viernes, 13 de diciembre de 2013

Romance del asesino de dragones


Brava bestia del averno,
terror para ti es la lanza
de obsidiana y rabia ciega
de aquel de argéntea coraza.

Alma impura yace tras
esa loriga de plata
mas a él nos consagramos
si aquí amenazan tus llamas.

"Violencia y destrucción,
mensajero de la Parca.
Para nada más existo.
Soy agonía, soy matanza".

Eso grita el asesino
antes de mostrar batalla
al reptil alado y bruno
que al pueblo norn avasalla.

Lánzase el negro dragón
contra el de la alabarda.
Pavés en alto, resiste,
y finta cuando le alcanza.

Incrústale en el cuello
su arma de hoja tiznada.
Ruge la fiera, colérica,
y sangre bullente mana.

A tierra cae el vil lagarto.
Vocea sin esperanza.
Atraviesa el asesino
la testa de la alimaña.

No tiene gloria de héroe,
y tampoco la reclama:
no ha matado por justicia,
es por sed de sangre insana.


-Niklas Kvarforth.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Balada de Sigurd Vargsson

Dejad que os cuente la historia
de aquel que venció al Dragón:
un héroe que hizo victoria
perdiendo su corazón.
Bien cuenta la narración
que al nacer ya fue testigo
de un acto de redención.
Y así nació el hijo pródigo.

Toda esa pena mortuoria
lo sumió en gran desazón,
en nadie vio exculpatoria
al crimen y a la traición.
“Por ti no habrá compasión”,
dijo su padre, su amigo.
“Limpia tu reputación”.
Y así creció el hijo pródigo.

“Madre, te juro la gloria,
que así lograré el perdón”.
Así honró su memoria.
Así perdió la razón.
De su fuerza hubo noción
entre los Hijos, prosigo;
fue acogido en adopción.
Y así vivió el hijo pródigo.

No aguantó su corazón
la crueldad que lo hostigó,
que así renunció al Dragón.
Y así murió el hijo pródigo.

—Vanargand Lobogrís.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Quinto informe: Testimonio

Día 83 de la estación del Céfiro del año 1326.

Empieza a hacer más calor en el Bosque de Caledon, pero eso apenas me importa. Las últimas semanas he estado muy atareada paseando por las afueras del Pantano de Wychmire; he buscado testigos en el fuerte de la Guardia del León cercano y en Falias Thorpe, pero lo único que encuentro son rumores sin sentido y viajeros aterrorizados.

Entre los Guardas ya hay quienes se burlan de mí por mi perseverancia. Piensan que estoy desatendiendo mis obligaciones, que persigo a una quimera cuando debería estar trabajando para defender la Arboleda. Entonces, ¿las muertes de nuestros amigos y camaradas fueron también una quimera? ¿«La Siega del Cosechador de Sueños» ha sido una fantasía, un espejismo que nunca ocurrió?

Parece que así se arreglan las cosas por aquí: ¡reemplacemos a los que han caído, olvidémoslos y procuremos cerrar los ojos y los oídos a la verdad! ¡Ya llegará otra generación de sylvari que los sustituirá!

¡El Fantasma de Wychmire existe! ¡Es un peligro público y no puedo dejar que siga deambulando a su libre albedrío por la floresta! No puedo olvidarlo. No puedo perdonarlo. No puedo… fingir que todo es irreal, no puedo desentenderme de lo que suceda, no puedo rehacer mi vida. Ahora no. Aún no. Y tal vez nunca lo consiga.

Sorprendentemente, anoche me topé con una persona que reunió el coraje necesario para dirigirme la palabra. Un estúpido investigador asura que venía de las Selvas Brisbanas: Blabb.

Blabb pertenece a la escuela de estática de Rata Sum. Estaba estudiando las propiedades de los légamos cenagosos para su aplicación práctica a la hora de elaborar una pasta adhesiva. Su intención era descubrir un nuevo pegamento orgánico más barato, efectivo y rápido que sirva como argamasa o para soldar las extremidades mutiladas de los soldados del Pacto.

En mi opinión, no es más que un científico de pacotilla con el cerebro reblandecido.

Lo llevé a mi despacho en la Arboleda y estuve interrogándolo durante dos horas. Transcribo aquí nuestra conversación en lo tocante a su experiencia con el Fantasma de Wychmire. El resto de su cháchara… se ha extraviado en el fondo de un estanque. Espero que a los peces no les dé una indigestión.

Nota al pie: Por mi bien, debo ser más directa la próxima vez que interrogue a un asura.

«Caileen: Dígame su nombre y su profesión, por favor.

Blabb: ¡Bueno, yo, eh…! ¡Pues claro, soy el genial Blabb, del colegio de estática de Rata Sum! ¡Seguro que has oído hablar de mí! ¡Blabb! ¡Blabb! ¡No se olvida ese nombre! ¡El inventor del Fleu Ver, la masilla verde botabrincástica más chachipiruli de toda la Provincia de Métrica…!

Me rasco una ceja con el dedo y profiero un suspiro largo y estruendoso (sí, debía hacer constar esto en acta).

Caileen: Contésteme, señor Blabb, y sepa que todo lo que diga será transcrito de forma literal en mis archivos.

Blabb: ¡Oh! ¡Así que tienes una de esas máquinas telegráficas arcanotécnicas que transcriben inmediatamente un discurso en base a un patrón de reconocimiento de voz! ¿Me dejarías echarle un vistazo por dentro? ¡Estoy seguro de que puedo hacerle una recalibración para que te funcione a las mil maravillas!

Blabb intenta buscar el ingenio por todo el lugar. Al no encontrarlo, gruñe con fastidio. 

Mientras tanto, yo sigo tomando notas en un pergamino. En mi mesa solo hay varios archivos, un tintero, la pluma y el folio.

Caileen: Por favor, céntrese. ¿Recuerda haber visto al Fantasma de Wychmire?

Blabb sufre un escalofrío y le castañetean los dientes. Traga saliva y asiente, temeroso.

Blabb: Cre… creo que sí… Sí, sí. Definitivamente, sí. Lo he visto, con mis propios ojos. Y tengo miedo, señora guarda. ¿Cree… cree que…?

Me incorporo un poco sobre la mesa a fin de tranquilizarlo. Lo estudio con serenidad.

Blabb: ¿Cree que… quería robarme la patente? ¡Es… es… monstruoso! ¡Terrorífico…!

Me veo en la obligación de curvar una ceja de nuevo. Vuelvo a reclinarme en el asiento y rezongo.

Caileen: Señor Blabb, dudo que al Fantasma de Wychmire le interesen esas minucia… esas minuciosas, perdón, investigaciones suyas. Por favor, prosiga y cuénteme lo que vio.

Blabb traga saliva de nuevo y se ajusta el cuello de su camisa. Asiente, más relajado.

Blabb: Mi grupo fantastiguay de investigadores y yo estábamos moviendo el pompis por el Pantano de Wychmire en busca de algún espécimen de légamo pequeñito que pudiéramos desintegrar, reintegrar, licuar y hacer pasar por toda clase de operaciones químicas complicadísimas que requieren de un grado de doctor en la especialidad de…

Empiezo a impacientarme y golpeo el suelo con un pie, rítmicamente. Blabb se da cuenta.

Blabb: Perdone, eso a usted no la incumbe. Y tampoco podría entenderlo, no se ofenda. Así que le ahorraré los detalles, ¿okey? ¡Pasaremos a la parte más divertida del asunto!

Caileen: ¿Divertida? Dos de los miembros de su equipo han muerto, señor Blabb.

Blabb agita una mano con despreocupación, niega y esboza una sonrisa de condescendencia. 

Blabb: En esto que decidimos acampar; utilizamos el cronostereostato medidor de corrientes dinamocrónicas de Thugg a fin de localizar el lugar idóneo donde asentar nuestro campamento, que además es muy salado porque tiene incorporadas algunas melodías en estéreo y… bueno, esa es una cosa que se debe agregar siempre a un aparato que pretenda…

Caileen: ¡POR FAVOR, vaya al GRANO!

He roto esta pluma sin darme cuenta. Blabb se ha asustado. Acabo de coger otra; continúo.

Blabb: En otras palabras: la música sonaba demasiado alta y nos oyó una patrulla de cortesanos de la Pesadilla. Esos idiotas sin una sola pizca de buen juicio musical se lanzaron sobre nosotros como un raptor al que le acabas de extirpar las plumas de la cola. ¡Y entonces llega el PUM, PAM, PIM, zasca, cham, pú! Como en las historias ilustradas para críos del asura murciélago, pues así.

Me doy una palmada en la frente de la exasperación y resoplo con angustia.

Caileen: ¿En ese punto fue cuando los capturaron, señor Blabb?

Blabb se acaricia el labio superior, como si estuviera sopesando algo. Frunce el entrecejo.

Blabb: Eh… sí. Sí, creo que fue ahí.

Caileen: Bien. ¿Y qué pasó?

Blabb: Tramamos un plan de fuga A. Y un segundo y contingente plan de fuga B. El C y el D no tardaron mucho en llegar, y cuando nos dimos cuenta habíamos colapsado todo el abecedario a golpe de estrategias de escape y de amotinamiento…

Caileen: ¿Cuándo apareció el Fantasma de Wychmire?

Blabb: Por la noche, cuando estábamos a punto de ejecutar el plan D: el plan A, que consistía en suplicar piedad, había fracasado; el plan B, morderles las espinillas a los cortesanos, llevó a la muerte a uno de mis compañeros; el plan C, simular sufrir un ataque de histeria, mató a otro. Por tanto, estábamos a punto de dar el do de pecho con nuestra mejor estratagema, ¡y lo habríamos logrado, sin duda, de no ser por ese Fantasma bribonoclusivo!

Caileen: … ¿Y en qué consistía su plan D?

Blabb: … Disfrazarnos de conejos y huir. Más o menos. Era más elaborado.

Parpadeo. No sé por qué, no me aturde lo más mínimo su respuesta. No me extraña que expulsaran a esta panda de Rata Sum.

Blabb: Pero como decía, ¡aquí llega lo más divertido de todo! No lo vimos llegar, pero de pronto oímos que uno de los cortesanos caía al suelo con un sonido sordo. Me di la vuelta, naturalmente, por curiosidad y… ¡tenía el cuello dislocado! ¡Estaba muerto! El resto desenvainaron sus armas y se pusieron como basiliscos a dar vueltas; gritaron órdenes, pero no sirvió de nada, porque al poco otro cayó fulminado: tenía un agujero negro en el estómago. ¡INCREÍBLE! ¡Fue lo más EMOCIONANTE de mi vida…! ¡Quiero replicar esa tecnología! ¡Quiero acompañarla, señorita Caileen, para buscar al Fantasma y hablar con él sobre su inventiva, para nada normal en una raza tan poco dotada para los menesteres intelectual…!

Me he cansado. He dado un puñetazo en la mesa y Blabb ha retrocedido un metro del estrépito. Dejo la hoja en la mesa y voy a por él. Lo agarro de la solapa de la camisa (esto lo he escrito después).

Caileen: ¡Mira, rata piojosa, me dan lo mismo tus aires de gran investigador! ¡Me da completamente igual lo mucho que te fascinen sus armas! ¡Solo quiero encontrarlo! ¡Así que dime lo que quiero saber o te mando de una patada estratosférica, o como diantres la llaméis vosotros, a la punta de una de esas pirámides orbitales vuestras en Rata Sum!

Blabb se queda en silencio un largo tiempo. Luego asiente y contesta en tono solemne.

Blabb: El Fantasma acabó con las fuerzas de la Corte. No salió de la penumbra en ningún momento, pero a la luz de una antorcha alcancé a vislumbrar algo su silueta: llevaba una máscara hecha con el cráneo de una criatura con astas, un carnero o un ciervo quizá. Mató a todos nuestros agresores y a nosotros… nos dejó en paz. Estábamos cagados de miedo, podría habernos ejecutado con ese cañón fotovoltaico suyo sin pestañear, pero… no lo hizo. Se quedó en la oscuridad unos segundos, contemplándonos, y luego desapareció como la brisa. Nos perdonó la vida y nos salvó. Debo darle las gracias, por mí y por mis chicos, fue…

No puedo contenerme más y le lanzo un puñetazo a Blabb a la cara. El asura cae al suelo. Me pongo en pie, airada, y estrujo una de las hojas de mis documentos con la mano.

Caileen: ¡El Fantasma de Wychmire es un ASESINO! ¡Si no acabó con vosotros no debes sentirte privilegiado: es porque no le interesáis! ¡No es un salvador ni un héroe! ¡ES UN MONSTRUO!

Blabb: Je. No puedes verlo, ¿verdad? Estás demasiado cegada con tu misión. Bien, no seré yo quien te saque de tu error. Solo te diré una cosa: he hablado con más personas, personas que te temen más a ti que a él. Hay más viajeros que han sido rescatados por una sombra misteriosa en la jungla, cuando les atacaban las bestias o la Corte de la Pesadilla. El Fantasma de Wychmire, sea quien sea, no es el ser despiadado y cruel que te imaginas; quizá tampoco sea un santo, pero desde luego no es el demonio.

Estoy temblando de la rabia. Tengo que calmarme. Tengo que calmarme…

Caileen: ¿Estás dispuesto a ignorar todo lo que ha hecho? ¿Indultarías sus fechorías?

Blabb: ¿No se te ha ocurrido pensar que podrías estar equivocada? ¿Que tal vez haya una razón, o una explicación, detrás de todo esto?

Caileen: ¡NO hay razón alguna que justifique el asesinato de Guardas inocentes!

Blabb se incorpora. Su gesto ya no es amistoso. Parece enfadado y muy solemne.

Blaab: Señorita Caileen, las personas no siempre son blancas o negras. Existe el gris. Al ser una protectora del Bosque de Caledon, me imaginé que usted tendría claro este concepto. Ya veo que no. Puede que lo que cuenten sobre usted sea cierto.

Caileen: ¿Sobre mí…?

Blaab asiente. Se ha alejado y está saliendo por la puerta de la habitación. Se vuelve y me mira.

Blaab: Que está perdiendo los estribos.

Caileen: Márchese de aquí. ¡Usted y todos los de su inmunda caterva de cientificuchos! ¡Fuera de mi despacho ahora mismo y que no os vuelva a ver por la Arboleda u os meteré en el Jardín de Sombranoche por connivencia con un enemigo declarado de los sylvari...!»

domingo, 10 de noviembre de 2013

El Festival de la Cosecha

En un lugar del Bosque de Caledon de cuyo nombre no puedo acordarme, desfilaba Alberón por una luenga senda, con muy altivo porte.

Desfilaba Alberón, decía, y no lo hacía sin su corte: su séquito se componía por un pajarraco moa que solo dar picotazos sabía, que tan nervioso era que hasta el plumaje se le pelaba con una velocidad hasta la fecha inusitada, y que llevaba en su rostro las marcas de ojeras, tan largas como carreras, que a viva voz proclamaban no ser una huella pasajera; y al lado de tan egregio palafrén iba, no así con altanería pero sí con terca porfía, Asphodelia, la valiente que a su maestro a todos lados acompañaba, verde y de nuca de un azul añil intensamente florada, con un pesado escudo —como la tradición demandaba— y con sendas pistolas gemelas que en su cintura descansaban.

Marchaban todos juntos, tan extraordinaria comparsa, con gran parsimonia y aún más pesada andanza. Las selvas atravesaban y no se perdían entre la maleza, pues aunque de cuando en cuando las pisadas de Alberón lo embarraban, su orientación —hay que admitir— no estaba exenta así de grandeza.

Y a esto que llega Alberón al Mercado de Mabon, donde los lugareños se referían a él como era debido a su dignidad: ni lo miraban, ni lo saludaban, ni nada. Pasó desapercibido entre la muchedumbre, como un percebe así pasa inadvertido por su mansedumbre; caminó con buen tino hasta uno de los jardineros que la tierra con su azada trasegaba y ante él alzó la mano, señal inconfundible de que lo llamaba.

El labrador, cándido como él solo, dejó el útil en el suelo y se esmeró en recibirlo con enormes agasajos, que consistían en inclinar la cabeza y sonreír con desparpajo. Perplejo, pero aun así complacido, Alberón, Asphodelia y el moa se aproximaron a él y así le habló con atino:

—¡Salud, labriego, que estas hermosas tierras faenas! No es mi voluntad distraerte de tus labores, maguer agradecería tus atenciones si a bien tuvieras satisfacer mi curiosidad, ça una cita célebre nos lleva a este lar y un temor muy profundo por dentro nos acongoja…

El jardinero, algo embotado, se rascó la nuca, pues la mitad de su mensaje no lo había pillado. Asphodelia, muy resignada, con una catadura paciente que su inmenso corazón mostraba, lo sonrió con condescendencia y más dulce y comprensiblemente le adujo:

—Buen señor, lo que te pide aquí mi mentor es si podrías responder a un par de preguntas, que en estos tiempos oscuros la duda no es poca —Hizo una pausa para meditar lo que iba a añadir a continuación—, y si Alberón no se equivoca, un famoso festival está a punto de suceder.

El jardinero dio signos de entendimiento y sonrió. Cabeceó al son del viento, de arriba abajo, y los mandó a destajo a la parcela donde laboraba su superior.

El moa tembló, agotado, y sus patas de rocín muy flaco al tiempo que su cuerpo se agitaron. Más juncos que extremidades parecían; y aún más, su símil con un flan no era nada descabellado. Alberón, que al dolor ajeno no estaba insensibilizado, lo obligó a sentarse con un gesto impasible y así le arrulló al oído, con una voz que recordaba —de las aves— a su trino.

—Dormid bien, Mohinante, que larga ha sido vuestra andadura. Podéis yacer aquí y dar cuenta de unas verduras, que con esfuerzo las cultivan y no creo que una o dos echen de menos.

Le guiñó el ojo con complicidad y Mohinante, el moa del mohín eternamente fruncido (de ahí su nombre tan desabrido), asintió y una hortaliza del suelo se puso arrancar.

Dichoso por haber dejado en buenas manos a su cabalgadura, partió Alberón con holgura y con los pies casi despegándosele del suelo, privado; detrás, a la zaga, iba Asphodelia, un tanto frustrada por la vergüenza que pasaría al dar excusas al jardinero después de que el pajarraco, Mohinante, le hubiera arruinado su campo entero.

Y así se encaminaron a la parcela del superior: otro labrador que, con el aspecto de haber vivido más veranos, con mucho tiento y con carácter ufano, las plantas regaba y con muy tiernos murmullos las susurraba.

—¡Saludos, señor! De vuestro pupilo he oído que de estos prados estáis encargados; sabed que de muy lejos hemos llegado, que arduos lances hemos vivido, y que con tesón, por fin, ante de vos nos encontramos. No hemos venido sino por la primicia del festival de la recolecta, pues de buena mano hemos escuchado que esas esporas negras que hasta el cielo escurecen, en nubarrones venenosos y malvados, pueden daros problemas y perjudicar a las cosechas aun antes de haber siquiera de la tierra brotado...

El jardinero lo cató con la mirada y al poco tiempo dio un aullido. Asphodelia lanzó un resoplido mientras se restregaba la mano por la cara, con gran cansancio. Ya se supuso que otra vez de intérprete tendría que hacer, que tal tarea era su pena: hacer de enlace entre la retórica de Alberón, vieja y acartonada como el queso mejor curado de toda Kryta, y asegurarse de que así las gentes normales lo comprendían.

No cupo en su pasmo cuando el jardinero, alentado, comenzó a hablar en el mismo dialecto afectado en que su querido modelo e inspiración, Alberón, se había expresado:

—¡Amigo! ¡Pocos traen con ellos palabras tan dulces! ¡Tiempo ha que no converso con nadie de esta guisa! ¡Solo por eso, porque me habéis devuelto la alegría y la fe en las lenguas perdidas que en el Sueño escuché, solo por eso os contestaré y os daré veraces noticias…!

Alberón se enderezó, muy señorial, gozoso de oír a alguien dialogar en aquel dialecto desusado que hasta de las librerías del Priorato había sido descatalogado y que en ningún otro lar se podía hallar.

Dio muestras de entusiasmo, cabeceando con brío, echó la mano a la empuñadura de su acero, que del cinturón pendía, y así, erguido, con su armadura toda entera y con un ornado escudo que estaba hecho de metal —y no de madera—, por un momento volvió a sentirse como en sus días de Valiente Blanco; aunque ya esa reputación no le correspondía, pues había mudado la pureza y la claridad del día por el luto de la medianoche, su piel completamente alba aún un vestigio de ese pasado vestía. Así que le prestó atención con gran regocijo...

—Dice el filósofo Saucesabio, de quien su nombre nadie sabe salvo, si acaso, la Madre que lo concibió, que en haciendo del pasado su ciencia una tradición encontró entre los nativos de Maguuma: adoradores como ellos eran de la diosa humana Melandru, a Natura reverenciaban y a ella honores y tributo rendían en las distintas estaciones; así celebraban, ya pasado el estío y antes de que los abandonaran los calores, la transición de la llama al hielo y el recibimiento de los frutos de la Tierra, manjares para ellos y para su señora loores.

«Os citaba a Saucesabio, y no en vano, pues en uno de sus textos predijo, y textualmente os lo recito, la existencia de una copa como ninguna otra: “la Cornucopia”, la llamaban. Por cáliz sagrado la tenían los Druidas, y en muy terca porfía sabemos que un héroe anónimo hace poco la recuperó. De él poco se conoce, pero su hazaña este año al festival de la cosecha le renta; es muy providente, pues de la Cornucopia Saucesabio afirma que multiplicaba la comida y la bebida que en su fondo se derramaba, y que así copiosamente la devolvía al verterlo. ¡Así reza el mito, no os miento, que ya os dejaré ese libro para que vos mismo lo leáis…!»

«Un festival de la cosecha se estima para pronto; para dentro de unos días, exactamente. En él, esa magnífica copa estará presente y todos contemplaremos si son ciertas esas propiedades que por Saucesabio le han sido atribuidas. De ser así, ¡grado a los Druidas! Y grado a su legado, ça si la suerte nos sonríe y la Madre lo desea, no faltará el sustento y podrá compartirse con otros que viven en lugares fríos; y brindaremos y haremos libaciones, como en tiempos pretéritos, y de la Cornucopia beberá todo aquel que haya servido al festival este año…»

«Pero debéis bien ser advertido de un miedo que entre los de nuestra profesión es creciente: como así se expande y vuela el diente de león floreciente, esporas de esas perversas plantas que la Alianza Tóxica cría bien podrían enturbiarnos el día; y no solo eso, pues la Cornucopia un símbolo es de fertilidad, de prosperidad y de la gloria sylvari. Tememos que la Corte, o alguien que trama con fines malos, prepare una celada para destruir las esperanzas que en esta fiesta se han depositado…»

«Muy bien nuestras preocupaciones habéis anticipado y os habéis solidarizado con nuestra angustia. No entiendo qué os lleva a hacer este acto de caridad, pero bien cierto es que nos faltan manos para proteger los semilleros de la Aldea de Astoria, y esa sí es otra historia; ça nuestras filas están mermadas a causa de una extraña enfermedad del sueño y de otras eventualidades que son largas de enumerar. Así que, si de verdad vuestra ayuda nos queréis prestar, os daría las gracias una y mil veces por salvar el festival...»
 
Alberón lo sopesó y movió los morros de un modo que insinuaba una honda interrogación; sin embargo, acabó por concordar. Asphodelia todavía no daba crédito a lo que pasaba; carraspeó, se aclaró la garganta, y con una voz más tímida y comedida al jardinero cuestionó:

—Perdona, señor —lo llamó. Sintió cómo el rubor por sus mejillas escalaba—. Pero ya que hemos prometido que os asistiríamos… —vaciló. Hablar en rima era mucho más difícil, y menos natural, para ella que para Alberón; ella nunca lo había hecho hasta entonces—. ¿Podrías decirnos a cambio si acudirán al festival unas personas que buscamos…? Sus nombres son Nicnevin y Samheinn; este último es jardinero. ¿Sabes algo de él?

El jardinero negó y eso les pesó tanto a Alberón como Asphodelia; no tanto a Mohinante, el moa de plumaje ralo, que con suma avidez de la cosecha de un pobre labriego se estaba beneficiando. Así, Alberón y Asphodelia se despidieron del jardinero y prestos se pusieron en marcha con rumbo a la Aldea de Astoria.

Exidos ya del Mercado de Mabon y con Mohinante a rastras, pues el pobre pájaro apenas en pie se sostenía, a Alberón por dentro la incertidumbre aún le cocía, y Asphodelia no podía estar más perturbada. Fastidiada, soltó un bufido.

—No nos han dicho nada que no supiéramos…

Se revolvió Asphodelia, que iba a pie, y miró a Alberón con tormento en el semblante.

—A veces la ausencia de noticias es la mejor noticia, Asphodelia —replicó elocuentemente Alberón, también a pata y sin subirse a Mohinante (que el pobre ya iba lastrado a razón de las exiguas alforjas con que se le había hecho cargar)—. Confía en mi heraldo, pues mañana al corriente le pondré y le diré que haga correr la voz sobre estos acontecimientos. Ventari mediante, a un buen número de valientes reuniremos y con ellos nos cercioraremos de que el festival de la cosecha como el río de las montañas sigue su curso en paz y armonía hasta alcanzar la desembocadura do siempre el extenso mar perdura…

No obstante, y aunque su discurso era elegante y asimismo convincente, el gesto de Alberón ni de lejos lucía una seguridad tan fuerte.

—… ¿Te ocurre algo, Alberón?

—¿Recuerdas esa enfermedad del sueño de la que habló el jardinero…?

Asphodelia asintió torvamente y ya no abrió más la boca. No hacían falta palabras. El valiente Alberón y su protegida Asphodelia habían dado justo con lo que estaban persiguiendo: una pista, un rastro, por débil que fuera, sobre los quehaceres más recientes del Fantasma…

lunes, 21 de octubre de 2013

Elegía del Gran Funeral

Hoy nos despedimos de un ser querido
y consagramos a las llamas su alma,
dejándonos el corazón herido.

A los nueve despojados de calma;
ardieron en ascuas de odio y miseria
de un incendio cruel. A ellos va esta salma.

Se propaga cual ascua la tragedia
al que esgrimió sin piedad su martillo;
ahora en la pira su final remedia.

Y aún se ven más leyendas en el brillo,
incandescente y humeante del fuego,
¡guiadlos, espíritus, por un buen trillo!

Elevemos a los cuatro este ruego:
“Oíd, Osa y Pantera, Lobo y Cuervo,
a mis amados difuntos entrego.

A cambio, estas ofrendas os sirvo.
Dádselas al muerto allá si le valgan,
pues yo en mi interior a todos preservo”.

Y que su saga y sus hazañas se oigan
como truenos desgarrando la Niebla.
¡Sea este el regalo que los vivos mandan!

—Vanargand Lobogrís.

lunes, 14 de octubre de 2013

El Gran Funeral

Sif estaba bebiendo en el Gran Albergue. Desde que derrotó a Fafnir, la monstruosa sierpe de hielo, aquella visita se había convertido en un hito habitual de su rutina diaria. Se sentaba en una de las mesas más esquinadas del enorme salón, a veces en compañía y otras sola, y bebía durante minutos —en ocasiones horas—, mientras oía al resto de norn que poblaban el Gran Albergue intercambiar historias sobre sus leyendas.

No hacía mucho ella también había participado en una leyenda, meditaba rizándose un mechón de sus cabellos dorados; no hacía mucho había reunido a un grupo de valientes para rescatar del Olvido su legado: Tyrfing, el mandoble quebrado cuyas mitades sirvieron para constituir dos martillos hermanos.

Pero aquello no era bastante y la inquietud la consumía. Mientras ella ingería abundantes cantidades de alcohol, su claridad —tanto mental como visual— se volvía más borrosa y sus dudas se acentuaban: ¿había hecho suficiente para honrar la memoria de su padre? ¿Qué sería de su saga ahora que había fallecido? ¿Recordaría alguien sus hazañas? Ya no le importaba tanto si lo conocían como un héroe o como un borracho petulante, pero ¿habría alguien que invocase su nombre cuando ella no estuviera...?

No se dio cuenta de que había alguien más con ella en la mesa hasta que fue tarde. La otra mujer, vestida en tonos nacarados, echó atrás una silla de madera con el desparpajo que normalmente la caracterizaba y tomó asiento frente a ella.

Los ojos amarillentos de dos lobos blancos como la nieve examinaban a Sif a sus espaldas, con curiosidad antes que con hostilidad; aquella era una señal significativa. Sumada a la melena roja e indomable, abrazada por una tiara, y a los ojos de un color verde fresco y nemoroso, Sif no vaciló un instante a la hora de identificarla; ni siquiera le hacía falta distinguir sus facciones, pues sabía perfectamente quién era.

—Saludos, Sif —dijo ella para romper el hielo. Hizo el ademán de levantar un recipiente, pero la mano que debería haberlo sostenido estaba vacía—. No esperábamos encontrarnos contigo aquí.

Sif movió la testa y las cortinas de su cabellera rubia ondularon como los hilillos de agua de una cascada. Trató de despejarse con el gesto y de sonreír, pero estaba convencida de que su ligera embriaguez a aquellas alturas ya se habría vuelto palpable en sus mejillas a modo de rubor.

 —Yo tampoco. Oí que estabais lejos, en el Paso de Lornar, investigando una extraña corona enana —Compuso una sonrisa sesgada y dio un resoplido por la nariz—. A ti y a Lobogrís os encanta lanzaros a desenterrar viejas leyendas.

Skadi puso los ojo en blanco y profirió un suspiro aún más pronunciado que el de Sif. Se recostó en el asiento y, muy a su pesar, sonrió con picardía.

—Puedes jurar que a Vanargand le gusta más que a mí —señaló. Pese a ello, aquella fiera sonrisa de labios finos todavía no había desaparecido de su mueca—. Una tormenta de nieve nos sorprendió y quedamos atrapados en una cueva. Lo que vino después es largo de contar, pero estoy segura de que ya has oído algunas habladurías.

Skadi se puso a frotar el lomo de uno de los lobos que la acompañaban. A uno ya lo había visto antes: era el gigantón Skoll, más dócil de lo que daba a entender por su aspecto; o al menos antes, ya que ahora guardaba con celo al otro lobo, al que Skadi le estaba acariciando con cariño inefable por la cerviz. No tardó en comprender que aquel lobo, más pequeño, no era sino una hembra. Y que Skoll estaba protegiéndola.

—¿Has venido sola? —interrogó Sif, alzando un poco una ceja.

—¿Por qué preguntas?

—Las parejas de lobos no suelen separarse mucho la una de la otra.

Skadi enarcó una ceja con suspicacia y captó el brillo de los ojos de Sif; notó que su mirada estaba puesta en Skoll y entonces sonrió con ironía. Chascó la lengua y rio.

—No te las des de lista conmigo. Has visto a Skoll.
 
—… Bueno, sí. También.

Sif se unió a las carcajadas de Skadi. La situación no era nada del otro mundo, pero era la primera vez en varios días en la que se reía así. Y aquello la desahogó. La destensó bastante. Amplió las comisuras de su boca en una media sonrisa satisfecha.

Como traído por la corriente de hilaridad, apareció Vanargand, el escaldo. Él estaba como siempre: alto, con una sonrisa algo engreída gobernando sus rasgos, el pelo castaño atado en trenzas y su indumentaria de blancos grisáceos. El manto de Lobogrís tembló sobre sus hombros cuando descorrió un asiento y se sentó a la mesa. Sus cejas se elevaron; la izquierda estaba partida en dos por una cicatriz. Las dirigió una mirada intensa.

—Salud, Sif —Inclinó un poco la cabeza en clave de salutación.

—Lobogrís —Ella le correspondió de igual manera—. Le decía a Skadi que no podías andar muy lejos.

—Tiene la mala costumbre de seguirme a todas partes —intervino Skadi. Lo sonrió con sorna.

Vanargand soltó un bufido airado, frunció el ceño en una guisa teatral y mostró los dientes.

—Yo diría que es más bien al contrario, querida.

—De no ser por mí, tendrías unas cuantas cicatrices más de las que ya tienes.

—A menudo lidiar contigo es más problemático que enfrentarse a un jotun.

A Sif le hacían gracia sus amagos de peleas maritales. Sospechaba, en lo más fondo de su alma, que aquellas luchas continuas y dramatizadas culminaban con una retahíla de insultos, gritos y aullidos… bajo un montón de pieles en el lecho. Pero no cometería la insensatez de revelarles sus pensamientos: Vanargand y Skadi eran impredecibles, tanto el uno como el otro; tal vez riesen con ella o puede que la gruñeran con irritación.

Abogó por la opción intermedia: salir por la tangente. Así, con fortuna, se prevendría de ser el blanco de su ira.

—¿Qué hacéis por aquí? Os esperaría en el Albergue del Lobo, pero no en este lugar.

Vanargand y Skadi dejaron de enseñarse los colmillos el uno al otro y se voltearon hacia ella. Quien tomó la palabra fue el primero, que carraspeó para contestar:

—Estábamos buscando a una mujer —repuso, con voz más grave y serena. Fijó sus ojos de azul celeste en Sif—. Sabemos que ha oficiado algunos ritos fúnebres y no la encontramos en el Albergue del Cuervo.

—Nos avisaron de que tal vez podría estar aquí, en el Gran Albergue —añadió Skadi.

Las expresiones de Vanargand y Skadi no revelaban nada más: eran frías e impasibles como la piedra. Por ello, Sif decidió ir directa al grano.

—¿Quién se ha muerto?

 Skadi desvió la vista. A Lobogrís se le apagaron los ojos y arrugó su hocico prieto.

—Vaya, Lobogrís, creí que nunca te atragantarías con las palabras.

El escaldo ignoró su comentario y comenzó a hablar con un timbre ronco:

—Cuando estábamos en el Paso de Lornar, hubo víctimas inocentes —confesó. Iba hablando lentamente, sopesando su discurso—. No pudimos salvarlas: se inició un incendio en el Paraje de Vanjir y cuando llegamos a la heredad ya era demasiado tarde.

Skadi apoyó una mano, bajo la mesa, sobre el muslo de su amado. Sif lo percibió por la forma en que se dobló su antebrazo al oír el resoplido pesado y profundo de Lobogrís.

—Vanargand prometió que haría una ceremonia en su honor —explicó Skadi con una voz más firme—. Es importante rememorar a los que ya no están. Nuestros aciertos, nuestros errores y nuestra historia se van con ellos; por eso, debemos darles una despedida adecuada.

A Sif aquellas palabras la habían calado hondo. Habían resonado en una parte muy oculta de ella. Se esforzó, en un primer momento, por disimularlo con una fantasmal sonrisa; aunque su rostro no tardó en dar paso a mueca sentida, circunspecta y dolida. Sabía muy bien a qué se refería Skadi: ella misma estaba librando esa batalla en su interior.

—Comprendo…

—… ¿Y tú, Sif? ¿Qué es lo que hacías aquí?

Sif no se esperaba en absoluto aquella pregunta. Había pensado que Vanargand se pondría a charlar sobre algún tema trivial y que podría solazarse un rato con sus chanzas, o con las pullas que muy puntualmente intercambiaba con Skadi. Se quedó boquiabierta y tuvo que apurar el último trago de su jarra para camuflar su perplejidad.

—A mi padre le gustaba contar historias aquí —“¡Mierda!”, se castigó para sus adentros—. Cuando yo era más joven, él se reunía en esta mesa con sus compañeros de caza. Recuerdo que mi padre era quien contaba los mejores relatos de todos, era quien más trofeos ganaba y, sí, también era quien meaba más lejos.

Las dotes urinarias de Heimdall eran por todos bien conocidas. A Vanargand aquello le arrancó una muy necesitada sonrisa; Skadi cabeceó en negación, aunque también sonrió.

Sif no entendía muy bien por qué, pero la verdad había aflorado de su estómago, dejándola expuesta, vulnerable y desnuda a la intemperie del Gran Albergue. Aquel fuego que la atenazaba por dentro, aquella presión que la martillaba con más fuerza que el propio Veraldur, había brotado al exterior como el chorro de vapor de un géiser.

Tal vez fueran las miradas penetrantes y calladas de Vanargand y Skadi; quizá la superstición fuera cierta y los ojos de los lobos sí fueran orbes de videncia privilegiada, capaces de ver más allá de las marañas de los engaños.

Vanargand se llevó una mano al mentón y se lo rascó. Skadi entornó sus ojos verdes.

—… Nunca celebramos el entierro de tu padre. Nunca cantamos sobre su gloria y sus hazañas a ojos de los espíritus y de los norn —apuntó Lobogrís. Cambió de posición y se volcó hacia adelante; su escrutinio sobre Sif se hizo más agudo—. Sif, he hablado con Madre Cuervo: está dispuesta a ayudarnos con el funeral. Me ha dicho que necesitaba a un acólito del Lobo para asistirla en la ceremonia, y aunque yo no soy un chamán…

La frase quedó suspendida en el aire. Sus pulmones se vaciaron de oxígeno. Los ojos de Skadi se clavaron en él como dos flechas vigilantes y duras, pero afectuosas. Tosió y se corrigió:

—… Aunque yo no estoy listo para ser un chamán aún, ella afirma que estoy preparado para llevar a cabo esta liturgia. Y me gustaría que tú te sumases a nosotros —Sif se quedó con el gesto descompuesto y los párpados abiertos como ventanas—. Sif, veneremos juntos la memoria de tu padre: unamos su pira a la de los difuntos del Paraje de Vanjir y a las de nuestros parientes fallecidos en el ataque de la Llama y la Escarcha.

Los ojos de Sif rodaron con melancolía hasta las vidrieras empañadas del Gran Albergue. Allí se amontonaban circuitos de venas heladas que amenazaban con romper el cristal.

—Ya es algo tarde para eso, Lobogrís…

—Nunca es tarde —objetó Skadi. Una chispa ambarina se había encendido en su mirada; el bosque de sus ojos estaba empezando a arder—. Sif, cuando Heimdall desapareció, nosotros te acompañamos. Éramos pocos y también era tarde, pero a pesar de todo lo hicimos. Porque… porque era lo correcto, maldita sea. ¡Y esto también es lo correcto!

Skadi le dedicó una mirada a Vanargand; él sonrió, orgulloso. Se le había pegado su forma de hablar. Había esgrimido sus mismas razones. El escaldo, Lobogrís, había plantado en ella su huella: una huella indeleble que ahora formaba parte de sí misma. Una huella de la que no quería desprenderse jamás.

—Mi tío Hrolf era un chamán del Lobo. Cuando mi abuelo murió, me dijo: “en la Niebla el tiempo es relativo, sobrino. Los espíritus del pasado y del presente brindan y festejan juntos. No importa cuánto tiempo haya pasado en este mundo, que sus salones solo conocen un jolgorio eterno. Y nunca es tarde para rendirle tributo a un ser querido”.

Sif apretó las manos hasta que los calambres se propagaron por sus extremidades. Su rostro estaba pálido, pero su mirada destallaba con una furia más fogosa que el color del oro fundido. La humedad se había acumulado en esos ojos, dotándolos de un resplandor metálico.

Asintió, sintiendo que el nudo de su garganta paralizaba sus cuerdas vocales. Tragó saliva, lanzó una exhalación fragorosa por las fosas de la nariz y respondió en voz alta:

—Acepto.

jueves, 10 de octubre de 2013

Vargamor

Trota salvaje por el monte, Lobo,
libres son tus pasos y libre es tu alma,
dueño de sueños y señor del bosque,
que no te frene ni el cepo ni el hacha.
Tu manada te llama con su canto,
un son que se alza hasta tocar la luna.
 
Radiante en el cielo espera tu luna,
su amante perdido tú eres, Lobo:
todas las noches le entregas tu canto,
la única cosa que besa su alma
vacía y hendida como por un hacha,
eterna guardiana y reina del bosque.
 
A ti se abren las sendas del bosque,
sigues la ruta que traza la luna,
veloz e imbatible cual filo de hacha.
Tus presas se esconden al verte, Lobo:
temible es tu ira y fiera tu alma.
¡Revélame el secreto de tu canto!

Te oí venir, lo supe por el canto;
te busqué toda la noche en el bosque;
no te encontré, lo que hirió mi alma;
no hallé consuelo aullando a la luna.
Siento que te burlaste de mí, Lobo.
Tu indiferencia duele más que un hacha.
 
Incrusté bien fuerte en el suelo mi hacha,
me armé de valor y entoné mi canto:
“mi don es ponerme la piel del Lobo,
correr con la manada por el bosque.
Soy invencible a la luz de la luna,
mi magia reside en lo hondo del alma”.
 
Yo soy un vargamor en cuerpo y alma.
Mis garras se hunden más duras que un hacha;
mi fuerza aumenta al erguirse la luna;
la naturaleza se une a mi canto:
hablo con la voz inmortal del bosque.
Ese es el poder que me ha dado el Lobo.

Sabe que mi alma pertenece al Lobo;
con él, mi hacha y mi canto son certeros:
agitan el bosque y alcanzan la luna.

viernes, 4 de octubre de 2013

La flauta de la cazadora

A Skadi Luna de Lobo.

Érase una vez en las Colinas del Caminante una heredad donde se congregaban grandes cazadores, ruidosos beodos y escaldos famosos.

En esa heredad todos los años, en conmemoración de una larga tradición familiar, tenía lugar en la estación del Céfiro una competición de cacería: los mejores rastreadores de la región acudían a mostrar su valía, pues el premio consistía en un opíparo festín, en una obra de artesanía y bebidas alcohólicas gratuitas durante todo el año.

Aquel año en concreto se reunieron nueve de los cazadores más aclamados del país: Olaf el Sordo, quien percibía los temblores de las presas en la tierra; Harald Sturluson, cuyas imitaciones de predadores paralizaban de miedo a sus enemigos; Runa Tramparcana, que colocaba campos mágicos invisibles para atrapar a sus presas; Grima Ingvildottir, una mujer enorme y tan poderosa como la Osa; y así otros cinco campeones norn, rudos, severos, impasibles, todos ellos dispuestos a ganar.

Todos los años aparecía algún candidato sorpresa, y aquel año no fue la excepción: cuando los nueve grandes cazadores vieron presentarse como aspirante a la hijuela pecosa y flacucha del posadero, de apenas diez años de edad, estallaron en risas.

Todos llevaban armas inmensas y afiladas: hachas de hierro negro, escudos de madera de roble y pellizas hechas con piel de lobo; ella, en cambio, tan solo portaba una cómoda muda de lino y una flauta de madera estilizada en sus manos.

—¡Jamás vi un arma tan penosa! —se jactó Grima—. ¿Cómo vas a matar algo con eso?

Olaf el Sordo, como siempre, no oía, pero su mueca reflejaba un desdén absoluto. Runa la sonrió con condescendencia. Harald estaba serio.

—¡Déjala en paz, Grima! —replicó Harald—. Si quiere competir que lo haga. Una mocosa diminuta con un pequeño flautín no podría derrotar ni en un millón de años a los mejores cazadores de las Colinas del Caminante.

Y cuando el dueño de la heredad dio la marca, los nueve grandes cazadores se dispersaron por la fronda, corriendo en busca de su trofeo. La muchachita, calmada, se internó en el bosque y caminó varios minutos hasta encontrar un tocón de roble. Allí se sentó y sacó su flauta, cerró los ojos y se puso a tocar una dulce melodía.

Lo que ninguno de esos grandes cazadores sabía era que la flauta estaba encantada: procedía de una antigua leyenda y desde siempre había servido a su familia. Las notas de la flauta resonaron por las ramas de los árboles, vibraron entre el follaje y mecieron las hojas perennes; y pronto, una manada de cervatillos se acercó a la chiquilla para husmear, fascinados por el sonido del instrumento.

La chica sonrió, hizo la flauta a un lado y uno a uno fue contándoles a los ciervos su plan. Ellos asentían y se intercambiaban miradas de complicidad a medida que la oían.

Cuando llegó la noche, los nueve grandes cazadores, agotados, emprendieron el regreso a la heredad. Grima llevaba un grifo apiolado a sus espaldas, Runa había cazado una docena de conejos, Olaf arrastraba con esfuerzo un inmenso jabalí, y Harald había ensartado en su lanza la testa de un minotauro. Para llegar tenían que cruzar el claro donde estaba tocando la niña, y lo que presenciaron los dejó estupefactos.

—¡Tú! —exclamó Runa—. ¿Has cazado a esos nueve cervatillos? ¿Cómo lo has hecho?

La chiquilla sonrió y asintió con fuerza. Los cervatillos, tendidos en la hierba y cuidadosamente quietos, se habían puesto de acuerdo para fingirse abatidos. De haber sido la tarde más clara y no así nubosa, los cazadores habrían reparado en el engaño, y es que a algunos de ellos se les cosquilleaban las barrigas de la diversión.

Olaf se dio una palmada en la cara, aulló sordamente y dejó caer su pieza. Uno por uno, el resto de cazadores fue abandonando el calvero, resignados. El último en marcharse fue Harald, quien tenía las facciones de piedra y la piel pálida a causa del estupor.

—Tú, niñita, nos has dado a nosotros, grandes cazadores, una lección: no se debe infravalorar a aquel que parece más débil, pues todo el mundo conoce alguna artimaña y hasta la cosa más impensable puede tornarse en un arma en las manos adecuadas.

Harald reverenció a la muchachita y se largó, soltando el cráneo en el suelo.

En cuanto todos se hubieron ido, los cervatillos se levantaron y la niña rompió a reír en sonoras carcajadas. Los ciervos se pusieron a brincar a su alrededor, felices, ejecutando una danza salvaje; la chicuela se llevó la flauta a los labios y entonó para ellos la más cálida y gratificante de las canciones: la canción de la victoria.

Moraleja: No subestimes a los que son menos aptos que tú, pues de seguro se guardan un as en la manga.

lunes, 30 de septiembre de 2013

Berserkerismo y metamorfosis

He añadido un nuevo punto al ensayo del Tótem del Lobo.

Lo comunico por aquí para no afear el texto repartiéndolo en dos publicaciones. Lo que he hecho ha sido editar directamente la entrada original e incluir al final del todo el punto de Berserkerismo y metamorfosis, complementario en relación a la parte ritualística y que comporta una conclusión muy necesaria para mi discurso.

¡Un saludo!

El advenimiento del Cuarto Thane

El salón está en silencio,
deja de oírse la fragua;
suena un trueno.
Estalla luego el incendio,
sangre lloviendo como agua;
¡desenfreno!

Y así el tercer thane muere
y al cuarto le cede el trono,
derrotado.
Una maldición profiere
cantándola en alto tono:
¡EXILIADO!

—Autor desconocido. Traducido y adaptado por Vanargand Lobogrís.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Tótem del Lobo

Los que amamos el folclore debemos garantizar que la tradición oral de nuestra cultura se preserva por medio de la canción, los cuentos populares, los refranes y la literatura.

A nosotros nos corresponde la labor de salvaguardar lo que es más sagrado y valioso de un pueblo, amén de la salud de sus gentes: su legado, su trasfondo y su raigambre; todo con el fin de que nuestros descendientes puedan hallar en el estudio del pasado las claves a los problemas a los que tendrán que plantar cara en el presente y en el futuro.

El Lobo, como espíritu de la naturaleza y salvador de los norn, nos brinda su sabiduría en la forma de rastros de pisadas en la nieve y de aullidos melifluos al anochecer. Depende de nuestros chamanes, de nuestros escaldos y de nuestros eruditos dotar de sentido y poder a esas marcas. Y eso es exactamente lo que yo me he propuesto hacer.

He recopilado todo lo que sé acerca del espíritu del Lobo en estas páginas. Y espero que tu comprensión sobre el Lobo y sobre el chamanismo norn aumente tras la lectura.

—Vanargand Lobogrís.

Simbología del Lobo

El Lobo es uno de los guías animales más prominentes de la cultura norn. Su espíritu nos enseña las lecciones de la lealtad y de la confianza en nuestros seres queridos, nos alienta a escuchar a nuestros instintos y a vivir en comunidad, en manada.

El Lobo es un depredador que nunca caza solo. Su manera de afrontar los obstáculos no radica en la fuerza, sino en la inteligencia y en la cooperación: los lobos no se lanzan a la carga contra sus enemigos ciegamente ni tampoco basan su poderío predatorio en el acecho; los lobos planifican y ejecutan estrategias grupales bajo el liderazgo de su alfa. Son aprendices consumados, muy observadores, que desarrollan tácticas flexibles; es esa astucia, cultivada mediante la educación en manada, la que los hace tan temibles.

Observando la conducta de los lobos uno aprecia enseguida su solidaridad: los lobos son seres gregarios que juegan juntos, emigran juntos y se defienden los unos a los otros. Los adultos nutren a las crías y cuidan de los enfermos aun a costa de su beneficio personal; los ancianos también tienen su lugar, encargándose de la vigilancia de los cachorros cuando los cazadores abandonan el cubil, y saben hacerse a un lado en el momento en el que su existencia lastra o hace peligrar la supervivencia del colectivo.

El Lobo nos habla de la abnegación, del sacrificio y de la entrega a los congéneres, una moraleja que ejemplificó a la perfección Braham Eirsson en su liza por salvar a los habitantes del Paraje de Roca de la Alianza Fundida. También promulga la adaptación ante el cambio: las manadas no tienen reparos en trasladarse a nuevos cotos de caza cuando la comida en su zona escasea. Sus sentidos agudizados, probablemente una de sus mejores bazas, nos animan a servirnos de nuestra intuición, de nuestras “entrañas”, a la hora de resolver los dilemas más perentorios que se presentan ante nosotros.

El componente intuitivo del lobo se pone de relieve en la acentuación de sus sentidos: el olfato, la vista y el oído de los lobos apenas tienen par en el mundo natural. Son rastreadores natos y por eso a menudo se los vincula con el ideal de la búsqueda de los sueños, como el de la libertad, de la gloria y de los deseos (sueños que, desde un punto de vista simbólico, tendrían su génesis en la misma médula de las pasiones). De ahí que otro de los puntos que destaque el Lobo sea el papel de las corazonadas: donde la razón más laberíntica, torcida y oscura no puede mediar, el corazón conoce la respuesta (no en balde, el co-razón es la víscera que co-mplementa y dota de significado a la razón).

A diferencia de los perros amaestrados a los que entrenan los humanos, los lobos no obedecen los designios caprichosos de nadie. Los adultos educan a las proles de la camada para convertirlas en cazadores; y a su vez, cuando ha llegado a la adultez, cada lobo decide si partir de la calidez del hogar para establecer su propia familia o si quedarse con sus parientes a fin de instruir a las nuevas generaciones. Es precisamente esa imagen indómita la que le da al lobo su reputación de independencia: el lobo encarna con fidelidad el carácter de la naturaleza salvaje que no ha sido domeñada; más aún por la comparación que puede hacerse con sus sucesores domésticos krytenses.

Los lobos son grandes comunicadores, naturalmente elocuentes y sensibles hacia las emociones de quienes los rodean, y no es de extrañar que entre las filas de sus adeptos no solo se encuentren cazadores, dueños de heredades, mercaderes y guardias; los chamanes y los escaldos cumplimos un rol fundamental en lo tocante al culto del Lobo. El lobo, como animal social, depende de la gesticulación facial y corporal para organizarse; está habituado, por tanto, a intercambiar información con los suyos. Incluso sus aullidos pueden figurarse como canciones: expresiones de melancolía por la pérdida de un hermano de manada, cantos de júbilo y hasta himnos étnicos.

La habilidad sin igual del lobo para pergeñar maniobras de caza, la potencia de sus sentidos primordiales y su destreza legendaria en las artes del lenguaje acotan el radio de influencia del Lobo a unos límites difíciles de imaginar. El compromiso con la manada, la devoción por el prójimo y la fiereza en la custodia de los suyos son algunos de los rasgos más admirables y paradigmáticos que personifica el tótem del Lobo.

Así pues, el espíritu del Lobo nos predica un mensaje muy simple: céntrate en tu familia y en tus amistades; colabora con ellos para alcanzar la gloria; transmite tus sentimientos y tu experiencia a otros; conságrate a la conservación de los tuyos; confía en la veracidad de tus impulsos y no desfallezcas buscando tu camino; fíate de tus instintos y aprende todo lo que puedas para soslayar las situaciones inesperadas con ingenio.

Misticismo del Lobo

En el árbol simbólico del Lobo se entroncan otras señales místicas que refuerzan su poder y su autoridad. Por ejemplo: la luna, objeto que simboliza la calma y, de algún modo en asociación con el lobo, también el romance imposible; los ojos del lobo cuentan con una cualidad única en tanto que desveladores de mentiras; la huella del lobo apela a nuestra voluntad para perseguir tenazmente nuestros deseos; la piel del lobo, vista como un fetiche entre los berserker, se utiliza para concitar la metamorfosis…

El favor del Lobo es comúnmente invocado cuando está en juego la vida de nuestros seres queridos; también es un guía efectivo a la hora de rastrear, bien sean objetivos simples como una presa en una cacería, u otros más magnos como lo son nuestros verdaderos anhelos. Esa es la característica que le da al Lobo su talante de libertario: siguiendo sus auspicios, el afamado pionero Romke llegó hasta aguas orrianas y, aunque lo aguardaba un destino ominoso, logró realizar su empresa de ver mundo. De ahí que la huella del lobo sea un vestigio depositario de la semilla de la libertad: advertir la planta del lobo impresa en la nieve cuando nos hemos perdido es un indicio de buena suerte; muy a menudo, sus pisadas son las pistas que nos marcan el trayecto a seguir.

La visión de los lobos ululando a la luna se contrapone a su imagen de ferocidad: bajo la radiación del astro de plata, el lobo se pronuncia artísticamente en la forma del canto. La luna es el signo astrológico que avala al Lobo y que multiplica sus energías; bajo su abrigo, los lobos cazan y viven. La luna, se podría decir, es un aspecto positivo para los lobos, un bastión cuya luz refleja el descanso, la iluminación y la bondad en la manada. Es, podríamos añadir desde una perspectiva metafórica, el espejo donde se proyectan las ansias del lobo; el disco blanco y cristalino donde ve espejada, según el mito, su alma. Si bien, en la mitología la primera luna llena de invierno o Luna del Lobo es el anuncio de una cacería, e indica que los lobos merodean por los páramos en pos de sustento.

Retomando esta estela, el canto del lobo, su aullido, es una de las melodías más bellas y estremecedoras que pueden oírse en la selva. Al igual que la luna, y en armonía y tensión simultáneas con esta, el aullido es otra de las enseñas mágicas del Lobo: es un grito que hace aflorar en sus oyentes los sentimientos más primigenios. Si hubiera que trazar una ruta al nacimiento de la música, yo apuntaría al canto de los lobos como su punto de partida. Ese torrente de emociones nítidas que fluyen por medio del aullido nos hace sintonizar con ese residuo latente, primitivo e incorrupto de nuestro lado animal.

En cuanto a los ojos del lobo, su conexión con el hallazgo de la verdad tiene unas raíces extensas que se remontan a la superstición: como animal comunicador, el lobo en la cacería debe producir mensajes sutiles que se vehiculan a través de la mirada. Los lobos son criaturas empáticas, acostumbrados a leerse los unos a los otros y a estudiarse hasta conocerse en profundidad. Un buen alfa sabe lo que sienten el resto de lobos de la manada con tan solo mirarlos a los ojos, de ahí que su mirada goce de tanta fuerza espiritual: los ojos del lobo consiguen penetran en lo más hondo de nuestro interior.

La piel del lobo disfruta de una notoriedad reseñable: bien es sabido que entre los norn es larga y dilatada la tradición teriantrópica; esa costumbre, que se ancla en un prolijo trasfondo animista, a día de hoy ha perdido gran parte de su carga ritual. Ponerse la piel del lobo, antaño, era una metáfora para la conversión; mas no consistía en un viaje únicamente corporal o estético, sino en una mudanza anímica al completo: transformándote en el Lobo no solo ganabas sus impresionantes dotes físicas, sino que compartías su espíritu, su forma de contemplar el mundo y su propósito primal.

Para terminar, la visión del lobo solitario constituye también un emblema en sí misma: el lobo solitario ilustra magistralmente la búsqueda de uno mismo y va en liga con el don para la indagación del Lobo. El lobo solitario es el blasón de muchos jóvenes que están forjando su devenir; se identifican, en este sentido, con el lobo, ya que, habiéndose desgastado los lazos familiares que los ataban, ahora reposa en sus hombros la obligación de formar una familia y de labrarse un porvenir en el mundo.
 
Atributos del Lobo

Los atributos que se afirman en el tótem del Lobo son múltiples y variados. No obstante, pese a lo arduo de la tarea, he realizado una selección de los ocho que considero críticos y en los que pienso que se solidifica la esencia del espíritu del Lobo:
  • La lealtad.
El lobo es un animal de manada: nace en la manada, se cría en ella, y aunque pueda separarse por un breve periodo de tiempo de sus semejantes con el fin de crear su propia manada, nunca se divorcia de los suyos hasta que le llega su última hora.

Solo aquellos que traicionan a la manada, que la descuidan o que la menoscaban pierden su título como miembros. Para ellos, el castigo oscila entre el desprecio y la hostilidad.

La lealtad férrea de Braham por el Paraje de Roca nos sirve aquí en calidad de modelo.
  • La compasión.
Los lobos tienen en alta estima los preceptos altruistas: velan por los miembros más débiles de la manada y por su progenie durante las hambrunas y en las épocas de enfermedad. Todas las madres son celosas con sus camadas; en el caso de los lobos, este trato formidable se extiende a todos los miembros de la manada: hermanos, padres, abuelos, tíos y otros agregados ponen su grano de arena para defender a los cachorros.

Inclusive se han dado casos de lobos que admiten entre los suyos a los hijos de otras manadas que se han extraviado; y a veces, aun a cachorros de otras especies.

Eir Stegalkin, cuyo nombre se traduce como “compasión”, es un paragón de esta virtud.

En la heredad de Skovtrolde, en las Colinas de Guaridadraga, se refugian los huérfanos de las batallas de las Picoescalofriantes. La heredad es vigilada por el chamán del Lobo local: Hraggorn asiste a la sylvari Cydwenn en la manutención de los expósitos.

También es digna de mención la historia de Goedulf, el patrón de los niños perdidos que, según narra la fábula, aulló para que la manada salvase a una niña abandonada.
  • La ferocidad.
Los lobos son distinguidos por su fiereza; una parte de ese renombre proviene del prejuicio, pero es cierto que los lobos no vacilan a la hora de derrotar a sus víctimas. Su sentencia de muerte suele ser rápida y mortífera: una mordedura limpia en la yugular. Y una manada de lobos puede ser un enemigo terrorífico si siente bajo provocación.

Skarti y Sigfast, los líderes de la Camada, el cuerpo policial de Hoelbrak, representan apropiadamente el atributo de la ferocidad: como guardianes de Hoelbrak, su política ante los que atentan contra la armonía en la ciudad es administrada veloz y brutalmente.
  • La inteligencia.
Frente a otros animales, los lobos brillan por su intelecto. Para localizar el sustento, a veces siguen el vuelo de las aves de rapiña (que por norma van a la zaga de carroña); emplean planes de caza dinámicos y nunca tropiezan dos veces con la misma piedra.

El lobo aprehende deprisa las lecciones vitales, sobre todo en lo relativo a lo que lo hiere y a lo que no. Y su mentalidad de manada hace que las propague a sus camaradas.

Eir Stegalkin, de nuevo, es imprescindible en el Filo del Destino por su astucia militar.
  • El apetito por la libertad.
Al contrario que sus primos domesticados, los lobos son seres insumisos que solo existen en estado silvestre. Aunque un entrenador habilidoso puede granjearse el afecto y la fe infranqueable de un lobo, su hábitat por excelencia se ubica en los bosques.

Esta cualidad se blande como un estandarte de libertad: no hay cadena alguna que pueda doblegar al Lobo: su orgullo indomable está por encima de todo género de constricción.

Romke despliega muy bien este atributo: su misión lo llevó a transitar aguas orrianas.
  • La comunicación.
Los lobos de la manada se entienden entre ellos con solo mirarse a los ojos. Son expertos en el lenguaje gestual y en la comunicación por medio de los aullidos: sus ululatos pueden denotar peligro, desafío o incluso nostalgia por un hermano difunto.

El código lingüístico de los lobos es más complicado que el de otros animales: poner tiesa la cola, echarse al suelo, alzar las orejas, husmear o volcarse en la tierra para exponer el vientre son algunas de las señas que contienen significado para la manada.

Fastulf Jotharsson es uno de los Oradores de Hoelbrak y chamán del Lobo. Él gestiona los asuntos concernientes al albergue y se ocupa de recibir a los invitados en persona.
  • El carisma.
Una de las facetas que emerge orgánicamente del control de la órbita social del Lobo. La existencia de un lobo alfa en las manadas, que no es necesariamente siempre el más fuerte, nos revela el magnetismo del lobo y sus complicadas relaciones intragrupales.

Algunos de los elegidos del Lobo son conocidos como líderes célebres: Eir Stegalkin y su hijo Braham son los más eminentes; Romke también fue galardonado por el Lobo.
  • Una íntima conexión con los instintos.
El Lobo está hermanado con todos los elementos que componen la estampa agreste: sabe leer el mensaje del follaje agitándose, el de la maleza desbrozada y el de las bandadas que emigran. Su conocimiento intrínseco del escenario forestal lo erige en un guardián privilegiado que está en una absoluta armonía con lo que ocurre en su entorno.

Al maestro Solvi, havroun del Lobo, se le atribuía este aspecto. Ahora ha recogido el testigo su discípula, la aprendiza Valda, que está en contacto directo con el Lobo.

El lado oscuro del Lobo

Al contrario de lo que piensan los humanos, el lobo no es una bestia taimada y voraz que abate a sus presas en un arrebato desenfrenado de sed de sangre. Si estudiaran en profundidad su historia, los humanos serían conscientes de los terribles atropellos que han cometido contra este noble animal: han invadido sus cotos de caza y, tras haberlo dejado sin alimento y haberlo forzado a matar a sus ganados para subsistir, lo han inculpado de calamidades y de atrocidades que solo la mente humana puede concebir.

Así, en algunos pueblos la fama del lobo lo sitúa en un estatuto infame: el lobo adopta la función de presagio de catástrofes y de debacles, pues el progreso industrial le ha impuesto que se alimente de restos al no quedarle otras presas que cazar. Se le ha aliado con entidades sobrenaturales por el fatídico devenir de sus primos, los huargos; y al resistirse al látigo de la dominación humanizadora, en un acto de rebeldía frente a sus parientes perrunos, los humanos han juzgado su insubordinación en clave de guerra.

En esa malignización, propia de la laxitud moral más vergonzosa y de una ignorancia superdotada, el lobo ha adquirido la responsabilidad por las penas de la humanidad y se ha tornado en su chivo expiatorio. Cuando los vecinos se asesinan entre ellos y quieren evadir las consecuencias de sus crímenes, la figura del lobo es la que los salva; cuando un ganadero sabotea a otro, son los lobos quienes asumen las culpas de los destrozos. De esa cobardía descarada emanan un sinfín de relatos espeluznantes que cristalizan en metáforas tales que “el lobo bajo la piel del cordero”, o en advertencias a la voz de “que viene el lobo”: claras muestras de la imbecilidad supina que padecen algunos humanos.

Empero la realidad es muy distinta a la ficción: los lobos nunca atacan por diversión. No juegan con la comida, en oposición a los felinos; matan para sobrevivir y suelen mantenerse alejados de los asentamientos de las razas civilizadas. Solo un lobo cuyo territorio ha sido vulnerado, que ve a los suyos bajo amenaza inminente o que está sufriendo un hambre atroz se atrevería a agredir a un humano o a un norn.

Pese a todo, ese prejuicio infiel acerca de los lobos todavía circula a lo largo de Tyria. Sin embargo, el lado oscuro del tótem del Lobo existe y se materializa en numerosas formas: cuando un culto dominado por la ley del más fuerte avasalla a los débiles (como es el caso de los Hijos de Svanir, aunque su descreimiento del Lobo es un hecho constatado); cuando las clases políticas más altas de los humanos se lucran con los impuestos de las más bajas; cuando una banda criminal atraca a los desfavorecidos…

Ese tipo de asociaciones no cuentan con el respaldo del Lobo. Sus manadas son un pacto de conveniencia; carecen de empatía y de cohesión. Su objetivo es el beneficio personal por medio de la actuación grupal. No entienden lo que representa el espíritu del Lobo: un miembro de la manada debe estar dispuesto a sacrificarse por el bienestar de los demás, porque todos son iguales a los ojos del Lobo. Un auténtico miembro de la manada jamás trataría con desdén a los menos aptos, ya que el Lobo sabe que las aportaciones de TODOS los miembros de su manada son imprescindibles e invaluables.

Esa degeneración del espíritu benévolo de la manada nace del impulso egoísta de pretendernos mejores que el otro. Bien es sabido que la adhesión a un grupo otorga cierta seguridad y firmeza; a veces, la única meta de ese poder es la de sojuzgar a otros, la de aprovechar el tesón y el empuje de los compañeros para alzarse por encima de los demás. Ese es el síntoma más notable de la perversión de las enseñanzas del Lobo.

Entre los norn hay un epíteto para designar a esta clase de individuos: los llamamos varg. El varg es un norn que otrora perteneció a la sociedad, un colono de una colección de heredades o un lugareño de Hoelbrak; al probarse delictivo e incapaz de convivir con otros, el varg ha firmado su condena de destierro. Al igual que en las manadas, aquellos que no contribuyen al bien común o que muestran tendencias agresivas son repudiados y exiliados. Así, el varg es un proscrito que vaga en soledad por las Picoescalofriantes y que tiene prohibido recibir incluso los gestos de hospitalidad más primarios.

¿Cómo honrar al Lobo?

Los rituales de invocación del Lobo deberían tener en cuenta sus espacios de actividad preferidos: el Lobo se siente más confortable bajo la luz de la luna, a medianoche, en un área boscosa que esté circundada por la vegetación y por la fauna nocturna. Sus santuarios se esparcen por las Picoescalofriantes en zonas rurales como las que he descrito antes, o en cuevas que actúan como cubiles para las manadas sagradas.

Los focos, reliquias y tallas con iconografía de lobos y de signos lunares son materiales de ayuda a la hora de evocarlo. La recitación de mantras, de canciones y de versos que apelen a la naturaleza del Lobo son palabras de conjuración para solicitar su auxilio; en especial, aquellas que guardan una mayor similaridad fónica con los aullidos. Y las ofrendas como las piezas de carne que han sido cazadas en conjunto, concretamente las más ricas en nutrientes como el hígado, suponen una donación adecuada para el Lobo. Además, el uso de cuero de lobo, de talismanes confeccionados con sus zarpas y de collares hechos con los dientes de los compañeros de manada caídos suelen ser parte integral de la indumentaria litúrgica. Lejos de ofender al Lobo, vestir sus pieles es el mejor indicativo, a la antigua usanza de los berserker, de la ambición de fundirse con él.

En lo referido a las prácticas ritísticas, el Lobo da su beneplácito a las cacerías hechas en su nombre. Su implicación en el ciclo de la vida y la muerte como uno de los predadores mejor posicionados de la cadena trófica es de importancia capital: las manadas, por norma, cazan a los individuos enfermizos y ancianos de los grupos de herbívoros, hecho que mejora al mismo tiempo la vitalidad del rebaño de presas. Las danzas tribales en torno a la lumbre han sido desde tiempos pretéritos otra manera de comunicarse con el Lobo: durante el ejercicio, el invocador comulga con el Lobo imitando sus aullidos, sus gesticulaciones y su trote; el fuego es el catalizador ritual, y a él se añaden como sazón hierbas aromáticas que al quemarse desprenden una fragancia de corte alucinógeno, con el objeto de inducir en el taumaturgo episodios de delirio.

En estos ritos, la escenificación alegórica de imágenes de cacería también sirve como puente de enlace entre el chamán y el espíritu con quien entra en comunión. La puesta en escena de estas prácticas es el producto de una interpretación dramática; las carnicerías llevadas a cabo bajo el pretexto de la reverencia al Lobo son impiedades de degenerados que se merecen la sanción más grave. La mutilación de extremidades, la extirpación de órganos y la consumición de vísceras son, asimismo, hábitos primitivos que se encuadran mucho mejor en el ámbito ceremonial de culturas como la grawl. La adoración a los espíritus de los norn es mucho más simbólica y pacífica que todo eso.

Mientras que la entonación de ensalmos y de plegarias tiene su fundamento en un tipo de hechicería que en las fuentes antiguas se denominaba galdr, originariamente el culto a los espíritus pasaba primero por las tecnologías del seidr que acabo de enumerar: los bailes, la representación dramatúrgica y la emulación del guía animal. Las dos clases de brujería coexisten hibridadas en la actualidad: los cánticos y la actuación, aunque son el reflejo de dos escuelas de magia distintas que comportan modos diferentes de concebir el fenómeno sobrenatural, dibujan el contorno de un paisaje divino en el que la escisión de la faceta emocional frente a la racional se reduce a una categoría puramente nominal.

Hay otras maneras de agradecerle al Lobo su servicio y de rendirle tributo: las actividades cooperativas, bien sea beber y cantar en una heredad junto a los amigos, participar en una partida de cazadores para darle fin a un oponente digno, salvarle la vida a un igual que está en apuros o en peligro de muerte… O cosas menos laboriosas como preocuparse por la familia de uno o proporcionarle información, mantas y vituallas a un caminante extraviado, son acciones de que las que se enorgullece el Lobo.

Desoír el consejo de los seres queridos, ignorar las recomendaciones de los ancianos, enfrentarse en solitario a un reto que nos supera con creces por terquedad o por una ambición desmesurada de gloria, son, entre otros, actos que desaprueba el Lobo. La mentira indiscriminada, el uso del engaño para obtener nuestros fines, la renuncia a implicarse en el ámbito social de procedencia y la comisión de males contra los más desvalidos de una agrupación, heredad o ciudad, son acciones que enfurecen al Lobo.

Los aventureros y cazadores que viajan y se oponen a la adversidad junto a sus aliados, los oradores y escaldos que conmueven los corazones con sus palabras, los sabios y chamanes que traspasan su sapiencia a las generaciones noveles de la manada, los guerreros y guardianes que se inmolarían a sí mismos para proteger a su pueblo, son todos benditos por el Lobo. Los asesinos, ladrones, ermitaños lunáticos y embusteros tienen suerte de salir indemnes de la cólera de los auténticos seguidores del Lobo.

Berserkerismo y metamorfosis

La incorporación del alma del Lobo es el hito al que aspiran las técnicas del seidr y del galdr: por medio de un ejercicio de mímesis tanto corporal como espiritual, el taumaturgo catapulta su espíritu a lo más hondo de la Niebla en busca de su corresponsal lobuno. Si ha ejecutado correctamente las plegarias, las ofrendas y los ritos, si con sus acciones ha probado ameritar el favor del Lobo, su espíritu guía contesta y lo impregna con su aura. Esto es: el Lobo y su invocador se funden en uno.

Antes de comenzar creo que sería apropiado establecer qué es la metamorfosis norn y qué no es. Opuestamente a lo que se piensa en algunas provincias supersticiosas, la metamorfosis licantropía en este caso NO nace de una fuente de poderes malignos que imbuye de energías ultraterrenas y de ansias carnívoras a quienes la solicitan. No es, tampoco, una permutación estética o de glamur como las que ofician los ilusionistas; la transformación de los norn es tanto física como anímica, y afecta a la capacidad para admirar el mundo (y al modo en que se hace) tanto como a la disposición anatómica.

El cambiante norn, también llamado teriántropo en los textos clásicos, es un ser en íntima sintonía con su faceta salvaje y animal, faceta irrenunciable e intrínseca a todos los seres que pueblan Tyria. Mediante el reconocimiento de su conexión con las criaturas que habitan los bosques, las llanuras y las estepas heladas, el teriántropo gana la habilidad de mimetizarlas, de ligarse a ellas de manera instintiva. Puesto que todo ser viviente tiene un espíritu, es posible que existan más mutaciones que las que hemos atestiguado; sin embargo, las más conocidas son las que otorgan los cuatro espíritus guardianes de Hoelbrak: el Lobo, el Cuervo, la Osa y la Pantera de las Nieves.

La metamorfosis no es un trance agónico salvo para aquellos que se resisten a él; por el contrario, yo lo definiría como uno extático. Es un don, una regalía concedida por los espíritus. No es una maldición ni tampoco, por norma, concita un estado de descontrol y de frenesí irreparable en el taumaturgo. A aquellos guerreros que pierden el dominio de sí mismos durante estos episodios de transformación los llamamos berserker: estos individuos no se esfuerzan por mantener la armonía entre la mente consciente del norn y la mente inconsciente del animal; se rinden a su lado bestial en la liza y eso los torna en temerarias tormentas de destrucción que no sienten el dolor, el frío o el cansancio.

Aquellos que se someten durante periodos de tiempo demasiado prolongados a los deseos de su espíritu animal pueden ver su identidad navegando a la deriva o incluso diluida bajo el peso de sus pulsiones más básicas. La metamorfosis no está exenta de peligros y la mayoría de los norn son precavidos a la hora de pedirles su intervención a los espíritus: abusar de tus poderes, emplearlos para mal u obrar en desacuerdo con los dictámenes de tu patrón puede conllevar la pérdida total o gradual de su beneplácito. Pero la gracia de los espíritus se puede recuperar: ¿quién no ha oído de la cruzada de Jora por recobrar el amor de la Osa y de su heroísmo al encarar a su hermano Svanir?

Así pues, y recapitulando, la condición teriantrópica en los norn se origina en nuestro vínculo con los espíritus. El poder del que hacemos gala es prestado y reside en nuestra memoria racial; es innato, aunque depende de las fuerzas divinas que entretejen nuestro destino. El punto de encuentro entre el norn y su tótem es uno de tensión: se sitúa en un precario balance entre su semblante reflexivo y el irreflexivo. Aquellos que reniegan puntualmente de este equilibrio son llamados berserker, empero quienes abjuran persistentemente de él se arriesgan a ver su identidad hecha jirones irremediablemente.

Hubo una época en la que los adeptos del Lobo que se ponían su piel —una de las metáforas más populares con la que hacer alusión al cambio— eran llamados ulfhednar (ulfhedinn en singular), que significa “pieles de lobo”. En mi manada esta tradición se conserva, y ese es el epíteto que engloba a todos los miembros que la integran; no obstante, voces como esta han caído en desuso en pro del término berserker, más general e infinitamente mejor conocido allende los confines de las Picoescalofriantes.

Para concluir estas líneas, me gustaría animar a los partidarios del Lobo que están leyéndome a que rescaten de las brumas del Olvido esta y otras expresiones a las que he ido refiriéndome a lo largo del texto; a que se enorgullezcan de la nobleza de su grey y a que aúllen con regocijo por su pertenencia a la manada del Lobo. Creo firmemente que el tiempo de la Osa, en el que cada norn componía su saga en base a sus hazañas personales, ha pasado; esta es la era del Lobo: en ella, el Sino de los norn se escribirá de acuerdo a nuestra competencia para superar los desafíos unidos, como una manada.

Solo así reivindicaremos las Lejanas Picoescalofriantes. Solo así perduraremos ante las asechanzas de Jormag y ante el tumor en metástasis de la progelie que infecta Tyria.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

La Corona de los Tres Thanes

Cuenta la leyenda que hace cientos de años existió un clan enano en las profundidades del Paso de Lornar. Sus galerías subterráneas se extendían desde el norte hasta el sur de la región, y los viajeros más fantasiosos aseguraban que sus túneles estaban plagados de yacimientos de piedras preciosas.

Un día, el sabio y anciano thane que gobernaba el clan en aquella época, murió. Tan repentino fue su deceso que no tuvo tiempo de nombrar un heredero, así que sus tres vástagos eran candidatos por la dignidad de thane.

El más joven era un pionero empedernido, y esgrimía como razón de peso para defender su derecho a la corona que había viajado por la superficie y que conocía Tyria como la palma de su mano, que estaba más que preparado para hacer frente a todas las amenazas que vinieran del exterior y para establecer nuevas relaciones comerciales.

El hermano mediano era un maestro de excavaciones. Argumentó que merecía el puesto de thane porque gracias a su habilidad para descubrir minas de oro los enanos del clan se volverían adinerados y opulentos, nunca les faltaría la comida y llevarían una existencia acomodada y plácida.

El más mayor de los tres era un guerrero consumado. Había plantado cara a los esbirros del Devorador en infinitud de ocasiones y argüía que tanto en experiencia como en fuerza aventajaba a sus otros dos contrincantes; que jamás los enanos del clan tendrían que preocuparse por el acoso de sus enemigos.
 
Para poner fin al conflicto, los tres thanes firmaron un pacto: cada uno de los hermanos gobernaría un año; al año siguiente, le tocaría al siguiente reinar. Y durante mucho tiempo, el clan prosperó y los enanos se hicieron ricos, poderosos y célebres, porque con las virtudes combinadas de los tres thanes, no había nadie que pudiera desafiarlos.

Hay quien cree que el relato debería terminar aquí. Hay quienes piensan que este habría sido un desenlace idóneo, con una moraleja estupenda que transmitir a las generaciones venideras; sin embargo, esas personas no son conscientes de la auténtica naturaleza de la historia. Más allá del giro inesperado y de los artificios de los que nos valemos los cuentacuentos para mantener la intriga hasta el final, lo cierto es que el sabor de la verdad es agridulce. Y la crueldad de la realidad supera con creces a la de la ficción…

Para conmemorar el aniversario de su reinado, los hermanos le encomendaron a un reputado orfebre que fabricase una pieza de artesanía que simbolizase la gloria de su triunvirato; un adorno que encarnase las bondades de cada uno de los dirigentes de su pueblo y con el que pudieran sentirse identificados; un aderezo que exaltase el triunfo de la unidad y de la fraternidad.

Así pues, el orfebre creó una corona como ninguna otra se había hecho jamás: el aro metálico de la base estaba forjado con acero deldrimor y había sido bendecido por el Gran Enano, en un gesto de tributo hacia el mayor de los hermanos; motivos de grifos dibujados en una filigrana de oro blanco ornaban los contornos de la pieza, en señal de homenaje a la expedición del menor de los hermanos; y por último, toda una plétora de gemas y de rubíes estaban engastados en las puntas de la corona, rindiéndole sus respetos al hermano intermedio.

Jamás antes en el clan había admirado una obra de artesanía tan delicada. Los tres thanes se sentían perplejos y gratamente complacidos: como os decía antes, a menudo la realidad supera con creces a la ficción, y sus expectativas de cómo sería la corona una vez acabada quedaban muy por debajo del producto final con el que los obsequió el artesano.

Ahora bien, lo que ocurrió después no tuvo nada de bello, pues sobre la corona pesaba una horrible maldición. El orfebre, rencoroso, no era otro que el primogénito del antiguo thane, el mayor de todos los hermanos y el único con derecho a suceder a su padre. Desterrado por medrar con arcanos y hechicerías procedentes de tierras lejanas, el orfebre pasó años en la superficie urdiendo su venganza contra el thane, su padre, contra sus ilegítimos competidores, sus hermanos, y contra todo el clan que lo había repudiado.

Y finalmente lo logró, empero esa misma brujería, como sucede cuando se manejan fuerzas que están fuera de nuestro alcance, se tornó en su contra: la Corona de los Tres Thanes transformó a sus hermanos menores en bestias horripilantes, codiciosas e insidiosas como él; el clan se dividió en tres bandos y pelearon los unos contra los otros hasta que no quedó uno solo con vida. Y aun después haberse estrangulado, degollado y desangrado hasta la extinción, sus cadáveres se levantaron, condenados a tomar las armas y a combatir sin pausa por toda la eternidad…

Nada le quedó al mayor de los hermanos: había perdido a toda su familia en su campaña de odio, había conducido a todo su clan al exterminio por su ambición de poder. Sin otro rumbo que tomar ni un destino mejor que lo aguardase, el hermano fratricida se arrebató la vida arrojándose a una de las simas más hondas del inframundo.

Se dice que aún se le oye llorar bajo la tierra, que sus lágrimas forman los ríos que recorren como venas el subsuelo del Paso de Lornar. Se afirma que cuando un terremoto azota las estepas, es el Cuarto Thane Loco quien lo provoca, quejándose y golpeando el suelo, enfurecido por su desgracia y porque todos a los que amaba lo han abandonado…

sábado, 31 de agosto de 2013

Foro del clan. ¡Por fin!

¡Hola, amigos y lectores del Refugio del Lobato!

Hace unos pocos días estrenamos el foro oficial de la Manada Lobo Invernal. Esto quiere decir que de ahora en adelante trasladaremos un montón de información hasta allí, y que lo emplearemos para regularnos en lo venidero.

Eso sí, el blog del Refugio del Lobato no caerá en desuso. Yo seguiré publicando aquí mis escritos como garantía y en aprovechamiento de la licencia Creative Commons bajo la que se encuentra el lugar (en prevención del plagio).

De ahora en adelante, si queréis conocer la actualidad de la Manada Lobo Invernal os remitiré allí. La única finalidad de este blog en lo sucesivo será la de almacenar historias y la de servir como testimonio de nuestra evolución.

Podéis ojear nuestro foro siguiendo este enlace.

¡Un aullido a todos, nos leemos!

jueves, 29 de agosto de 2013

Ecos del Pasado I

El repiqueteo del andar mecánico de los operarios resonaba por la estancia. Apenas tenía luz, agua o comida, sin embargo, aquella enorme soledad sobrecogía a su pequeño corazón. Muy abierto los ojos, temía la llegada de sonido, porque aquello era sinónimo de dolor. Hablaba y pedía a los espiritus, el que fuera, que no se acercasen pero que tampoco pasaran de largo un poquito. Porque no muy lejos estaba su hermanito Urd, y le hacían cosas muy malas, podía oirle gritar y sabía que él podía oirle gritar a ella. Unos pasos se acercaron, pasaron de largo y se pararon cerca de allí, enseguida gritó y aporreo la pared o la puerta, no sabía dónde, pero prefería que le hicieran daño a ella, que la pincharan, que la tumbaran en aquellas camas raras a observarla. Quería que dejaran en paz a su hermanito, sin embargo, escuchó un poco, porque rara vez hacían caso y se quedó extrañada de tan sólo escuchar un murmullo. Estaba sentado, quieto, con los ojos fijos, serio, mirando al vacío, entonces llegaron esos pasos del dolor. La luz entró, iluminando el lugar y cegándole a él. Formas, voz y movimiento le eran familiares. Una gran mano poderosa, fuerte, masculina, acarició su cabeza y una portentosa figura se sentó a su lado, colocandolo en sus piernas, alzandolo y moviéndolo como si fuera un muñequito. -¿Qué cuento quieres oir hoy Urdgaard? -¿Dónde está Dhraerya? -En su cuarto, hoy sólo te puedo ver a tí -¿Porqué? -Porque ellos así lo deciden y no puedo hacer nada. -Cuentame sobre las montañas, de dónde venis mamá y tú. Hace mucho tiempo, vivíamos un gran grupo de Norns, algo alejados pero no desvinculados del resto. Cada cual se dedicaba a lo que sabía, nos reuníamos para oir historias y beber. Pero hubo un gran mal, el mal del dragon Jormarg. Y tuvimos que ir al sur. Allí se decidió hacer un gran sacrificio, aunque algunos por dentro tenían reservas. Nos dedicamos a ayudar a los demás, a hacer grandes cosas y todos dábamos un único nombre. Pero las peleas, los rencores y cosas que aún no comprendo, los dividieron. Algunos se marcharon, otros continuaron, aunque no era lo mismo. Y algunos se distanciaron, sin irse pero sin estar. Aunque finalmente buscaron su camino, aguardando. -Oh, ¿y tú cuál eras, y mamá? -Ninguno, eso fue hace mucho, pero la familia de mamá se quedó y mi familia es de la que se distancio, ahora aguardo. -¿Y mamá no aguarda? -Mamá sabe pero no recuerda. -¿Cuando me contarás otro cuento? -Pronto, he de irme. Sé fuerte, como tu hermana. La rutina era invariable, dolor, experimentos, pruebas, gritos, lucha. Querían algo pero no terminaban de encontrarlo, aunque ponían mucho cuidado de no desviarse. A ella la obligaban a luchar, a Urd le ponían cerca de un aro, un arco o algo así que relucía mucho de forma rara. Se preguntaba porqué no venía mamá, porqué venía tan poco papá, porqué hablaba tanto con Urd. Unos pasos se acercaron y su padre entró, sonriente. -Papá...¿porqué...? -Shss Dhraerya, eres fuerte. Eres la mayor, por eso. -Pero... -Confía en mí. Ellos escuchan... -jajaja, papá para...cosquillas...jajaja -Haz caso, prepárate, hazte fuerte como la Osa, astuta como el gato salvaje. -¿Yo? -Tú puedes, eres la que puedes. Un día serás más fuerte que yo -Pero papá..tu eres como una montaña... -Las montañas no son eternas. Toma...y confía. -mmm...dulce y un peluche...mmm Cerró los ojos, tomando aire, mientras sentía que muchos ojos estaban pendiente suya, evaluandolo, judgándolo, espiandole, tentándole. Pero no podía traicionar a los que habían sido sus protectores y ancestros, no podía revelar lo que sabía. Le dolía en el alma ver a sus hijos de esa forma, sabiendo que no podía actuar de ninguna otra manera o sería el fin. Aquello le costaría mucho, seguramente no descansaría en la Niebla, pero el ahora es lo que importaba en ese momento. Había huído de una doble persecución, se había refugiado allí metiendose en una gran trampa de la que no podía escapar. Y sin embargo había hallado más de lo que esperaba, ahora tenía muchas más responsabilidades. La seducción de aquella Norn había sido un mandato, pero uno con gran placer, porque sentía en su interior un eco resonando.Le dolía y torturaba el hecho que la traición habría de separarles. Esperaba poder contarle algun día, pero por ahora sólo había engaños, frialdad, distancia. Tampoco podía acercarse demasiado a sus hijos. Tan sólo más a Urdgaard, pero por las pruebas, para tenerle bajo control. No era un chamán, pero su pequeño sí llegaría a serlo, cercano a los espiritus, a la Niebla, el gato salvaje le había elegido.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Ecos del Pasado III

Skagaard avanzaba pesadamente por la nieve, llevando un gran peso encima, no sabía quienes eran sus perseguidores pero debía de despistarlos. Ya llevaba tres días de persecución y lo único que recordaba era una fiesta normal. Sin embargo, intentaron quemarlo vivo, envenarle y apuñalarlo. Estaba llegando a un grupo de arbolitos tras pasar por un asentamiento de rocas. Su hermano apareció de repente, sonriente y le hizo a un lado, activó uno de sus cacharros y los perseguidores volaron por los aires junto a las rocas por las que acababa de pasar. Volvió a mirarle con una sonrisa y con una palmada en el hombro se lo llevo de allí. Bastó un cruce de miradas para saber quienes eran. Svargaard estaba preocupado por su hermano, se estaba alejando, escuchando demasiado a esos tipos, aunque acabase de volar a algunos de su seguidores. Tendría que aceptar la propuesta de ir a Arco del León, ya ni siquiera sabía donde se había metido esa muchacha que incordiaba a los kodan. Urdhrae avanzó resoplando entre la ciénaga, algo febril, renqueante y tozudo, sudoroso, medio asfixiado por la calor y la humedad reinante. De improviso, una gran sierpe de la selva apareció soltando agua por todos lados, aferrando su báculo centró las energías místicas y rodeó a la bestia de los vínculos arcanos para extraerle fuerza vital. Esta se debatió hasta caer finalmente debilitada, continuando Urd con algo mas de fuerzas, tal acto no pasó desapercibido y una serie de dardos se clavaron en su cuerpo. Intentó asir la magia de nuevo pero todo se volvió oscuro... Se despertó en una choza, rodeado de hyleks, el ambiente espeso por un humo de color variante, su cabeza le pesaba mucho, apenas entendía nada, aunque terminó por relajarse. En un estado de duermevela intermitente, no supo cuanto tiempo había estado. Pero cuando lo hizo, se hallaba recompuesto, lo que escuchaba por todos lados al salir era Dolyak Norn, lo que le hizo bufar y asentar el nombre. Lentamente aprendió costumbres y usos, su visión del mundo y su alquimia, a reconocer hierbas y preparar remedios. Aquellos que experimentaban con su hermana y consigo habían hecho un seguro en sus cuerpos, un veneno que se activaba para evitar sus fugas y supervivencia. Elaborando el antídoto, emprendió el regreso a Linde, asombrándose un poco con la facilidad que encontraba pasaje en su ruta. Un golpe, dos...rodó por tierra y se incorporó para rechazar otro embite. Se alzó hacía adelante usando su cuerpo, se deslizó a la izquierda y de un barrido mando al suelo a sus tres oponentes. Unas palmadas resonaron y fue el final de aquello, dando su visto bueno, el instructor de la vigilia accedió a contratarla. Sonriente, Dhrae rechazó sin embargo la propuesta de alistarse. Estaba labrándose una reputación y ahorrando, Urd estaba con los Hyleks y buscar a su madre le estaba costando bastante. Complementaba sus ingresos con algún trabajo de forja, del que la llamaban cada vez más. Todo aquél esfuerzo, las aventuras, los peligros, era maravilloso pero no se quitaba de la cabeza sus preocupaciones. Había encontrado no hacía mucho la tumba de su padre, lo que la apenó mucho. Creyó ver una sombra, pero no estaba segura, luego creyó ver otra distinta. Poco a poco iba conociendo gente, aunque aún no había ido a las montañas, la habían animado pero era pronto. El laboratorio iba bien, las construcciones marchaban a un ritmo frenético aunque se aseguraba que todo aquello no provocara errores. Su hermano estaba tirado en una hamaca, taciturno. Aquella muchacha le tenía el cerebro sorbido, cuando había miles de mujeres libres por todo el mundo. La lejanía de las montañas también el afectaba. Agitó la cabeza, repartió algunas ordenes y decidió que aquella noche le llevaría de juerga aunque le tuviera que apalizar. Esperaba que aquél laboratorio de pruebas sirviera bien para encontrar defectos, curas y mejoras técnicas. Había visto mucho de la maldad y crueldad de aquella ciudad, aunque no era un timorato y un blandengue, aquella sed de sangre gratuita no iba con él. No le temblaba la mano si tenía que matar, de hecho, lo hacía de una forma brutal, fruto de sus ingenios. Sin embargo, jamás lo hacía por placer de matar o ver sufrimiento. De aquello hacía años, a pesar de lo vivido, su humor y pensamiento no habían cambiado apenas. Ver en qué habían pervertido su obra sólo había logrado que pusiera más énfasis en la destrucción. Y que hubieran jugado con sus sobrinos...eso, eso haría que no dejara ni a uno con vida. El que pudiera escapar de la ira de sus sobrinos, claro. Su hermano le había ocultado muchas cosas, igual que él, pero a ese extremo era doloroso. Algo le decía que su hermano iba a morir y por una mano que le hacía hervir la sangre a él. Su propia amante, la madre de sus hijos, sus sobrinos...sería la causante. Se ocuparía de sus sobrinos, también que supieran más de su otra familia y ya ajustarías cuentas con aquella mujer, Ikhara.