Los lobos de la manada se entienden entre ellos con solo mirarse a los ojos. Son expertos en el lenguaje gestual y en la comunicación por medio de los aullidos: sus ululatos pueden denotar peligro, desafío o incluso nostalgia por un hermano difunto.

El código lingüístico de los lobos es más complicado que el de otros animales: poner tiesa la cola, echarse al suelo, alzar las orejas, husmear o volcarse en la tierra para exponer el vientre son algunas de las señas que contienen significado para la manada.

Fastulf Jotharsson es uno de los Oradores de Hoelbrak y chamán del Lobo. Él gestiona los asuntos concernientes al albergue y se ocupa de recibir a los invitados en persona.
  • El carisma.
Una de las facetas que emerge orgánicamente del control de la órbita social del Lobo. La existencia de un lobo alfa en las manadas, que no es necesariamente siempre el más fuerte, nos revela el magnetismo del lobo y sus complicadas relaciones intragrupales.

Algunos de los elegidos del Lobo son conocidos como líderes célebres: Eir Stegalkin y su hijo Braham son los más eminentes; Romke también fue galardonado por el Lobo.
  • Una íntima conexión con los instintos.
El Lobo está hermanado con todos los elementos que componen la estampa agreste: sabe leer el mensaje del follaje agitándose, el de la maleza desbrozada y el de las bandadas que emigran. Su conocimiento intrínseco del escenario forestal lo erige en un guardián privilegiado que está en una absoluta armonía con lo que ocurre en su entorno.

Al maestro Solvi, havroun del Lobo, se le atribuía este aspecto. Ahora ha recogido el testigo su discípula, la aprendiza Valda, que está en contacto directo con el Lobo.

El lado oscuro del Lobo

Al contrario de lo que piensan los humanos, el lobo no es una bestia taimada y voraz que abate a sus presas en un arrebato desenfrenado de sed de sangre. Si estudiaran en profundidad su historia, los humanos serían conscientes de los terribles atropellos que han cometido contra este noble animal: han invadido sus cotos de caza y, tras haberlo dejado sin alimento y haberlo forzado a matar a sus ganados para subsistir, lo han inculpado de calamidades y de atrocidades que solo la mente humana puede concebir.

Así, en algunos pueblos la fama del lobo lo sitúa en un estatuto infame: el lobo adopta la función de presagio de catástrofes y de debacles, pues el progreso industrial le ha impuesto que se alimente de restos al no quedarle otras presas que cazar. Se le ha aliado con entidades sobrenaturales por el fatídico devenir de sus primos, los huargos; y al resistirse al látigo de la dominación humanizadora, en un acto de rebeldía frente a sus parientes perrunos, los humanos han juzgado su insubordinación en clave de guerra.

En esa malignización, propia de la laxitud moral más vergonzosa y de una ignorancia superdotada, el lobo ha adquirido la responsabilidad por las penas de la humanidad y se ha tornado en su chivo expiatorio. Cuando los vecinos se asesinan entre ellos y quieren evadir las consecuencias de sus crímenes, la figura del lobo es la que los salva; cuando un ganadero sabotea a otro, son los lobos quienes asumen las culpas de los destrozos. De esa cobardía descarada emanan un sinfín de relatos espeluznantes que cristalizan en metáforas tales que “el lobo bajo la piel del cordero”, o en advertencias a la voz de “que viene el lobo”: claras muestras de la imbecilidad supina que padecen algunos humanos.

Empero la realidad es muy distinta a la ficción: los lobos nunca atacan por diversión. No juegan con la comida, en oposición a los felinos; matan para sobrevivir y suelen mantenerse alejados de los asentamientos de las razas civilizadas. Solo un lobo cuyo territorio ha sido vulnerado, que ve a los suyos bajo amenaza inminente o que está sufriendo un hambre atroz se atrevería a agredir a un humano o a un norn.

Pese a todo, ese prejuicio infiel acerca de los lobos todavía circula a lo largo de Tyria. Sin embargo, el lado oscuro del tótem del Lobo existe y se materializa en numerosas formas: cuando un culto dominado por la ley del más fuerte avasalla a los débiles (como es el caso de los Hijos de Svanir, aunque su descreimiento del Lobo es un hecho constatado); cuando las clases políticas más altas de los humanos se lucran con los impuestos de las más bajas; cuando una banda criminal atraca a los desfavorecidos…

Ese tipo de asociaciones no cuentan con el respaldo del Lobo. Sus manadas son un pacto de conveniencia; carecen de empatía y de cohesión. Su objetivo es el beneficio personal por medio de la actuación grupal. No entienden lo que representa el espíritu del Lobo: un miembro de la manada debe estar dispuesto a sacrificarse por el bienestar de los demás, porque todos son iguales a los ojos del Lobo. Un auténtico miembro de la manada jamás trataría con desdén a los menos aptos, ya que el Lobo sabe que las aportaciones de TODOS los miembros de su manada son imprescindibles e invaluables.

Esa degeneración del espíritu benévolo de la manada nace del impulso egoísta de pretendernos mejores que el otro. Bien es sabido que la adhesión a un grupo otorga cierta seguridad y firmeza; a veces, la única meta de ese poder es la de sojuzgar a otros, la de aprovechar el tesón y el empuje de los compañeros para alzarse por encima de los demás. Ese es el síntoma más notable de la perversión de las enseñanzas del Lobo.

Entre los norn hay un epíteto para designar a esta clase de individuos: los llamamos varg. El varg es un norn que otrora perteneció a la sociedad, un colono de una colección de heredades o un lugareño de Hoelbrak; al probarse delictivo e incapaz de convivir con otros, el varg ha firmado su condena de destierro. Al igual que en las manadas, aquellos que no contribuyen al bien común o que muestran tendencias agresivas son repudiados y exiliados. Así, el varg es un proscrito que vaga en soledad por las Picoescalofriantes y que tiene prohibido recibir incluso los gestos de hospitalidad más primarios.

¿Cómo honrar al Lobo?

Los rituales de invocación del Lobo deberían tener en cuenta sus espacios de actividad preferidos: el Lobo se siente más confortable bajo la luz de la luna, a medianoche, en un área boscosa que esté circundada por la vegetación y por la fauna nocturna. Sus santuarios se esparcen por las Picoescalofriantes en zonas rurales como las que he descrito antes, o en cuevas que actúan como cubiles para las manadas sagradas.

Los focos, reliquias y tallas con iconografía de lobos y de signos lunares son materiales de ayuda a la hora de evocarlo. La recitación de mantras, de canciones y de versos que apelen a la naturaleza del Lobo son palabras de conjuración para solicitar su auxilio; en especial, aquellas que guardan una mayor similaridad fónica con los aullidos. Y las ofrendas como las piezas de carne que han sido cazadas en conjunto, concretamente las más ricas en nutrientes como el hígado, suponen una donación adecuada para el Lobo. Además, el uso de cuero de lobo, de talismanes confeccionados con sus zarpas y de collares hechos con los dientes de los compañeros de manada caídos suelen ser parte integral de la indumentaria litúrgica. Lejos de ofender al Lobo, vestir sus pieles es el mejor indicativo, a la antigua usanza de los berserker, de la ambición de fundirse con él.

En lo referido a las prácticas ritísticas, el Lobo da su beneplácito a las cacerías hechas en su nombre. Su implicación en el ciclo de la vida y la muerte como uno de los predadores mejor posicionados de la cadena trófica es de importancia capital: las manadas, por norma, cazan a los individuos enfermizos y ancianos de los grupos de herbívoros, hecho que mejora al mismo tiempo la vitalidad del rebaño de presas. Las danzas tribales en torno a la lumbre han sido desde tiempos pretéritos otra manera de comunicarse con el Lobo: durante el ejercicio, el invocador comulga con el Lobo imitando sus aullidos, sus gesticulaciones y su trote; el fuego es el catalizador ritual, y a él se añaden como sazón hierbas aromáticas que al quemarse desprenden una fragancia de corte alucinógeno, con el objeto de inducir en el taumaturgo episodios de delirio.

En estos ritos, la escenificación alegórica de imágenes de cacería también sirve como puente de enlace entre el chamán y el espíritu con quien entra en comunión. La puesta en escena de estas prácticas es el producto de una interpretación dramática; las carnicerías llevadas a cabo bajo el pretexto de la reverencia al Lobo son impiedades de degenerados que se merecen la sanción más grave. La mutilación de extremidades, la extirpación de órganos y la consumición de vísceras son, asimismo, hábitos primitivos que se encuadran mucho mejor en el ámbito ceremonial de culturas como la grawl. La adoración a los espíritus de los norn es mucho más simbólica y pacífica que todo eso.

Mientras que la entonación de ensalmos y de plegarias tiene su fundamento en un tipo de hechicería que en las fuentes antiguas se denominaba galdr, originariamente el culto a los espíritus pasaba primero por las tecnologías del seidr que acabo de enumerar: los bailes, la representación dramatúrgica y la emulación del guía animal. Las dos clases de brujería coexisten hibridadas en la actualidad: los cánticos y la actuación, aunque son el reflejo de dos escuelas de magia distintas que comportan modos diferentes de concebir el fenómeno sobrenatural, dibujan el contorno de un paisaje divino en el que la escisión de la faceta emocional frente a la racional se reduce a una categoría puramente nominal.

Hay otras maneras de agradecerle al Lobo su servicio y de rendirle tributo: las actividades cooperativas, bien sea beber y cantar en una heredad junto a los amigos, participar en una partida de cazadores para darle fin a un oponente digno, salvarle la vida a un igual que está en apuros o en peligro de muerte… O cosas menos laboriosas como preocuparse por la familia de uno o proporcionarle información, mantas y vituallas a un caminante extraviado, son acciones de que las que se enorgullece el Lobo.

Desoír el consejo de los seres queridos, ignorar las recomendaciones de los ancianos, enfrentarse en solitario a un reto que nos supera con creces por terquedad o por una ambición desmesurada de gloria, son, entre otros, actos que desaprueba el Lobo. La mentira indiscriminada, el uso del engaño para obtener nuestros fines, la renuncia a implicarse en el ámbito social de procedencia y la comisión de males contra los más desvalidos de una agrupación, heredad o ciudad, son acciones que enfurecen al Lobo.

Los aventureros y cazadores que viajan y se oponen a la adversidad junto a sus aliados, los oradores y escaldos que conmueven los corazones con sus palabras, los sabios y chamanes que traspasan su sapiencia a las generaciones noveles de la manada, los guerreros y guardianes que se inmolarían a sí mismos para proteger a su pueblo, son todos benditos por el Lobo. Los asesinos, ladrones, ermitaños lunáticos y embusteros tienen suerte de salir indemnes de la cólera de los auténticos seguidores del Lobo.

Berserkerismo y metamorfosis

La incorporación del alma del Lobo es el hito al que aspiran las técnicas del seidr y del galdr: por medio de un ejercicio de mímesis tanto corporal como espiritual, el taumaturgo catapulta su espíritu a lo más hondo de la Niebla en busca de su corresponsal lobuno. Si ha ejecutado correctamente las plegarias, las ofrendas y los ritos, si con sus acciones ha probado ameritar el favor del Lobo, su espíritu guía contesta y lo impregna con su aura. Esto es: el Lobo y su invocador se funden en uno.

Antes de comenzar creo que sería apropiado establecer qué es la metamorfosis norn y qué no es. Opuestamente a lo que se piensa en algunas provincias supersticiosas, la metamorfosis licantropía en este caso NO nace de una fuente de poderes malignos que imbuye de energías ultraterrenas y de ansias carnívoras a quienes la solicitan. No es, tampoco, una permutación estética o de glamur como las que ofician los ilusionistas; la transformación de los norn es tanto física como anímica, y afecta a la capacidad para admirar el mundo (y al modo en que se hace) tanto como a la disposición anatómica.

El cambiante norn, también llamado teriántropo en los textos clásicos, es un ser en íntima sintonía con su faceta salvaje y animal, faceta irrenunciable e intrínseca a todos los seres que pueblan Tyria. Mediante el reconocimiento de su conexión con las criaturas que habitan los bosques, las llanuras y las estepas heladas, el teriántropo gana la habilidad de mimetizarlas, de ligarse a ellas de manera instintiva. Puesto que todo ser viviente tiene un espíritu, es posible que existan más mutaciones que las que hemos atestiguado; sin embargo, las más conocidas son las que otorgan los cuatro espíritus guardianes de Hoelbrak: el Lobo, el Cuervo, la Osa y la Pantera de las Nieves.

La metamorfosis no es un trance agónico salvo para aquellos que se resisten a él; por el contrario, yo lo definiría como uno extático. Es un don, una regalía concedida por los espíritus. No es una maldición ni tampoco, por norma, concita un estado de descontrol y de frenesí irreparable en el taumaturgo. A aquellos guerreros que pierden el dominio de sí mismos durante estos episodios de transformación los llamamos berserker: estos individuos no se esfuerzan por mantener la armonía entre la mente consciente del norn y la mente inconsciente del animal; se rinden a su lado bestial en la liza y eso los torna en temerarias tormentas de destrucción que no sienten el dolor, el frío o el cansancio.

Aquellos que se someten durante periodos de tiempo demasiado prolongados a los deseos de su espíritu animal pueden ver su identidad navegando a la deriva o incluso diluida bajo el peso de sus pulsiones más básicas. La metamorfosis no está exenta de peligros y la mayoría de los norn son precavidos a la hora de pedirles su intervención a los espíritus: abusar de tus poderes, emplearlos para mal u obrar en desacuerdo con los dictámenes de tu patrón puede conllevar la pérdida total o gradual de su beneplácito. Pero la gracia de los espíritus se puede recuperar: ¿quién no ha oído de la cruzada de Jora por recobrar el amor de la Osa y de su heroísmo al encarar a su hermano Svanir?

Así pues, y recapitulando, la condición teriantrópica en los norn se origina en nuestro vínculo con los espíritus. El poder del que hacemos gala es prestado y reside en nuestra memoria racial; es innato, aunque depende de las fuerzas divinas que entretejen nuestro destino. El punto de encuentro entre el norn y su tótem es uno de tensión: se sitúa en un precario balance entre su semblante reflexivo y el irreflexivo. Aquellos que reniegan puntualmente de este equilibrio son llamados berserker, empero quienes abjuran persistentemente de él se arriesgan a ver su identidad hecha jirones irremediablemente.

Hubo una época en la que los adeptos del Lobo que se ponían su piel —una de las metáforas más populares con la que hacer alusión al cambio— eran llamados ulfhednar (ulfhedinn en singular), que significa “pieles de lobo”. En mi manada esta tradición se conserva, y ese es el epíteto que engloba a todos los miembros que la integran; no obstante, voces como esta han caído en desuso en pro del término berserker, más general e infinitamente mejor conocido allende los confines de las Picoescalofriantes.

Para concluir estas líneas, me gustaría animar a los partidarios del Lobo que están leyéndome a que rescaten de las brumas del Olvido esta y otras expresiones a las que he ido refiriéndome a lo largo del texto; a que se enorgullezcan de la nobleza de su grey y a que aúllen con regocijo por su pertenencia a la manada del Lobo. Creo firmemente que el tiempo de la Osa, en el que cada norn componía su saga en base a sus hazañas personales, ha pasado; esta es la era del Lobo: en ella, el Sino de los norn se escribirá de acuerdo a nuestra competencia para superar los desafíos unidos, como una manada.

Solo así reivindicaremos las Lejanas Picoescalofriantes. Solo así perduraremos ante las asechanzas de Jormag y ante el tumor en metástasis de la progelie que infecta Tyria.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

La Corona de los Tres Thanes

Cuenta la leyenda que hace cientos de años existió un clan enano en las profundidades del Paso de Lornar. Sus galerías subterráneas se extendían desde el norte hasta el sur de la región, y los viajeros más fantasiosos aseguraban que sus túneles estaban plagados de yacimientos de piedras preciosas.

Un día, el sabio y anciano thane que gobernaba el clan en aquella época, murió. Tan repentino fue su deceso que no tuvo tiempo de nombrar un heredero, así que sus tres vástagos eran candidatos por la dignidad de thane.

El más joven era un pionero empedernido, y esgrimía como razón de peso para defender su derecho a la corona que había viajado por la superficie y que conocía Tyria como la palma de su mano, que estaba más que preparado para hacer frente a todas las amenazas que vinieran del exterior y para establecer nuevas relaciones comerciales.

El hermano mediano era un maestro de excavaciones. Argumentó que merecía el puesto de thane porque gracias a su habilidad para descubrir minas de oro los enanos del clan se volverían adinerados y opulentos, nunca les faltaría la comida y llevarían una existencia acomodada y plácida.

El más mayor de los tres era un guerrero consumado. Había plantado cara a los esbirros del Devorador en infinitud de ocasiones y argüía que tanto en experiencia como en fuerza aventajaba a sus otros dos contrincantes; que jamás los enanos del clan tendrían que preocuparse por el acoso de sus enemigos.
 
Para poner fin al conflicto, los tres thanes firmaron un pacto: cada uno de los hermanos gobernaría un año; al año siguiente, le tocaría al siguiente reinar. Y durante mucho tiempo, el clan prosperó y los enanos se hicieron ricos, poderosos y célebres, porque con las virtudes combinadas de los tres thanes, no había nadie que pudiera desafiarlos.

Hay quien cree que el relato debería terminar aquí. Hay quienes piensan que este habría sido un desenlace idóneo, con una moraleja estupenda que transmitir a las generaciones venideras; sin embargo, esas personas no son conscientes de la auténtica naturaleza de la historia. Más allá del giro inesperado y de los artificios de los que nos valemos los cuentacuentos para mantener la intriga hasta el final, lo cierto es que el sabor de la verdad es agridulce. Y la crueldad de la realidad supera con creces a la de la ficción…

Para conmemorar el aniversario de su reinado, los hermanos le encomendaron a un reputado orfebre que fabricase una pieza de artesanía que simbolizase la gloria de su triunvirato; un adorno que encarnase las bondades de cada uno de los dirigentes de su pueblo y con el que pudieran sentirse identificados; un aderezo que exaltase el triunfo de la unidad y de la fraternidad.

Así pues, el orfebre creó una corona como ninguna otra se había hecho jamás: el aro metálico de la base estaba forjado con acero deldrimor y había sido bendecido por el Gran Enano, en un gesto de tributo hacia el mayor de los hermanos; motivos de grifos dibujados en una filigrana de oro blanco ornaban los contornos de la pieza, en señal de homenaje a la expedición del menor de los hermanos; y por último, toda una plétora de gemas y de rubíes estaban engastados en las puntas de la corona, rindiéndole sus respetos al hermano intermedio.

Jamás antes en el clan había admirado una obra de artesanía tan delicada. Los tres thanes se sentían perplejos y gratamente complacidos: como os decía antes, a menudo la realidad supera con creces a la ficción, y sus expectativas de cómo sería la corona una vez acabada quedaban muy por debajo del producto final con el que los obsequió el artesano.

Ahora bien, lo que ocurrió después no tuvo nada de bello, pues sobre la corona pesaba una horrible maldición. El orfebre, rencoroso, no era otro que el primogénito del antiguo thane, el mayor de todos los hermanos y el único con derecho a suceder a su padre. Desterrado por medrar con arcanos y hechicerías procedentes de tierras lejanas, el orfebre pasó años en la superficie urdiendo su venganza contra el thane, su padre, contra sus ilegítimos competidores, sus hermanos, y contra todo el clan que lo había repudiado.

Y finalmente lo logró, empero esa misma brujería, como sucede cuando se manejan fuerzas que están fuera de nuestro alcance, se tornó en su contra: la Corona de los Tres Thanes transformó a sus hermanos menores en bestias horripilantes, codiciosas e insidiosas como él; el clan se dividió en tres bandos y pelearon los unos contra los otros hasta que no quedó uno solo con vida. Y aun después haberse estrangulado, degollado y desangrado hasta la extinción, sus cadáveres se levantaron, condenados a tomar las armas y a combatir sin pausa por toda la eternidad…

Nada le quedó al mayor de los hermanos: había perdido a toda su familia en su campaña de odio, había conducido a todo su clan al exterminio por su ambición de poder. Sin otro rumbo que tomar ni un destino mejor que lo aguardase, el hermano fratricida se arrebató la vida arrojándose a una de las simas más hondas del inframundo.

Se dice que aún se le oye llorar bajo la tierra, que sus lágrimas forman los ríos que recorren como venas el subsuelo del Paso de Lornar. Se afirma que cuando un terremoto azota las estepas, es el Cuarto Thane Loco quien lo provoca, quejándose y golpeando el suelo, enfurecido por su desgracia y porque todos a los que amaba lo han abandonado…