jueves, 9 de mayo de 2013

Los misterios de la Osa

Por Vanargand Lobogrís.

Nos hallamos, tras este lance, a las puertas de nuestro destino: con la leyenda de Ulfric por camino, y el tambor, Steinleif, por desenlace. A nadie sorprenderá a estas alturas de la aventura que nuestra mente debamos aclarar, buscando la dicha y la verdad, aunque la primera sea remota, en la profundidad del trance y bajo presión: el tiempo se nos agota.

La reverencia de la manada al Lobo siempre ha sido renombrada, pero situaciones inesperadas requieren medidas insospechadas: si es cierto que las fieras fallecen, que de fervor enloquecen ante la avalancha que en las cumbres se gesta; entonces, es nuestra misión y bandera, con la heredad de Hallvor como trinchera, hacer del rito nuestra manera para desenredar la trama artera; a los aludes me refiero, y a los osos que huyen en desbandada, devastando en su razia las tierras que a los norn nos han sido dotadas.

Humilde es el pago que nos piden los espíritus a cambio para entregarnos sus dones, siempre que nuestra fe no flaquee y que nuestro corazón se mantenga honesto. No es inaudito ni incierto que a la Osa rendimos tributo, aun siendo el Lobo astuto el animal de nuestro culto; y siendo tan osada la Osa, tan tenaz y poderosa, no era sino de esperar que reclamase, por su favor, un símbolo del pavor al que el donante se enfrentase.

El sobrino del chamán, nuestro hermano, pronunció las antiguas palabras de invocación: su canción se elevó sobre la tormenta y al cielo arrojó tal saeta que reverberaron los truenos de envidia y tosió la ventisca al sentirse hendida. Tal disparo místico ahondó en los bancales brumosos de la propia Niebla, y sobre las llamas de la lumbre, teñidas de polvo y de pavesas, alzose una forma horrorosa y grotesca…

Despidiendo hielo por la boca y fuego por la mirada, con un dolor lacerante en sus entrañas, me figuro que llegados a este punto a nadie asombra saber que la invitada extraña no era otra que… ¡la Osa! Así es, amigos míos, una gran madre parda, de respiración agonizante y de marcha pesada y calma. Se acercó a los rescoldos de la hoguera, que el soplido de los espíritus ya había apagado; se puso en pie y rugió a su audiencia, altanera: su mensaje a todos debía ser comunicado.

Cavó con la zarpa en la pila cenicienta, y escarbó con ella hasta que un agujero se hubo formado: ¿de topos madriguera, o acaso una ruina antigua enterrada en la piedra? Persistió en su mímica y pronto lo vimos claro, como el cristal azulado de un témpano helado: una montaña gris, de hollín y de nieve salpicada, en cuyos entresijos aguarda el secreto del batir de Steinleif. Ahora bien, ¿cuál de entre todas ellas es la indicada?

De las Picoescalofriantes por todos es bien sabido que en ellas abundan los norn aguerridos y las bestias mitológicas. En ellas, tan numerosas son las crestas vertiginosas como lo son las predicciones escatológicas. Por tanto, ¿dónde empezar a buscar? ¿Al sur, en los Acantilados Ensombrecidos, donde el murmullo de un zumbido transporta las notas de un tambor herido? ¿O al oeste, en las Arboledas Taigan, donde el silencio es atronador y habla con tanta elocuencia como un rugido ensordecedor?

Con las ofrendas cobradas y el misterio expuesto, es la hora de arrojarse a un sino funesto.

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