sábado, 25 de mayo de 2013

Justicia del Pasado

Poco a poco llegando, reunidos los lobos, del pasado la afrenta del presente el brazo que limpiaría la deshonra. Voces unidas de una manada que ataba lazos, convencida de aplacar a los ancestros, no restaba si no impartir justicia. Que la Niebla se prepare, allá van decididos todos ellos, de cualquier condición, no entienden de nada más que de su resolución. A tierras extrañas aunque amigas, en la tierra batida, espera la enemiga, localizada y apresada, su rastro hallado, unidos la manada, su horizonte es lejano. Una charr, poca poca parece, gran mal ha hecho, todos pendientes, miradas cruzadas, un nombre aparece, convencidos, al frente un paso, hacía el juicio acude, a la muerte reta, el resto de hermanos espera, no quieren mentiras ni engaños, no permitirán que la sangre caiga en exceso ni que las trampas empañen un honor duramente ganado. La magia restalla, embites controlados, tentandose, midiendo la talla del otro, la ira reluce, la calma permanece, espejos desiguales de un propósito. No hay edad, no hay forma, lo que ha de ser, llega. Perdida, reducida, desesperada, el caos desata, una burla exagerada, amenaza la destrucción, prestos y sin dilación, una mano callada, tiende a quien tiene la llave, la cerradura. Salvados, en soledad, a lugar seguro van, allí un nuevo juicio acontece, noticias necesitan, averiguar qué ha pasado y lo que ocurrirá, un pacto se hace, entre riñas y preguntas, la traición regresa, mordiendo ardiente la mano que con honor e integridad se tiende. La muerte es el precio, por una hoja rápida y mortal, las aguas del tiempo se llevan, cascara vacía. La manada se divide, hay que pensar, un nuevo mal en el horizonte aparece, las heridas hay que sanar.

miércoles, 22 de mayo de 2013

El juicio de las almas

Por Vanargand Lobogrís.

Tres son los indicios que advierten de la presencia de un draugr: el viento, que normalmente sopla a su albur, se vuelve frío y violento; tu vaho es helado y de humo está colmado; su cuerpo es demacrado, de un pálido fluorescente, y sus ojos escarchados reflejan una luz iridiscente. Estas tres son las señales contra las que debes estar previsto, pues en caso de imprevisto has de salir huyendo de estos males.

Abominables o infernales; poco más da la distinción. Sí es verdad que no tienen parangón en su crueldad, o eso se cuenta, y la leyenda es incierta sobre el origen de su corrupción: se dice que son espectros de hielo reanimados por una cuita tan profunda que haría sollozar a los mismos cielos; que son espíritus de venganza consagrados a un feudo de sangre y sin esperanza; que aparecen cuando sus restos son profanados, sus recuerdos vejados, o cuando su cadáver queda insepulto en algún lugar del páramo nevado.

El draugr es un fantasma que no ha cruzado el velo o que ha abandonado la Niebla; desconozco, y lo admito, las implicaciones que comportan tales circunstancias. Lo que sí sé es que la fauna es sabia: que las bandadas de aves escapen o que los predadores se escondan son presagios de la peor calaña. Y eso es lo que ocurría, hasta la fecha, en las Arboledas Taigan; allí donde una heredad aún sigue derecha, aunque ominosa, por dentro deshecha y ruinosa. Ese era el propósito del draugr: ambular en la morada donde hace diez años quedé expósito.

Pero será mejor que os relate los hechos a medida que fueron sucediendo: nuestra partida de caza, los herederos del Lobo Invernal y del mito de Lobogrís, investigó a Steinleif en profundidad en las Colinas del Caminante. Tras vernos inmersos en varios lances, hallamos una conexión con la heredad: y es que los draga la custodiaban, por algún motivo, y los animales del bosque salían despavoridos como ya nos anunció en su trance la Osa. Mas es cierto que sabréis todas estas cosas si habéis ido siguiendo el avance de la narración; así pues, pasaré temprano a la acción y me olvidaré de crípticos y de glosas. Os presentaré las nuevas hazañas y lo demás ya lo iréis deduciendo.

Llegamos a las puertas del destartalado albergue, mi casa, que sufrió por primera vez los estragos de Steinleif, como sabéis, hace diez años. Diez años y aún la nostalgia me embarga; pero tras esas lágrimas ateridas en mi mirada había alguien más, un intruso, hurgando en el interior con un semblante abstruso. Iba cubierto entero por un pellejo gris como el tizón; y con razón, pues bajo el embozo no se le apreciaba ni la sombra de la nariz.

Habló con una voz de ultratumba que me dejó en el sitio, paralizado; la lobreguez de sus ojos era espesa como la umbra. Eran dorados, y eso sí lo recuerdo a la perfección. Aun congelado, mis hermanos no tardaron en pasar a la acción: una flecha voló y lo hendió, y las pesadas capas de pieles cayeron al suelo como un colgajo. El ventarrón graznó como un grajo y su esencia salió expedita de las ropas. Bajo un examen más minucioso, la piel del lobo reveló su naturaleza auténtica: la piel de Lobogrís, el primero de todos, trofeo y memento que ahora empuño mientras escribo sobre Ulfric y su tormento.

Seguimos la corriente de aire artera hasta la oquedad de una gruta que nunca había estado allí: con un foso de bestias en la caída y unas trémulas cornisas como asideras, corrimos sobre las plataformas sorteando los desafíos de los guardianes. El devenir todo esto lo podéis intuir: descubrimos el túmulo de Ulfric, allá donde fueron a parar sus pertenencias mortales, pues su cuerpo nunca pudo ser exhumado del desplome que lo alcanzó con pretensiones letales.

La puerta a la cripta tenía un sello con un patrón familiar. Unos conductos como venas nacían de la pila de un altar; desembocaban en la llanura aluvial que era el grabado de la puerta: la inscripción de la Ulfsrun, el símbolo del clan tradicional, con sus nudos entrelazados como en una enredadera. El corazón taimado de la piedra latió bombeando nuestra sangre como si fuera un grifo, pues tal y como rezaba el glifo: «solo la sangre de Ulfric, de la Manada y de sus aliados puede pasar». La sangre regó los surcos de la madera y completó el dibujo de la Ulfsrun, que a su vez abrió las puertas y nos dejó entrar.

Allí dentro hacía un frío glacial: la cámara era una oquedad angosta excavada en la montaña de forma natural; y en el centro de la sala, un baúl adornado con ribetes de oro y plata prometía la sabiduría del legado de Ulfric y sus misterios mejor guardados. Sin siquiera haberlo pensado quedé prendado de él y caminé hacia adelante deslumbrado. Sentí la pesadez en los párpados, con el rostro pálido y adormilado; ignoré las señales que de un draugr dan aviso y de improviso por Ulfric quedé hechizado. Y así dio comienzo el juicio.

¿Sabéis lo que es ser prisionero de vuestro propio cuerpo? Así me sentía yo cuando Ulfric me agarró como agarra un titiritero los hilos de su marioneta. Movido por la vendetta, Ulfric proclamó su decreto: que aquel que fuera el perjuro que hubiera robado a Steinleif diez años atrás pagara por su acto impuro; aquel desgraciado era de la sangre del mismo que lo traicionó en una época pasada y que enterró su heredad bajo una montaña desmoronada.

Uno por uno fue pasando revista a toda la sangre de nuestra manada, y a la de nuestros aliados; el sello de la entrada era una trampa conjurada para invocar a los antepasados. A través del tejido denso de su magia, el draugr de Ulfric llamó a los ancestros para que poseyeran a sus herederos; hízolos confesarse frente a él de sus delitos y los obligó a que fueran sinceros. Y una vez expuestas sus penas, contritos o exultantes, Ulfric vertió sobre ellos su veredicto: su justicia ecuánime con que otrora castigara a los maleantes.

El juicio de las almas uno a uno a todos fue convocando, y a medida que avanzaba el ritual podía sentir el desasosiego dentro del fantasma que me poseía: ahora, por fin, entendía cuál era el arcano que los draga codiciaban y por qué mi heredad había sido sepultada. Ulfric vivió en ella hace siglos, y una vez finita su existencia sus hijos hicieron de su sepelio la promesa un nuevo porvenir. Así, Tyras, mi abuelo, nieto de Ulfric, lo sucedió y fue el dueño de su albergue; y aunque me duele que nunca me hablara de ello, al fin creo que lo comprendo.

El juicio de las almas terminó y el culpable seguía estando ausente. Ulfric, en mi cuerpo presente y por medio de mis labios, dictó que la mujer que había profanado su sagrario no operaba sola, y que su desmán había desatado un huracán allende los límites de la Niebla. «La Cacería Salvaje se acerca», nos alertó; «debéis impedirla». Con esas palabras se despidió, poniendo el destino de Steinleif y del Lobo Invernal a salvo en nuestras manos.

El draugr ha regresado a la Niebla y las Arboledas Taigan han vuelto a la normalidad; el redoble del falso Steinleif debió de despertarlo de su hibernación y llenarlo de ultraje por esta vil función. Ahora Ulfric descansa en paz y nuestra tarea es encontrar al autor de esta maldad.

sábado, 18 de mayo de 2013

La cabalgada de los lobos...

Por Dhraerya Gurnhail.

La vida fluye, el alma profundiza y hunde sus raices en la complejidad, enriqueciendose. Los cambios traen cambios, las experiencias nos moldean y forman como los elementos lo hacen con lo que nos rodea. El tiempo rueda, golpeando ritmicamente como un tambor, presente pero invisible, esquivo pero asomando su sombra por cada esquina. Un riachuelo, un pequeño rio y varios torrentes, lentos y tímidos, perdidos ya ajenos se fueron moviendo, a un ritmo creciente, parando de vez en cuando pero retomando su impulso, confluyendo unos con otros. Las estrellas se pararon a observar, un aullido como eco se escuchó en la lejanía, se fue repitiendo y un rumor de patas fue cada vez más en aumento, resonando. Cambios, sueños, un presagio, un mensaje, trotando uno tras otro, buscando, una sombra que cobraba forma, moldeandose, esperando. Diversos pelajes, miradas, esperanzas y sueños, la misma certeza y firmeza, aunque el pasado clavase sus garras, el corazon responde con los lazos de hermandad haciendo avanzar. Ni fuego ni metal, ni amenazas del pasado ni ecos lejanos, frente a frente, en silencio primero, fiera su determinación, bajando entre nubes de nieve saltando por sus zancadas, la manada caía hacía las profundidades, prestas sus fauces y garras, latiendo la sangre al son de su avance. En la oscuridad, en la negrura bajo la montaña, un insulto, un desafio zafio, una burla, una afrenta y un daño. Entre acero, convicción y aullidos, la sangre fue derramada, el enemigo vencido. El bullir de un coro lobuno, alzando sus voces, juntas, frente a otras que buscaban su orgullo, su ser, su unidad con el todo. Los barrotes rotos, las cadenas abiertas, la mancha borrada y destruida. Triunfantes, cansados, magullados, alejados del peligro, se observaron y entonaron su coro de aullidos, aun no había acabado todo, había cargas llevadas desde hace tiempo, misterios nuevos, dudas y peligros. Y entre todo, una luz, unas patas que se unían a la manada, un gesto, un regalo, jamás unos ojos cerrados habían significado tanta entrega. El río crece, aun siendo muchas aguas juntas, no está dividido, comparte más, crece junto, alimentandose unos de otros. El camino sigue...

miércoles, 15 de mayo de 2013

Tambores de hojalata

Por Vanargand Lobogrís.

Cuando hablamos de un tambor todo el mundo piensa en una caja de resonancia; ¿y qué si el tambor carece de dicha circunstancia? En ocasiones, el batir de una espada sobre un escudo, el rugido del acero o el repiqueteo del aguacero en la arcilla dura del suelo pueden evocar, del mismo modo, un sonido de barrido con un tamborileo de fondo.

Los llamo tambores de hojalata porque su caja de percusión está hecha de chatarra; sus baquetas, varillas de acero tiempo ha oxidadas; sus capacidades musicales subordinadas a la veleidad de una antena con sombrilla donde las ondas sonoras silban. Con un quejido lastimero y un sollozo metálico, con la monotonía de todo lo que es mecánico, se suman al zumbido de las máquinas y al ruido impenetrable que provoca, al diferirse, la estática.

¿Y a qué toda esta perorata, os preguntaréis? Todo esto se debe, me temo, a que la pista del sur no es más que un perro de paja: tambores de hojalata, una réplica espuria y barata, modelada a imagen y a semejanza de Steinleif en una sucia mofa de la artesanía enana. Por supuesto, todo esto no es más que una metáfora: el tambor de hojalata es un remedo absurdo, un ser horrendo de mirada intermitente. Es un alma penitente, un proyecto abandonado; el recuerdo de un fracaso olvidado y de herrumbre infectado.

Será mejor que me centre en la narración de los hechos tal y como fueron acaeciendo; a medida que os lo relate iréis viendo que en nada mi disertación está exagerada. Debéis saber que me considero un hombre de mente abierta: sopeso todas las opciones antes de apostar por una como cierta. Temí desde el principio que los draga, la Alianza Fundida, en su búsqueda obcecada de una muerte suicida, hubieran pergeñado el bulo de Steinleif para sembrar el pánico entre los refugiados. Los hallazgos hasta la fecha me demuestran que en mis conjeturas no iba muy desencaminado: lo que provocaba tal estruendo no era más que un gólem creado para transmitir, desde otro lugar, el fragor inconfundible de un instrumento que no puede mentir.

Partimos con la esperanza de encontrar un tambor para descubrir, no sin cierta desazón, que nuestro rastro no era más que una grabación emitida a larga distancia. El gólem, como era predecible, por los aires ansiaba hacernos volar: selló las compuertas para explotar y así desparramar nuestros entresijos por toda la estancia. No obstante, resolvimos sus acertijos y logramos lo increíble: averiguamos su contraseña, su propósito, e impedimos la consumación de aquel despropósito tan indecible; me refiero, desde luego, y tengo en mente a nuestra muerte más que inminente.

Efectivamente, amigos míos: anulamos la secuencia que detonaba la cueva, salvamos nuestras vidas, desciframos un enigma y, en el proceso, revelamos otros tantos incluso de mayor peso. Sin embargo, a nadie le parecerá un exceso que me sienta un poco iracundo: este camino que hemos recorrido no nos ha sido en nada fecundo. Solo podemos suponer que en esta conjura hay varios agentes que se disputan a Steinleif con uñas y dientes, o bien a su reputación oscura.

Ya solo nos queda un sendero por andar: el que discurre por las Arboledas Taigan, donde todavía reinan la fauna feroz y la vegetación feraz, ahora calladas. Esta travesía despierta en mí viejos fantasmas; el escozor de una herida abierta, de una heredad derruida y desierta donde aún vagan con rumbo errante las almas de los que oyeron, hace diez años por primera vez en dos siglos, el retumbar en las colinas de un tamborileo galopante.

jueves, 9 de mayo de 2013

Los misterios de la Osa

Por Vanargand Lobogrís.

Nos hallamos, tras este lance, a las puertas de nuestro destino: con la leyenda de Ulfric por camino, y el tambor, Steinleif, por desenlace. A nadie sorprenderá a estas alturas de la aventura que nuestra mente debamos aclarar, buscando la dicha y la verdad, aunque la primera sea remota, en la profundidad del trance y bajo presión: el tiempo se nos agota.

La reverencia de la manada al Lobo siempre ha sido renombrada, pero situaciones inesperadas requieren medidas insospechadas: si es cierto que las fieras fallecen, que de fervor enloquecen ante la avalancha que en las cumbres se gesta; entonces, es nuestra misión y bandera, con la heredad de Hallvor como trinchera, hacer del rito nuestra manera para desenredar la trama artera; a los aludes me refiero, y a los osos que huyen en desbandada, devastando en su razia las tierras que a los norn nos han sido dotadas.

Humilde es el pago que nos piden los espíritus a cambio para entregarnos sus dones, siempre que nuestra fe no flaquee y que nuestro corazón se mantenga honesto. No es inaudito ni incierto que a la Osa rendimos tributo, aun siendo el Lobo astuto el animal de nuestro culto; y siendo tan osada la Osa, tan tenaz y poderosa, no era sino de esperar que reclamase, por su favor, un símbolo del pavor al que el donante se enfrentase.

El sobrino del chamán, nuestro hermano, pronunció las antiguas palabras de invocación: su canción se elevó sobre la tormenta y al cielo arrojó tal saeta que reverberaron los truenos de envidia y tosió la ventisca al sentirse hendida. Tal disparo místico ahondó en los bancales brumosos de la propia Niebla, y sobre las llamas de la lumbre, teñidas de polvo y de pavesas, alzose una forma horrorosa y grotesca…

Despidiendo hielo por la boca y fuego por la mirada, con un dolor lacerante en sus entrañas, me figuro que llegados a este punto a nadie asombra saber que la invitada extraña no era otra que… ¡la Osa! Así es, amigos míos, una gran madre parda, de respiración agonizante y de marcha pesada y calma. Se acercó a los rescoldos de la hoguera, que el soplido de los espíritus ya había apagado; se puso en pie y rugió a su audiencia, altanera: su mensaje a todos debía ser comunicado.

Cavó con la zarpa en la pila cenicienta, y escarbó con ella hasta que un agujero se hubo formado: ¿de topos madriguera, o acaso una ruina antigua enterrada en la piedra? Persistió en su mímica y pronto lo vimos claro, como el cristal azulado de un témpano helado: una montaña gris, de hollín y de nieve salpicada, en cuyos entresijos aguarda el secreto del batir de Steinleif. Ahora bien, ¿cuál de entre todas ellas es la indicada?

De las Picoescalofriantes por todos es bien sabido que en ellas abundan los norn aguerridos y las bestias mitológicas. En ellas, tan numerosas son las crestas vertiginosas como lo son las predicciones escatológicas. Por tanto, ¿dónde empezar a buscar? ¿Al sur, en los Acantilados Ensombrecidos, donde el murmullo de un zumbido transporta las notas de un tambor herido? ¿O al oeste, en las Arboledas Taigan, donde el silencio es atronador y habla con tanta elocuencia como un rugido ensordecedor?

Con las ofrendas cobradas y el misterio expuesto, es la hora de arrojarse a un sino funesto.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Susurros en la Niebla

El sonido del repicar del martillo contra el metal llenaba la estancia, así como lo hacía el intenso calor que empapaba de sudor los cuerpos apiñados de las figuras presentes. Se movían con el arrastrar de sus cadenas, sus espíritus doblegados y humillados por el cautiverio. No muy lejos, apagados por las paredes, mientras eran observados por las bajas criaturas achaparradas de feo aspecto y cubiertas de metal, en sus zarpas fusiles sónicos, vigilantes de las sombras que una vez fueron orgullosos hombres y mujeres, los alaridos y gritos de dolor y terror, ira y desesperación por el castigo que sufrían, desdichados por su intento de liberación, desafio o simple mala suerte al haber sido escogidos. Una gran figura miraba con ojos acerados el metal candente que moldeaba con su pesado martillo, prietos los labios en un rictus de ira ardiente contenida a duras penas por la pena, el remordimiento y el dolor de la impotencia. Resistiendo con voluntad férrea y esperanza desesperada en que aquello funcionara. Haciendo ruido, moviendose mucho, sobrellevando el cansancio y el agotamiento de jornadas intensas e inacabables de trabajo y esfuerzo. Mientras, en una oquedad excavada durante días, semanas...meses incluso, un ajado y viejo chamán, sus ropas raidas, sus ojos medio velados, su pelo colgando inerte y ralo de su cabeza, tembloroso en su proceder, huesudas manos que se movían con toda la prisa que era posible, a sabiendas que sangre, dolor y lagrimas eran vertidas en último sacrificio por lo que estaba realizando, tiempo...tiempo le daban a costa de sus vidas y no podía fallarles... El alarido lleno la estancia, la garganta enrojecida y casi sangrante por el aire expulsado violentamente y de forma continuada por unos pulmones casi exhaustos que no habían tenido tregua durante horas, así como el pequeño cuerpo que se arqueaba en la mesa, fría e impasible, así como los ojos de las recortadas figuras que observaban la escena tras mamparas de energía y cristal reforzado. Otras se movían de un lado a otro, moviendo mecanismos y palancas, botones y dispositivos, el aire llenándose de distintas luces y cargandose de energía intermitentemente. Muchas eran las anotaciones realizadas, algunas sonrisitas sádicas que disfrutaban del espectáculo ofrecido por el femenino cuerpo que se revolvían, tensandose los músculos, hinchandose y relajándose, los agudos chillidos regulares. Un botón fue presionado y una serie de agujas inyectaron una sustancia pulsante en el cuerpo de la niña. El efecto no tardó en verse mientras otra figura menuda observaba todo, encadenada y atada, sin poder hacer nada y a sabiendas que pronto sufriría algo parecido, sabiendo que ella lo presenciaría. Apenas les dejaban descanso, preguntando sin cesar, castigándolos por una palabra de más o de menos, interrogándolos incesantemente con brutales palizas y represalias. La puerta se abrió en un lateral, inhundando brevemente la estancia en la que se hallaba con luces y un desgarrado grito de dolor femenino...junto a una aguda voz. -Preparad las sinergias del conductor intermenbranal biomatriz desplazanatorio. Sombras vagas, figuras difusas, sonidos lejanos y apagados, una gris realidad de un entorno más gris aún. La boca reseca, las fuerzas flaqueantes, la sangre reseca, las heridas latientes, las preguntas, siempre las preguntas..., los cuerpos se apilaban de aquellos que habían precedido su lugar, no todos estaban enteros, ninguno se hallaba intacto, deformados todos de tal manera que era una pesadilla mirarlos. -¿Dónde está...dónde se oculta? ¿qué son estas runas, qué planes teneís, qué sabeís...? No podía darle respuesta alguna, estaba su tiempo decidido, moriría allí, su esperanza se alejó, ajena al terrible sufrimiento que le acompañó de inmediato, su cuerpo desmadejado fue apilado junto al resto, sin vida, liberado o quizás no. Un alma desgarrada presenciaba aquello, un espiritu lloraba por lo que contemplaba, prisionero. Aullidos, aullidos y lamentos en la lejanía, un pulsar en las montañas, zarpas corriendo en la nieve, gritos, gritos sin cesar, la luna llorando rojiza, gotas carmesíes que caían fulgurantes a tierra, abriendo oquedades en el suelo, heridas punzantes y ennegrecidas que supuraban un destino funesto. Una llamada, un baile, una petición, un ruego urgente, un nuevo aullido, figuras vagas en un bosque en niebla, unas montañas agostadas, un canto metálico, un retumbar y un estruendo, voces que se apagan. Un grito, un alarido, un sollozo en la oscuridad, sus ojos se abrieron mientras un cuerpo femenino cercano temblaba y no por el frío, unos ojos azul mar brillaban en la oscuridad, perdidos en el tiempo. Un mar de verde oscuro relucía siniestro, como la pradera en la noche. Un sonido de zarpas ahogadas y un sutil movimiento en las oscuras sombras. Un furioso latir de corazón, la piel empapada de sudor, la boca reseca y el cuerpo pulsando por un terrible recuerdo de un gran dolor.