martes, 30 de julio de 2013

¡Una canción y MUCHAS cervezas!

Una heredad norn es siempre un lugar bullicioso. Aquella en concreto no era diferente en absoluto a las demás: en el centro del salón había un acogedor fuego chisporroteando y, apiñados a su alrededor, un montón de cazadores que se calentaban las manos bajo gruesos pellejos de animales.

En otro lugar, sentados en las mesas, había quienes jugaban a los huesos y apostaban grandes sumas de dinero; a veces se oían carcajadas, que eran un sonoro indicativo de que alguien había tenido buena suerte; más a menudo aún sonaban gritos de enfado y se montaban reyertas.

Pero esta vez nadie se atrevía a alzar la voz. Todos, los que estaban junto al hogar y los que bebían en las mesas, guardaban silencio y escuchaban a aquel que hablaba sobre la alfombra de piel de oso en el corazón de la estancia: era un escaldo y sus palabras con frecuencia transmitían las hazañas de los héroes de la antigüedad, la voluntad de los antepasados y las moralejas enseñadas por los espíritus.

Esa ocasión no era distinta a las demás, así que en la heredad se había instalado un silencio reverente, una mudez intensa que iba seguida por el refulgir de las pupilas negras y atentas de los que oían al relato. Solo ocasionalmente las brasas ensordecían al escaldo; los espetones de carne no giraban y tampoco chocaban jarras contra la mesa.

—… Y así fue como derrotamos al draugr de Ulfric. Porque no hay modo alguno de vencer a un espectro con un hacha; tus armas tienen que nacer de la voluntad y del coraje…

El escaldo pisoteó el suelo y muchos de sus espectadores dieron un respingo. Sonrió a medias: aquella reacción le gustaba. Significaba que estaban pendientes de él.
 
Para su sorpresa, un pequeñajo se adelantó un paso y balbuceó unas palabras tímidas.

—Y… ¿es verdad que se deshizo como un copo de nieve en la mano...?

—Tan cierto como que el Cuervo es el mensajero de la Niebla.

Vanargand amplió su sonrisa y cabeceó de forma gentil en un gesto de afirmación.

—Ojalá algún día yo también pueda luchar contra un draugr…

—Quién sabe —dijo. Dio un paso hacia él y se acuclilló. Lo miró de frente—. Quizá dentro de unos años tú también puedas acompañarnos, cachorro. Tienes un brazo fuerte y pareces listo: llevas días escuchando mis historias. Si sigues así, si te entrenas y si continúas aprendiendo, un día tú también podrías aullar con la Manada.

El niño calló. Retrocedió un paso y se quedó meditabundo, frunciendo los labios mientras trataba de figurarse la imagen en su cabecita. Al escaldo eso le hizo gracia.

El ruido de una silla al moverse al otro lado del salón lo distrajo. Dos botas se posaron sobre la mesa y alguien lanzó un sonoro bostezo. Vanargand lo fulminó con la mirada.

—Llevas dos meses contándonos la misma vieja historia, Lobogrís. Empiezo a pensar que no tienes otras cosas mejores que contar que no sean esas rancias batallitas tuyas.

Alguien escupió ruidosamente un trago de cerveza al suelo. Sobre la heredad se extendió un silencio tenso y el público cruzó miradas de expectación entre sí.

Vanargand rio con genuina diversión. Dio una palmada de júbilo y lo miró, duro.

—Amigo mío, si eres tan ingenuo como para creer eso permíteme que te diga que pensar no es lo tuyo.

El extraño se encogió de hombros y volvió a simular otro bostezo. Entre los que presenciaban el espectáculo había quienes se sonreían con complicidad; era posible que, después de todo, el escaldo fuera a demostrarles sus dotes para la batalla en primera persona.

No obstante, Vanargand no se había movido de su lugar. Estudiaba a su rival con sus ojos claros y sonreía de lado.

El escaldo no era famoso por su destreza en el combate, pero sus añagazas y su ingenio eran ya legendarios. Al sur del Paraje de Roca se decía, no sin cierta sorna, que el hecho de que los quaggan hablasen tan mal se debía a que habían perdido un duelo verbal contra él.

Otros se referían a su astucia con más respeto: después de todo, tras su llegada a Punta del Vencedor junto a la Manada no habían vuelto a oírse esos horribles tambores draga.
—Hablas demasiado y luego corres a refugiarte tras las faldas de tu amada Skadi —El invitado, descortés, arrancó un muslo de moa del festín de la mesa y se lo llevó a la boca. Lo masticaba con furia—. Si se te han terminado las historias es porque no has vuelto a hacer nada que merezca la pena.

No le cupo duda alguna: aquel idiota quería armar follón en su propia heredad.

Le pareció un acto de muy mal gusto; sin embargo, no iba a dejar que la ira lo cegase. Sonrió con acritud a su interlocutor y urdió su artimaña. Se preparó para actuar.

—¿Deduzco por tu tono de voz que te crees capaz de contar mejores historias que yo? Porque de ser así, me encantaría verlo. Me sorprenderías y mucho. Y me parece entender por tus palabras que estás deseoso de probar a estas buenas gentes lo gran narrador que eres —adujo. Vanargand ensanchó sus labios en una sonrisa lobuna—. Pues… ¡adelante! ¡Hagámoslo! Tengo un reto para ti, si eres lo bastante norn como para aceptarlo.

El alborotador tiró la pata del moa al suelo y eructó sin mucho refinamiento. Se limpió los labios restregándose el borde forrado de piel del guantelete y se puso en pie. Con mucha calma, pero con un brillo de rabia en los ojos, se dirigió andando al escaldo.

—Soy mucho mejor norn que tú, gigantón.

Alzó la barbilla con el propósito de mirar al escaldo a los ojos. Él sonreía con inocencia: lo tenía justo donde lo quería. Iba a darle la vuelta a la tortilla tal y como le había enseñado a hacer Skadi: con un golpe de muñeca rápido y firme.

A fin de que todos lo oyeran, el escaldo levantó la vista y alzó al tiempo la voz. Mientras hablaba, iba mirándolos a todos uno a uno. No podía contener un cierto deje de irrisión en su timbre: aquello lo emocionaba.

—Os propongo un juego, amigos míos: en unos días nos reuniremos; no aquí, sino en el Albergue del Lobo de Hoelbrak. Reservaré una mesa enorme en la planta baja y entonces todos tendréis la ocasión de contar vuestras historias y de demostrar cuán magníficas son vuestras proezas y cómo de hábiles sois en la oratoria.

«Quien quiera entrar en la mesa deberá hacerlo bajo una de estas circunstancias: o bien invitando a todos los presents a una ronda de bebidas en un más que agradecido gesto de amistad, o bien presentándose a sí mismo por medio de una historia que avale su amor por la narración. Esa será la primera regla a la que tendréis que ceñiros.»

«Y hay algo más que se me olvidaba. La velada no acabará hasta que suceda una de estas dos eventualidades: o que ya no quede más cerveza en los barriles de todo el Albergue del Lobo, o que se hayan agotado todas las historias. Esa será la segunda y última regla del juego al que os desafío.»

«¡Ah! Y una cosa más: a lo largo de la noche mis aprendices y yo nos turnaremos para contar historias, para cantar o para recitar nuestras poesías. ¡No penséis que vosotros vais a ser los únicos que os lo paséis bien! Os traeremos relatos que nunca antes habéis escuchado: trepidantes leyendas sobre héroes de otros tiempos, romances trágicos y fúnebres elegías en memoria de nuestros camaradas caídos.»

«Así que ya lo sabéis: todos estáis invitados. Haced correr la voz; no me importaría que se dejase caer por allí algún charr, un humano, un asura o un sylvari. ¡Seguro que también podrían hablarnos de sus vivencias y de los logros de sus héroes!»

Con aquellas palabras cerró su discurso. Su contrincante torció el hocico y esputó al suelo con indignación. Sin añadir una sola palabra más, se dio media vuelta, se arrebujó en su poncho y salió de la heredad bufando como un toro dolyak.

Vanargand sonreía. En el Refugio del Lobato, su nueva heredad subida a una de las perchas más altas del Paraje de Roca, se elevaban una batahola de voces: los invitados charlaban animadamente acerca el evento y discutían sobre si tendría lugar un enfrentamiento.


El escaldo seguía sonriendo. Se alejó al rincón donde tenía su despacho (si es que se le podía llamar así), un espacio reservado en exclusiva para él: había aperos de escritura sobre la tabla, tintero y pluma; había una colección de pergaminos desperdigada por toda la superficie de madera y un montón de hojas esparcidas y a medio escribir en las que estaban inscritas auténticas letanías de runas norn; también había varias jarras de cerveza vacías.

El Lobo tenía dientes y eso Vanargand lo sabía muy bien. Bajo su apariencia pacífica y risueña se escondía el alma de un lobo: era una criatura feroz que solo ansiaba que llegase el momento en el que encararse con su competidor; para superarlo, para humillarlo.

Apagó aquellas sensaciones de su estómago y mojó la pluma en el tintero. Debía enviar varias cartas.

Pero antes de hacerlo, sonrió una última vez mostrando los dientes al imaginarse cuál sería la reacción de Skadi...

La Leyenda de Ulfric

La fundación de la Manada
 
Ulfric Cazatormentas titula y protagoniza el siguiente capítulo en la historia de nuestra Manada.

En este viaje hacia un porvenir más glorioso, nuestra Manada no solo debe hacer frente a las amenazas del presente, sino también a sus propios fantasmas. Ulfric y los primeros norns del Lobo Invernal forman parte de ese pasado remoto: son nuestros próceres, los padres de Lobogrís, los autores del mito y los que dictaron los primeros compases de nuestro destino.

Ulfric el Cazatormentas fue un escaldo que vivió en tiempos del legendario Tyr, de Olaf Olafson y de Jora y Svanir. Nunca destacó por sus dotes como cazador, pero era perspicaz y sabía que la vía más rápida hacia el corazón de cualquier norn es la leyenda.

A Ulfric le tocó vivir el éxodo de los norn las Lejanas Picoescalofriantes y los ataques ininterrumpidos del temible Jormag. Y en esa época de dificultad, sabedor de que sus modestas habilidades no serían suficiente como para marcar la diferencia, tomó una decisión: uniría a otros a su causa, los haría luchar a todos por el bien de los norn.

Los amigos de Ulfric no eran guerreros grandiosos ni aventureros de fama reconocida; eran artesanos, chamanes ancianos y cuentacuentos. Ninguno de ellos sobresalía blandiendo un hacha, empero juntos eran imparables. Por esa razón se fundó la Manada.

Sin embargo, las gestas de un grupo de norn tan amplio no habrían resultado nada impresionantes, y menos cuando sus méritos se debían al trabajo en equipo. No obstante, Ulfric era inteligente y había aprendido de sus predecesores que los norn tan solo alaban a héroes individuales. Por ese motivo creó la figura de Lobogrís.

El Lobo bendijo a Ulfric y a sus seguidores; al primero le otorgó inspiración para inventar al mítico héroe Lobogrís, que en tantas canciones es loado; al resto, les dio apoyo y un sentido de fraternidad como jamás habían conocido. Sus sagas, de forma individual, probablemente jamás habrían llegado a sobrevivir al paso de los siglos, pero bajo la piel del lobo los ulfhednar eran atemporales. Eran Lobogrís. Todos ellos.

Con el tiempo vinieron otros, héroes de corazón y diestros con las armas, que se agregaron a la empresa de Ulfric. Mientras que las gentes del común veían en la Manada una oportunidad para ayudar a su pueblo, estos héroes estaban convencidos de que el Lobo Invernal y Lobogrís representaban el último sacrificio: perderían la gloria eterna, la inmortalidad, a cambio de concebir a un héroe que sería insuperable.

Todo por el bien de los norn; todo por ahuyentar a los enemigos de las Picoescalofriantes y por dar esperanza a las personas que oían las canciones de Lobogrís: esperanza en que un día regresarían a sus hogares; esperanza en que los norn todavía no habían sido abatidos.

Esa es la verdadera esencia de Lobogrís y de la Manada.


Ulfric trabó muchas amistades a lo largo de sus años; una de ellas, un orfebre enano, le hizo entrega a Ulfric de un presente como ningún otro: un tambor que podía, con su letanía, afectar a la tierra y a todo cuanto se sostuviera sobre ella. Y Ulfric le dio buen uso: con él cubrió las huellas de la Manada e impidió que sus adversarios los persiguieran; nadie podría descubrir la naturaleza del secreto de Lobogrís.

Pero toda fruta se pudre con el tiempo: Ulfric había abierto una brecha en el seno del Lobo Invernal; hubo quienes no estuvieron de acuerdo con él, quienes se veían empujados a actuar por otros propósitos. Fueron ellos, los Bolverk, los que traicionaron a Ulfric y lo sepultaron en una cámara de fría piedra junto a su tambor, lugar donde habría de permanecer hasta el fin de los días.

Poco sé de los Bolverk que pueda contaros. Sé que los dirigió alguien de la propia sangre de Ulfric; un hermano, o tal vez un hijo. Sé que esa misma persona fue quien encabezó la primera rebelión en nuestra historia. Y también sé que la Manada se recuperó, que el primogénito de Ulfric exilió a los Bolverk y que en los siglos venideros se destruyó todo pasaje en los manuscritos que hiciera referencia a ellos.

Tambores en el Norte

Hace diez años Steinleif se despertó y volvió a atronar otra vez. Alguien lo extrajo de la tumba de Ulfric y con él derrumbó lo que era más preciado para mí: mi heredad, mi familia y mi antigua vida antes de dedicarme a vagabundear interpretando canciones.

Aún desconozco la identidad de esa norn, pero sé que proviene de la rama de los Bolverk que se separó de nuestra Manada. Y sé que esté donde esté, hace bien en esconderse, porque el destino que le depara mi hacha es de todo menos piadoso.

Pocos meses atrás escuchamos de nuevo los ecos de un tambor en el norte. Pensando que podía tratarse de Steinleif, animé a los descendientes de la Manada a los que había logrado encontrar a encabezar la búsqueda del tambor mitológico.

Durante semanas rastreamos las Colinas del Caminante de una punta a otra en busca de la procedencia del sonido. Al final, nos llevamos la mayor de las decepciones.

Alguien intentó imitar por medio de la magia y de la tecnología los poderes de Steinleif. Alguien que había tenido contacto con él el día en que se exhumó el sepulcro de Ulfric, hace diez años. Alguien que conoció a mi némesis y que la ayudó en su delito.

Esa charr, Seetha Furiavolcán, quiso congraciarse con la Legión de la Llama utilizando a los draga de la Alianza Fundida para replicar a Steinleif. Pretendía fabricar una versión artificial del instrumento con la que reducir a escombros la Ciudadela Negra.

La detuvimos a tiempo, huelga decir, como queda reflejado en las canciones. La nueva Manada Lobo Invernal se comportó con honor y con gallardía, tal y como habría hecho la vieja: acabó con todas las reproducciones espurias de Steinleif, burdas imitaciones, y frenó a Seetha antes de que desatase una masacre sobre los charr.

De este modo, el espectro de Ulfric, que había abandonado su féretro encolerizado, pudo descansar en paz. Y así nosotros rescatamos la primera pieza de nuestro legado.

Sin embargo, esa no sería la última vez que oiríamos hablar de los Bolverk…

domingo, 28 de julio de 2013

Tercer informe: Reconocimiento médico

Día 49 de la estación del Céfiro del año 1326.

Pese al dolor que atenaza mi corazón, he hecho un acopio de fuerzas para abrir este archivo. Después de haber examinado a conciencia la escena donde transcurrió el crimen, me dirigí a Falias Thorp. La patrulla que descubrió la masacre se llevó al superviviente y los cuerpos de nuestros hermanos allí para que atendiesen al primero y para que les dieran sepultura al resto.

He interrogado a todos los guardas y el testimonio que me han dado ha sido unánime: el superviviente, el presunto Fantasma de Wychmire, estaba muy malherido tanto física como emocionalmente. Ya que ninguno de los guardas recuerda bien el aspecto del sospechoso, decidí preguntarle directamente al Sanador de la aldea que lo había acogido y velado.

Cómo se fugó alguien en su estado es algo que ignoro, pero me intriga profundamente y me llena de ira. ¿Por qué nadie lo vigiló como Ventari manda? Lo subestimaron. Pensaban que era una víctima más, un superviviente, pero yo opino que él fue el culpable de todo.

El tiempo y los hechos les darán la razón a mis intuiciones.

Este es el testimonio del Sanador Gillan, transcrito al pie de la letra tal y como me fue relatado.

«En primer lugar, debes saber que es muy extraño toparse con un caso así.

 La mayoría de los sylvari sueñan. Es la forma en que se renueva nuestra conexión con el Sueño; de algún modo, es la manera en que reforzamos nuestros vínculos empáticos. El caso de este paciente era extraordinario: no tenía sueños. O al menos, ninguno que yo pudiera sentir.

Nunca he visto a nadie así entre los Soñadores: todos nosotros emanamos un cálido flujo de emociones que podemos sentir, como estoy seguro de que ya sabes. Alegría, tristeza, pánico, euforia, ira, tranquilidad… la cantidad de sensaciones que podemos transmitir es ilimitada, y hay quienes poseen un don que les ayuda a detectarlas más rápido que los demás.

Incluso los cortesanos preservan este vínculo: es el método que utilizan para intentar corromper a la Madre Árbol y, con ella, a las nuevas generaciones de sylvari. Expresan dolor, rabia y una desazón tremenda; pero no era su caso. Ninguno de estos era su caso.

Yo, desgraciadamente, soy un Sanador del cuerpo y no del alma o del Sueño. Solo te puedo decir esto: si estaba soñando con algo, no había ni rastro de ello. Parecía muerto, no despedía ningún sentimiento; no obstante, respiraba. Le hice un examen físico, no lo tengo escrito pero todavía lo recuerdo a la perfección. Un paciente tan inusual no se olvida, pese a que su sintomatología fuera más bien… de índole espiritual que física.

Varón sylvari. Alto y bien constituido. Aproximadamente de un metro ochenta de estatura y de unos setenta kilos de peso.

Su complexión era robusta como la de un tronco: las fibras de su corteza eran enjutas y formaban una malla compacta, tersa y dura como la cáscara de un árbol. De torso amplio y firme como el corazón de un roble, recuerdo que sus extremidades eran igualmente anchas y poderosas. De no ser por la indumentaria que vestía, unas túnicas escuetas de lana, habría jurado que era un guarda. Uno muy fuerte e intimidatorio.

Su tez tenía el color de la caoba renegrida. No daba la imagen de estar chamuscada, entiéndeme, pero era de un tono terroso, oscuro y vibrante como una pátina de óxido. No estaba adornada en exceso: algunas ramificaciones y nudos en puntos como en los brazos, los hombros y las piernas. Si se me permite la comparación, se me hizo similar a un árbol reseco. Ya sabes que hay algunos sylvari cuyas protuberancias corporales consisten en hojas o en tallos flexibles que los ornamentan y que cubren algunas partes de su anatomía; este paciente, en cambio, solo tenía nudos enredándose en torno a él y hojas de aspecto caduco.

¿Qué más te puedo decir…? ¡Ah, sí! Tenía algunas muescas curiosas por todo el cuerpo: parecían haber sido practicadas con un punzón y eran recientes. Estaban curándose por sí solas y la mayoría no parecían realmente graves, tan solo heridas moderadas, por tanto no me preocupó. No obstante, ahora pienso de forma distinta: los cortes se repetían en sus dos brazos y en su tórax. En su momento no pensé que fuera un patrón, pero tras haberle dado algunas vueltas comienzo a sospechar que pueden ser el indicio de alguna clase de mutilación ritual, o bien de algún tipo de tortura macabra.

No hay nada más reseñable en su físico que debas saber, tan solo un detalle muy peculiar: las marcas de su fluorescencia. Eran doradas, o naranjas, no las recuerdo del todo, pero sí que recorrían su cuerpo como si fueran ríos de savia, o serpientes, y que le daban una apariencia espeluznante. ¿De verdad crees que él es el famoso Fantasma de Wychmire? Ciertamente, había algo tétrico en él.

Quizá lo que más pueda servirte para averiguar su identidad sea su fisonomía. Su cabello estaba compuesto de un ramaje ensortijado y precario que vestía tan solo una hilera desperdigada de hojas otoñales. Le abrí los ojos y lo sometí a la luz de un hongo bioluminiscente para comprobar si se dilataban sus pupilas, y reaccionó reflejamente.

Lo que más me llamó la atención de aquello fueron sus pupilas: diminutas y circunscritas en un aro gris casi imperceptible. La retina, por otro lado, era negra como el ónice; no negra como el carbón, que es opaco y que carece de brillo. Era ónice y parecía un sumidero: un abismo reluciente y voraz. No sabría decirte si la Pesadilla anidaba en esos ojos o si seguía siendo un Soñador, para ser honesto.

Sus rasgos estaban enmascarados de forma natural por una tupida capa de corteza. Y no tenía un rostro muy expresivo, he de admitir. Cuando lo miré por primera vez, por unos segundos llegué a creer que se trataba de una talla sorprendentemente realista y no de un sylvari con vida. Pero lo era.

Y hay una cosa más que debes saber: aunque no estaba incapacitado, tenía lesiones y estaba bien custodiado por los guardas; no querían perder al único testigo de la Siega, después de todo. Para alguien en sus condiciones habría sido harto complicado, si no imposible, escaquearse por su cuenta. Ese fue mi pronóstico como Sanador y no me retracto de mis palabras.

Nuestros hermanos no son unos incompetentes, Caileen. Si huyó, lo hizo con la colaboración de alguien. En su estado no habría llegado muy lejos sin ayuda: las bestias de la selva lo habrían devorado, o lo habría atrapado la Corte de la Pesadilla nada más salir del campamento.

Mira, esta no es mi investigación, pero voy a darte mi opinión: aquel sylvari fue torturado. Alguien así no habría podido hacer frente ni a unos cortesanos ni a ningún guarda. Y menos podría haber escapado tras verse inmerso en una masacre de tal calibre.

Creo, Caileen, que estás dejándote llevar por la impotencia y que le sigues las huellas a una quimera: el Fantasma de Wychmire no puede ser ese pimpollo. Tal vez el verdadero Fantasma de Wychmire entró en el campamento a hurtadillas para raptarlo esa misma noche y acabar con su existencia, ¿o acaso has oído hablar de alguien que le haya visto la cara y que haya vivido para contarlo?
 
El pimpollo estaba afectado por algo, Caileen. Algo que le hizo ese desalmado. Su estado me recordó mucho a los inaudibles que viven en la Isla del Lamento, al sur del Mercado de Mabon. Tal vez ellos sepan algo que nosotros ignoramos…»

miércoles, 24 de julio de 2013

Segundo informe: La Canción del Fantasma

El Pantano de Wychmire no está poblado
solo por ranas, ranúnculos y arañas:
del Fantasma de Wychmire sé avisado
y cuida tus pies allá adonde vayas.

Ni cortesanos ni fieras salvajes;
las mustias marismas peligro entrañan.
Vigila, viajero, los caminos silvestres,
a veces las sombras al ojo engañan.

En un parpadeo lo habrás percibido,
su espectral silueta, su aura marchita;
date la vuelta y ve que se ha marchado,
tu piel es pálida y tu corazón palpita.

Se dice que no tiene un solo aliado:
es el espíritu de un druida, se cuenta.
Encarna su máscara a un dios astado;
sobre su historia mi memoria es incierta.
 
Y deja tras de sí un rastro de muerte,
de las víctimas cuyos sueños se ha cobrado.
No seas malvado ni tientes a la suerte;
si eres de la Corte, estás condenado.

Sin embargo, murmuran, existe un rezo
para quedar libre de su oscura presencia.
Párate en el camino a los pies de un brezo
y recita con voz firme esta sentencia:

«Fantasma de Wychmire, augurio nefasto,
aléjate de mí, tú y tu mal agüero.
Ladrón de los Sueños, heraldo funesto,
el dolor que provocas no es mal pasajero.»

—Vanargand Lobogrís, escaldo y erudito norn. Extraído de «La Canción del Fantasma».

Me topé con este interesante documento mientras estaba de descanso en la posada de la Arboleda. Un bardo sylvari la recitó para mí y tuvo la cortesía de escribírmela.

Enseguida lo interrogué en busca de más información, pero me aclaró que él no era el autor del texto. Mencionó a un norn, y dijo que la composición atendía a la métrica del «droigneach», un tipo de poesía folclórica común entre los juglares del Árbol Pálido.

Ignoro cómo este norn ha llegado a conocer tanto sobre nuestras costumbres. En cualquier caso, he anotado su descripción; si alguna vez pasa por la Arboleda, me encargaré de que me cante de nuevo y en privado esa dulce canción. Y espero que no desafine. Si de verdad conoce al Fantasma de Wychmire, tiene mucho de lo que responder.

lunes, 22 de julio de 2013

Primer informe: el Fantasma de Wychmire

Hoy, a día 30 de la estación del Céfiro del año 1326, inicio esta recopilación de pruebas, textos y testimonios acerca del enigmático Fantasma de Wychmire.

Para algunos una leyenda, un rumor o un monstruo del coco con el que asustar a los pimpollos y a los viajeros, el Fantasma de Wychmire no es ningún ser sobrenatural: es un perturbado que actúa a su libre albedrío y que está acusado de asaltar a Soñadores y a cortesanos por igual en el pantano homónimo.

Emprendo esta búsqueda por el bien del Bosque de Caledon y por la seguridad de nuestros caminos. Sin embargo, no puedo evitar verme involucrada personalmente en esta investigación: mi compañero murió en el exterminio ocurrido hace tres semanas en la linde de la Pérgola del Crepúsculo, batalla que a día de hoy ya empieza a conocerse como «la Siega del Cosechador de Sueños».

Lo más extraño de la lucha fue que ninguno de los cuerpos encontrados tenían señales de haber sufrido violencia o algún otro tipo de tortura física o mental. Todos dormían plácida y eternamente el sueño de los justos. Todos salvo uno.

Solo hubo un superviviente a la matanza. Solo un sylvari vio lo que sucedió. Aún no sabemos si estaba en el bando de la Pesadilla, en el de los Guardias que se enfrentaron a ella o en ninguno de los bandos; el sospechoso desapareció al día siguiente, tras un Sueño sin Sueños y sin emoción. Yo recibí la noticia dos días más tarde y las descripciones que pude reunir sobre él fueron contradictorias e inquietantes.

Sea quien sea ese sylvari, especulo que él es el autor de los crímenes del Fantasma de Wychmire; ÉL es el así llamado Fantasma de Wychmire. Es un loco, un enajenado, o simplemente alguien que opera bajo una agenda que ninguno de nosotros conocemos. No pertenece ni a la Corte de la Pesadilla ni a los Soñadores, pero eso no lo exime de ser un asesino en potencia, un sylvari desequilibrado y un individuo peligroso.

Las veces que se le ha visto aparecer en el Pantano de Wychmire tan solo ha sido de soslayo. Dejaba a su paso un reguero de cadáveres: cuerpos, todos ellos tendidos sobre el suelo, aparentemente dormidos, pero sin pulso ni signos vitales. Los mismos síntomas que presentaban las víctimas de «la Siega del Cosechador de Sueños».

Todas las evidencias apuntan a que esa persona, ese sylvari desconocido, es el Fantasma de Wychmire. Por todo eso, yo, la guarda Caileen del ciclo del mediodía, me consagro a la causa de buscarlo y de detenerlo para siempre. Y de destapar el manto de misterio y de mentiras que se ha extendido sobre él y del que sin duda el Fantasma se aprovecha para esparcir el miedo.

Demostraré que el Fantasma de Wychmire es alguien que debe ser perseguido y capturado. Haré que las muertes de mi compañero y de nuestros hermanos no hayan sido en balde.

Lo juro por mi honor y por mi espada.

Caileen, Guarda del Bosque de Caledon.

viernes, 19 de julio de 2013

Torneo

Anunciado con fanfarria y a voz en grito, repartida entre la multitud y diversos lugares, buscando aladides para un mal acaecido. Desde los diversos rincones del mundo conocido llegados hasta la floresta en busca de la cima entre gloria, reconocimiento y victoria. No todos eran brillantes armaduras, las miradas inquietas y espectantes, llevados por el organizador hasta el lugar de honor. Magia y acero, intelecto y fuerza, astucia y estrategia, todo en juego en unos momentos trepidantes. Avanzando unos pasos los valientes se adelantaron mostrando su desafio, mostrando que aceptaban el reto y cogían el guante lanzado. No todos fueron reconocidos, algunos prefirieron quedarse al margen. Lucha fiera, entre luces y tierra, se alza y desciente, rauda como sierpes, entre los combatientes la suerte, esquiva y caprichosa como grande la habilidad, la emoción tiembla, en parejas enfrentados, el honor no abandonado. En liza los caballeros no todos vestido como tales ni nombrados. Tretas y conjuras, en la sombra ocultas, la luz no siempre es la que más ilumina, las tinieblas a veces más cosas revelan. Vida y muerte representadas, un ganador por todos sin excepción aclamado. Y como valientes y caballeros, normas debían seguirse, hay mentiras que no deben ocultarse, hay actitudes que hay que denunciarse. Alzada la espada, alzada la voz, alzado el reto y el desafio, la lucha inevitable de la virtud mancillada por quien empañada su visión tiene por el orgullo exacerbado ha perdido el rumbo de la causa defendida ha llegado al error cometido que la perdición trae. Una montaña vestida de acero, sin nieve en sus cabellos, juventud radiante, decisión en sus ojos de cielo. Prepotencia respuesta fue lo obtenido ante una justa reclama. Sin palabras, acero desnudo, torbellinos de movimientos, los espectadores sorprendidos, acechan ávidos el desenlace. Ardiente espiritu, inesperada maniobra, fiera cólera, salto de fe y fin de todo. Muerte que da equilibrio, muerte contenida en los filos detenidos. Una sonrisa en su rostro, satisfacción en su pecho, alejandose con resolución por lo obtenido. Infamia, el horror del fanatismo, de lo erróneo. La virtud mancillada, escupida en la cara, pisoteada por una ciega falsa certeza, un engaño oscurecido por la vanidad y el orgullo desmedido, desesperación por una obsesión. Llevados hasta un escondrijo, una jaula mostrada con un cautivo preso. Palabras envenenadas, veladas por la mentira, la falsa creencia, pero valientes y caballeros fueron llamados y estos habían acudido. La balanza inclinada, la muerte pasaba de largo ante la indefensa criatura que tras los barrotes aguardaba. Dudando entre dos formas de liberación, mientras el rechazo y la repugnancia al ver el verdadero rostro que tras una falacia de máscara adornada con cortesía edulcorada, la mentira se inflamó por la repulsa, indignado se marchó el del camino errado. Los barrotes fueron abatidos por la montaña del desafio, mientras el resto de valientes unidos, la clave dieron. Un rayo iluminado, de verdad contenida, para el que atento estuviera, fue mostrado. Gratitud y alegria, por un final inesperado. Un torneo finalizaba, mucho más de lo planeado, mucho más daba comienzo, pero eso será en otro momento relatado.

jueves, 18 de julio de 2013

Lo que dijo Ventari... 3ª parte (fin)

Tercera y última entrega dedicada a la afección de la Pesadilla y a los inaudibles.

El ensayo queda completo con este aporte final. Si alguien quiere enviarle comentarios o sugerencias a Saucesabio para futuras publicaciones, o bien de cara a una discusión minuciosa del texto, ya sabéis qué hacer. ;)

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La Pesadilla: la heteronomía de la voluntad y la pulsión tanática

No hay nada de innatural en la muerte: es la terminación causal de la vida. Es como un axioma: ineludible. Incluso la muerte viviente, como la que expresan los Resurgidos de Zhaitan, los liches y los esbirros de los nigromantes, pasa primero por la muerte natural.

La Corte de la Pesadilla no solo se regodea en la matanza; también en la tortura. La pulsión tanática, el deseo de destruir, es natural y existe en todos nosotros: ante el miedo, interviene la fuerza y así nos resguardamos. Pero poco después, cuando podemos racionalizar las cosas, otros sentimientos acuden: remordimientos, lástima y contrición.

No creo que los cortesanos carezcan de empatía, pero sí opino que la tienen atenuada. Muy atenuada. El mal de la Pesadilla, sea lo que sea, los captura bajo sus fauces; y estamos predispuestos a él porque llevamos su simiente en nuestro interior. Cuando explota, cuando se activa, la escala de valores se subvierte indefectiblemente y las pasiones se exacerban en detrimento de la razón (si es que, de alguna manera, existe algo similar a una razón que esté libre de pasión).

Supongo que el deseo de destruir la Tabla de Ventari está espoleado por una motivación inconsciente de propagar la Pesadilla, como la mala hierba que se extiende por un jardín. A día de hoy, todavía no he conocido a un solo sylvari converso de la Pesadilla que haya contradicho a la Corte. Así de intensas deben de ser las pasiones que se experimentan que llegan a nublar hasta el intelecto más crítico y racional.

Tan pujante debe de ser el influjo de la Pesadilla que quienes caen en su red ni tan siquiera son conscientes de que su capacidad para juzgar se ha visto mermada; no son sujetos morales, como adelantaba en la sección anterior. No son totalmente dueños de sus acciones, ya que aquello que es connato a ellos (y me refiero al libre albedrío aquí) les es reemplazado por un torrente de emociones externas que los hincha y los satura. No son seres autónomos y liberados de la Tabla de Ventari; son criaturas dominadas por una voluntad heterónoma que les ha sido impresa por la Pesadilla.

Debo extraer de todo esto que la Pesadilla es una perversión de la naturaleza actual. No hay lugar para la misma en el orden natural de las cosas. Los frutos que da la Pesadilla están marchitos; podridos en el interior. Pero ¿cuál es el orden natural de las cosas? Y ¿qué será de él si la Pesadilla gana la batalla? Quizá la Pesadilla no sea más que otro orden natural diferente o alternativo de los muchos que puede haber. Sopesar esa posibilidad me intriga tanto como me aterroriza.

La pregunta que nos debemos hacer es: ¿nos enfrentaremos a la Pesadilla? Evaluemos las ventajas y los inconvenientes de postrarnos ante la misma. ¿Dónde queremos vivir, en un mundo social gobernado por los principios de la Tabla de Ventari, donde el paso de las estaciones dictará el devenir de nuestra gente? ¿O queremos entregarnos a la Pesadilla y ser súbditos de un poder que no podemos descifrar?

La desesperación y la inquina eternas son las promesas de la Pesadilla; también la liberación, sí. Una liberación a corto plazo. ¿Cómo vamos a extrañar una moralidad que nuestra propia alma se niega a sentir? Si nuestra empatía congénita se recorta y si se acentúan nuestros sentimientos negativos por encima de los positivos, no tiene ningún sentido extrañar estos últimos; no existe la posibilidad de volver a padecerlos.

A colación de lo expuesto, una duda persistente me sigue acosando: si el motivo primordial de la disidencia, la razón por la cual se deserta a la Corte de la Pesadilla, es la libertad, el poder… ¿no es más contraproducente el remedio que la enfermedad? Si se limita nuestra capacidad para experimentar sensaciones como la paz y el amor, estamos cortándonos vías, estamos anulando nuestro poder de decisión. ¿Dónde nos deja eso a nosotros? ¿En qué rincón queda nuestra autonomía, esa independencia para escribir nuestro futuro que los cortesanos tanto reivindican?

Yo os lo diré: no existe. No hay libertad moral sin poder de decisión. La pregunta que me intranquiliza ahora es: ¿algo de esto importará si al final la Pesadilla nos acaba abrazando a todos? Probablemente no lo haga. Probablemente tengamos otras preocupaciones distintas. Probablemente nuestra existencia entera fuera una falsedad.

Los inaudibles. ¿Cobardes morales? ¿Nihilistas?

Algunos ven en los inaudibles el remedio al toque nefasto de la Pesadilla: si rescindes tu conexión con el Sueño, el riesgo de caer en las mortales garras de la Pesadilla es menor. Ese razonamiento, en frío, es cierto. No obstante, conlleva una serie de implicaciones: los sylvari nacimos con el don de la empatía, aptos para sentir el flujo del Sueño; liberarnos de ese lazo no deja de ser una renuncia a nuestro ser, a nuestra idiosincrasia. ¿Una renuncia moral? Quizá. ¿Pertinente? Tal vez.

Los inaudibles son tachados por el común de la sociedad sylvari como cobardes o como nihilistas en el peor de los casos. Reniegan del Sueño y muchos reniegan también de la Tabla de Ventari: desean forjarse a sí mismos sin la interferencia de nadie. En mi opinión, esa transición que experimentan los inaudibles es sana y justa; todos los sylvari deberían considerar gravemente qué están haciendo y por qué se avienen a los mandatos de la Tabla de Ventari y a las visiones que han sentido en el Sueño.

Los habrá felices con el destino que les haya sido regalado; otros, no tanto. Al igual que los cortesanos, los inaudibles toman una decisión: escindirse de las convenciones sylvari para madurar por su cuenta. A diferencia de los cortesanos, los inaudibles no truecan su esencia de forma irremediable: bloquean el Sueño, pero lo hacen conscientemente; es una opción de la que disponen y no es definitiva.

Aun así, ¿es esa la solución a la Pesadilla? No lo sé. Pasé un tiempo con los inaudibles y aprendí mucho de ellos, y personalmente pienso que su periplo es uno que merece la pena. Pero también opino que no se debe negar permanentemente lo que uno es: somos Soñadores, y debemos hacer valer nuestra identidad como tales. Con o sin la Tabla de Ventari de nuestro lado, seguimos siendo sylvari y el Sueño es nuestro patrimonio.

Los inaudibles nos brindan un bálsamo provisional: un anestésico para soportar durante más tiempo los embates de la Pesadilla. Sin embargo, ellos no poseen la respuesta, igual que tampoco la tiene la Corte de la Pesadilla ni la Tabla de Ventari de por sí; la respuesta a la pregunta más importante de todas: ¿quiénes somos y qué debemos hacer?

No hay atajos ni senderos fáciles que nos faculten para contestar a esa pregunta. La respuesta, simplemente, depende de cada uno de nosotros.

Conclusiones

Lo que dijo Ventari fueron una serie de consejos bienintencionados, no una retahíla de prescripciones que debieran ser cumplidas a rajatabla. La furia, la pena y el rencor son reacciones normales a las que todos estamos expuestos. Si bien debemos controlarlas, administrarlas y no tratar de impedirlas. Todo aquello que está vetado nos seduce; por eso, entre otros motivos, la Corte de la Pesadilla acuña cada vez a más seguidores.

La Pesadilla es un mal que debe ser combatido. Los inaudibles conocen métodos que pueden ayudarnos a mantenernos intactos con el fin de encararla de frente. La Corte de la Pesadilla ha hecho su elección, una que es a todas luces irreversible; su filosofía no es más que un panfleto hipócrita diseñado para atraer a los más cándidos y a aquellos que se temen a sí mismos.

Pero sabed algo: no venceremos a la Pesadilla con más miedo, sino con determinación. Ventari nos dio algunas de las claves para luchar contra ella, pero sus intuiciones son tan solo orientativas; no deben radicalizarse. Debemos ser flexibles, como los juncos. El fanatismo es el puente más directo hacia la locura, y por ende hacia la Pesadilla.

Estas son mis conclusiones y esta es la vía que propongo.

martes, 16 de julio de 2013

La canción del sacerdote.



Cuenta una leyenda que antaño
gracia repartía todo el año
de la Osa un sacerdote
por los níveos montes del norte.

Con su calzón y su cayado,
 uno marrón, otro alargado, 
su peludo gabán de piel 
y de hidromiel lleno un tonel. 

Y es que la dicha que él daba
no es la que creéis, camaradas
sino que los norn la encontraban 
cuando la cuba se acababa. 

¡Venid, buenos hijos del norte
y honrad a ese gran sacerdote! 
¡Bebed hidromiel hasta caer, 
que se haga difícil el ver! 

Cuando al fin la farra finaba, 
los ebrios norn le asilaban. 
Como a un rey del licor trataban
a ese que ambrosía portaba. 

Su legado no olvidamos, 
y de esta manera lo honramos, 
tomando este néctar amado 
que compartió con sus hermanos. 

¡Venid, buenos hijos del norte 
y honrad a ese gran sacerdote! 
¡Bebed hidromiel hasta caer, 
que se haga difícil el ver! 


-Niklas Kvarforth

jueves, 11 de julio de 2013

Lo que dijo Ventari... (2ª parte)

Ahí va el segundo fascículo de "Lo que dijo Ventari". En esta ocasión Saucesabio nos hablará de la Tabla de Ventari y de su concepción naturalista de la moralidad, así como de la filosofía que inspira a la Corte de la Pesadilla.
 
A mi juicio, esta es la mejor entrega de las tres que están planeadas. Pero vosotros sois los que decidís. ;)
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La Tabla de Ventari, ¿una axiología de la naturaleza?
 
“I. Vive con plenitud y no malgastes nada.

II. No temas la dificultad. La tierra firme da fuertes raíces.

III. La única paz duradera es la paz que hay dentro de tu alma.

IV. Todo tiene derecho a crecer. La flor es hermana de la hierba.

V. Que un equívoco no provoque maldad ni pena.

VI. Actúa sabiamente, pero actúa.

VII. Desde una minúscula brizna de hierba, hasta la más inmensa montaña. Adonde va la vida, debes ir tú.”                                         

—Ventari. La Tabla de Ventari.

Siete son los preceptos que esculpió Ventari en su heptálogo. Estas enseñanzas atienden tanto a un orden moral como a un propósito estético: la idea de la armonía estaba profundamente enraizada con la concepción de lo salvaje en la mente de Ventari. Una clara prueba de ello son los abundantes símiles naturalistas que aparecen en su texto: en una de sus líneas alude al campo fértil y a las raíces; en otra, a las flores y a las briznas de hierba.

Para comprender la Tabla de Ventari deberíamos remontarnos a las vicisitudes que marcaron a su autor en su época: su peculiar iniciativa sumada al apoyo de su amigo humano, Ronan, son sin duda dos de los hitos históricos que configuraron su doctrina. Su sueño pudo materializarse gracias a Ronan: erigieron el Árbol Pálido y dejó a sus pies su evangelio, que contenía la sabiduría que había adquirido y perfeccionado en sus años como ermitaño.

No debemos olvidar que Ventari fue un eremita además de un visionario. Se alejó de los centauros y pasó mucho tiempo en la naturaleza, contemplándola en soledad. Escapó de una existencia turbulenta y de tribulaciones y creó un bastión que significase todo lo contrario: esperanza, unidad y paz.

Por más que sus observaciones del mundo silvestre estuviesen sesgadas, es comprensible por qué son así: Ventari buscó el solaz en los atributos más benignos de la tierra y obvió los más violentos. Tras haberse pasado toda la vida padeciendo a causa de la guerra, no le quedó otro remedio que elogiar la faceta más dócil y templada de la naturaleza. Una que a él y al resto de centauros les era esquiva.

Los ideales del centauro Ventari tenían que ver con el crecimiento, con la placidez y con el verdor perpetuo de la agreste selva del Bosque de Caledon. Pero la naturaleza es mucho más que eso, como predica la Corte de la Pesadilla; la Tabla de Ventari tan solo refleja las cualidades positivas y calmantes que hay en los terrenos frondosos. Y si bien advierte contra la maldad y contra la pérdida de la concordia, nunca se detiene a explicar por qué.

Si bien Ventari abre una puerta al relativismo en el momento en el que se reafirma en la búsqueda de una certeza subjetiva por medio de la ascesis, a mi parecer su filosofía entroniza ufanamente una noción erróneamente naturalizada del bien. O más bien, algunos de sus adeptos más acérrimos la interpretan de ese modo; dudo que Ventari fuese tan inocente como para despreciar las evidencias que demuestran que la fauna y la flora no se rigen por principios éticos, sino en todo caso pragmáticos (si es que se puede desligar de algún modo la praxis y la pragmática de la ética, cosa que me resulta inconcebible; pero no despertemos a ese dragón, que es una bestia bien diferente).

Siendo así, era solo cuestión de tiempo que hubiera sylvari que quisieran explorar por sí mismos las consecuencias de transigir las ordenanzas de la Tabla de Ventari. Hemos oído cómo los humanos se embarcan en un curso madurativo análogo conocido como “adolescencia”; en dicho proceso, sus instintos los obligan a oponerse a las convenciones y a los tabúes sociales establecidos en orden de formar los suyos propios.

La axiología de Ventari ofrece tanto una lista de valores como una de contravalores: el despilfarro, la comodidad, el caos, la destrucción, la rabia, la indiferencia y el estatismo. No los analizaré minuciosamente, pues el objeto de esta disquisición discurre por otros lindes; tan solo quiero que apreciéis cómo estos contravalores de Ventari se reflejan casi especularmente en los principios que empuña la Corte de la Pesadilla. Eso y que entender la Tabla de Ventari como una axiología natural de la naturaleza es un error; es una axiología naturalista a tenor de las metáforas que utiliza, pero el funcionamiento real de la naturaleza tan solo se advierte parcialmente en la obra de Ventari.

Resulta irónico, ¿no os parece? Libertarios de los sylvari, como se declaran ser, y al mismo tiempo prebostes de la raza y de su independencia, actúan forzosamente bajo el influjo de la Tabla de Ventari: juegan con sus mismas reglas y han pergeñado su filosofía a partir de una proyección invertida de la misma. Pretenden refutar a la sociedad sylvari no mediante la invención de una nueva escala de valores relativamente original, sino mediante la subversión de la moralidad contemporánea. Y aunque eso es perfectamente lícito, acusan de una notable falta de coherencia en sus actuaciones (amén de una total ausencia de escrúpulos en la ejecución de esta maniobra).

Si tanto detestan la Tabla de Ventari, ¿por qué adoptar una perspectiva polarizada de la misma? No son agentes del cambio y de la emancipación; son esclavos de la Tabla de Ventari. Son una mera antítesis, una burla sin gracia atada a la volubilidad de su corazón y a la corrupción que reside en lo más profundo del Sueño. ¿Cómo aspiran a superar a la Tabla de Ventari de este modo? Incurren en una terrible y trágica paradoja.

La pregunta es: ¿son conscientes de ello o sus prédicas no son más que un pretexto meticulosamente elaborado con el que justifican rendirse a los encantos de la Pesadilla?

La falacia de la filosofía cortesana

En el epígrafe anterior me refería a la Corte de la Pesadilla y a la dualidad moral que constituye junto con la Tabla de Ventari. Me gustaría reflexionar con brevedad acerca de esta particularidad. Resulta muy conspicuo el alarde que hacen los cortesanos acerca de su liberación de las constricciones sociales cuando en realidad necesitan a Ventari; la Tabla de Ventari es la excusa en la que sustentan las fundaciones de su movimiento.

Y es que la Corte de la Pesadilla no existiría sin estos dos elementos: la Pesadilla y la Tabla de Ventari. Desgranaré esta aseveración a medida que os expongo mis argumentos.

Retomando mis corolarios acerca de la axiología naturalista de la Tabla de Ventari, lo que defendía, en síntesis, es que era un documento incompleto y sesgado. Por buenas razones, sí, pero necesariamente sesgado. La Tabla de Ventari presenta como natural la paz y el orden, y en este sentido la Corte de la Pesadilla lleva razón: la lucha y el desorden, sus dos antónimos directos, son también dos componentes esenciales de la naturaleza. Y ahí es donde Ventari se equivoca al no mencionar ese aspecto binario, bicéfalo y asociativo que se presenta recurrentemente en la naturaleza.

Seguro que muchos habéis oído hablar de la ley del más fuerte. Todo tiene derecho a crecer, sí, pero ¿qué ocurre cuando se topan una presa y un depredador? ¿Qué deberíamos hacer si obedeciéramos a rajatabla los mandatos de Ventari? ¿Intervenimos a favor de la presa y la salvamos de las fauces del depredador? ¿Cuál sería la conclusión última de una extrapolación de tal índole de los valores de Ventari?

Poneos en situación: si todo tiene derecho a crecer y, aun sin matar a los predadores, fomentamos la protección de sus presas, estos primeros morirán de hambre. Además, deberíamos llevar esta filosofía a un nivel mucho más profundo y sustancial: a los brotes. Salvémoslos también de los herbívoros, porque tienen derecho a crecer. Y de paso, no solo estaremos aniquilando a toda la fauna del ecosistema, sino que también moriremos de inanición los sylvari.

Si bien esta es una exageración ab absurdo de lo que comportaría interpretar la Tabla de Ventari al pie de la letra y de forma radical, creo que vislumbráis adónde quiero llegar: la muerte es el destino final y natural de la vida y Ventari no hace alusión a ella. Dudo que el venerable centauro tratase de transmitir esta moraleja ridícula que yo acabo de explayaros, pero tampoco fue especialmente concreto. Hay vacíos en su doctrina, vacíos que solo se pueden suplir desde fuera: con las experiencias que los sylvari vayamos acumulando acerca de Tyria y de sus habitantes.

Así pues, tras esta digresión, regresemos al punto en el que estábamos: el ideal de la Corte de la Pesadilla no es diametralmente opuesto a la Tabla de Ventari. Son sus acciones las que cubren leguas de distancia con el credo que afirman poseer, de manera oportuna puesto que sus auténticos propósitos distan mucho de ser nobles.

Claro que hay ira en el mundo, claro que hay rencor en nuestros corazones y claro que los sylvari debemos ir más allá de la Tabla de Ventari (osadía a la que el propio Ventari nos alienta en la séptima línea de su heptálogo); sin embargo, la destrucción del monumento, del Árbol Pálido y de todo lo que ha supuesto para nuestro pueblo, no es el camino a seguir para alcanzar esta meta. Si tiene que haber una sustitución, esta debe ocurrir solo cuando se haya diseñado una filosofía más completa y efectiva, aceptada convencionalmente por el mayor número de sylvari, que trascienda las limitaciones evidentes de la doctrina de Ventari y que replete los huecos que aqueja.

Entonces, ¿de dónde parte la hostilidad de la Corte de la Pesadilla? Su ideología es realmente accesoria a la de la Tabla de Ventari, porque lo es; es su contrapeso indiscutible, por usar una balanza como metáfora. Siendo así, ¿no incurre la Corte de la Pesadilla en el mismo fallo del que acusa a los Soñadores cuando pretende vender su filosofía, que no es más que una sombra mustia de la Tabla de Ventari, como un icono patriótico, emblema del orgullo y de la autonomía sylvari? ¿No están dejándose influenciar en exceso por el dogma de Ventari?

Os daré mi opinión: sí que lo hacen. Y los cortesanos son totalmente conscientes de su equívoco, ¿o acaso os creéis que no hay pensadores entre los suyos? Los tienen. Y muy inteligentes y taimados. No obstante, todos sufren de la misma maldición y de un horrible impulso: matan, causan malestar y agonía allá adonde van. Creen desearlo, pero su deseo parte de la corrupción a la que están sometidos; no tienen libertad para actuar, están domeñados por una fuerza ulterior que hace que se deleiten con el dolor ajeno. Por tanto, en esa tesitura, cabría cuestionarse que sean sujetos morales verdaderos.

Por lo que he aprendido en mis andanzas por Tyria, ninguna otra especie disfruta con el sufrimiento de los suyos salvo que esté enajenada. La Pesadilla es una especie de dolencia, como la rabia que sufren algunos perros, que mora latente en lo más hondo del Sueño y que se manifestó primero en uno de nosotros, Cadeyrn; desde entonces se ha expandido viralmente como una plaga. Y hay algo en nuestra naturaleza que nos hace vulnerables a ella; probablemente, el propio vínculo con el Sueño.

Si la Corte de la Pesadilla enloqueció no fue solamente porque sucumbiese a un ideario erróneo. Todas sus proclamas de romper con el orden establecido y con la tradición de Ventari son falsas; son efugios con los que justificar el odio tan antinatural que sienten. Son un reclamo para atraer a otros sylvari descontentos a sus huestes.

Pero la culpa no la tiene la maldad intrínseca del discurso de los cortesanos; la culpa es de la Pesadilla.

sábado, 6 de julio de 2013

Lo que dijo Ventari... (1ª parte)

Lo que dijo Ventari son una serie de escritos redactados por el misterioso filósofo sylvari Saucesabio; Saucesabio es, de hecho, el pseudónimo que este pensador utiliza para mantener a salvo su identidad.
 
Los iré publicando por fascículos, siendo este el primero: son ensayos que recapacitan sobre distintos aspectos de la naturaleza del Sueño desde una cierta sensibilidad filosófica. Y pese a su carácter eminentemente expositivo, no constituyen una guía, sino más bien una reflexión generativa en el sentido más chomskiano posible de la palabra.

Aunque en el artículo se manejan algunos conceptos de filosofía, su entendimiento no es imprescindible para comprender la esencia del texto. La mayoría de ellos, los más importantes, se pueden deducir por el contexto.
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Lo que dijo Ventari

Una lectura hermenéutica de la idiosincrasia sylvari, por Saucesabio

Introducción

La pregunta “por qué” siempre ha bailado en los confines de mi cabeza: me ha hecho presa de sus peligrosos vaivenes y me ha conducido por derroteros sombríos y amargos. Ya desde antes de salir de la vaina, el “porqué”, o mejor dicho, los “porqués”, me han atormentado profunda y silenciosamente.

¿Por qué pongo estos pensamientos a tu alcance? No lo sé. Lo único que sé es que mi mente bulle con una infinidad de interrogantes: ¿por qué seguir la Tabla de Ventari? ¿Por qué la Corte de la Pesadilla se equivoca en su cruzada? ¿Sufren los inaudibles de una cobardía moral y de un pesimismo nihilista?

Si hago caso a lo que cuentan los mentores, la Madre Árbol plantó en todos nosotros una semilla que nos conformó tal y como somos en el momento de nuestro nacimiento. Nos fue inculcado conocimiento que flotaba en el espacio etéreo del Sueño, memorias deshilachadas de otros sylvari. Y todo se hizo obedeciendo a un designio superior que no podemos entender, pero que sí que nos podemos cuestionar.

Los promotores y los detractores de la Tabla de Ventari han esgrimido numerosos argumentos con tal de hacer valer su ideología: unos hablan de bondad, de orden societario y de paz; otros glorifican la liberación de las ataduras morales. ¿Cuál de ellos lleva razón? ¿Se puede determinar mediante algún razonamiento filosófico la verdad? Y si es así: ¿en qué plato de la balanza descansa?

A lo largo de mi corta existencia he conocido la cara de los Soñadores, de los inaudibles y de los cortesanos. Guiado por una pulsión que soy incapaz de explicar, me he movido por senderos angostos que intersecan sus horizontes éticos. He aprendido y he comprendido, y ninguna de mis dudas se ha visto resuelta hasta la fecha; por el contrario, ahora tengo muchas más preguntas que entonces, e incluso más pesadas.

No obstante, antes de comenzar mi disertación quiero hacer un par de aclaraciones: en primer lugar, este ensayo no es una apología de la Tabla de Ventari; en segundo lugar, tampoco es una crítica a la Tabla de Ventari ni un panfleto de la Corte de la Pesadilla. Ni eso, ni un manifiesto inaudible. Nada de eso.

Las reflexiones que leerás en este escrito son mías. Mías y solo mías. Cualquiera que se las apropie espuriamente o que ose tergiversar mis palabras conocerá mi furia, ya sea Soñador, cortesano o inaudible; me da lo mismo.

Soy un sylvari, y eso es todo lo que importa. Somos sylvari, y eso nos une. En “Lo que dijo Ventari” haré una exégesis de la idiosincrasia de los Soñadores, pero también de la Corte de la Pesadilla y de los inaudibles. Las pondré en contraposición y las compararé. Y al final, y solo al final, extraeré mis propias conclusiones.

Así que allá vamos. Empezaré por el pilar más básico de todos: el Sueño.

El problema del Sueño: la autopoiesis sylvari y el determinismo

En mi Sueño escuché los sermones interminables de un anciano filósofo humano. Yo atendía con curiosidad a sus clases; pese a ello, tenía la sensación de que había otros alumnos a mi alrededor que dormían plácidamente. Quizá debería darles las gracias a esos estudiantes: puede que el mérito de mis conocimientos se deba a sus siestas, convenientemente inspiradas por las alocuciones de su orador.

Antes que los sylvari estaba la Madre Árbol. Y antes que la Madre Árbol estaba el Sueño. A estas alturas todos conocemos la historia de Ventari y Ronan: Ventari creó un refugio pacífico y en él Ronan sembró la simiente del Árbol Pálido. De este gesto simbólico de amistad y de unión ante la adversidad surgió la Madre Árbol, y posteriormente, doscientos años más tarde, los sylvari.

Resulta de una poesía abrumadora que muchos pimpollos, e incluso sylvari con varias generaciones a sus espaldas, enarbolen este símbolo como su causa y bandera. Los sylvari, según sus predicamentos, son un testimonio viviente de la paz y de los lazos de fraternidad; adalides de las virtudes que Ronan y Ventari cultivaron en su santuario.

Supongo que sentirse partícipe de un legado tan noble dignifica, aunque sea por proximidad, hasta al pimpollo más ingenuo. Mas asumo que si estás leyendo esto es porque no perteneces a esa clase de dichosos idealistas, así que hazte conmigo unas cuantas preguntas: ¿cómo se gestó la conexión de la Madre Árbol con el Sueño? ¿Qué es el Sueño y por qué somos tan susceptibles a él? Y en un último renglón, ¿qué es la Pesadilla?

Y ahora quiero que me entiendas bien, pues no me voy a repetir: aborrezco los discursos oficialistas. No son más que peroratas políticas. Puedes tacharme de hereje, de iconoclasta o de lo que te apetezca por afirmar esto; me importa un rábano. Respeto y admiro la labor de la Madre Árbol y me intriga la naturaleza del Sueño. Que no le haga un cunnilingus verbal a los partidarios de ningún dogma se debe a que uso un órgano que algunos, Soñadores y cortesanos por igual, tienen atrofiado: el cerebro.

Nos hablan del Sueño como algo inmanente: una dimensión o un estado de conciencia alterno donde se vierten las memorias colectivas de nuestra especie. Son esos conocimientos los que nos nutren en nuestra etapa germinal. Se cuenta que el Sueño también concede visiones del futuro, las llamadas Cazas Sylvestres. Sin embargo, ¿son esas predicciones ciertas e inevitables? ¿Cuál es la voluntad, el tejedor, detrás del Sueño que le otorga a cada sylvari sus habilidades? ¿Cómo se originó el Sueño?

Podría ser obra del azar: del caos. La suma de las aptitudes de cada sylvari podría no ser otra cosa que el resultado de un procedimiento estocástico que tiene lugar dentro del Sueño. No obstante, existe otro problema: si asumimos el carácter profético e irrevocable de las Cazas Sylvestres, ¿no estamos minimizando el peso de las decisiones que tomamos a la hora de elegir nuestro propio destino? ¿No estamos aceptando que nuestro recorrido está prefijado desde la vaina, que somos una tabula rasa lista para ser llenada sin que medie por nuestra parte ningún tipo de acto de volición (como, por otra parte, aseguran los empiristas más recalcitrantes)?

¿En qué estatuto nos deja esta afirmación como sylvari? ¿Somos los peones de algún tipo de fuerza intangible que nos manipula desde los límites de un tablero de ajedrez desconocido como es el Sueño? ¿Es nuestra capacidad para producir interrogantes, para plantearnos nuestras acciones y para planificar el futuro, el simple producto de una ilusión, de un espejismo mental? Y ¿acaso ser conscientes de la inutilidad de nuestros esfuerzos surtirá algún efecto en el camino que nos ha sido escrito?

Quizá ahora empecéis a entender la desazón que me embarga cuando escribo estas consideraciones intempestivas. No disfruto siendo un mero paciente de la suerte que me ha sido asignada en la partida de dados del Sueño; quiero ser el dueño de mi destino. Y aun así, sigo siendo víctima de una de las cuestiones teleológicas más perseverantes de la historia: ¿cuál es el fin último de todo? Si existe el destino, ¿tiene sentido rebelarse contra él? ¿Por qué?

Exista o no exista, hay algo en nuestros corazones que demanda una respuesta. Necesitamos seguridad, una certeza a la que aferrarnos. Algunos la encuentran en la fe: depositan sus esperanzas en un credo, como la Tabla de Ventari, o en los pregones baratos de la Corte de la Pesadilla. Otros viven indecisos o se mantienen al margen, como los inaudibles, y se formulan repetitivamente estas mismas preguntas.

Desgraciadamente, no tengo una contestación satisfactoria a esa pregunta. Tengo varias, y todas ellas me complacen tan solo parcialmente. Tal vez el carácter limitado de nuestras mentes no nos permita dilucidar una verdad universal, en la acepción más expansiva de la palabra. Así pues, zozobro a la deriva en un mar de incertidumbre filosófica, donde el voluntarismo se me antoja un embeleco bonito y la presunción del determinismo que acompaña a una Caza Sylvestre me llena de desasosiego.

Supongo que cada uno de nosotros debe elegir su verdad: una verdad interpretada, individualmente significativa, contextualmente sensible y emocionalmente sentida. Una verdad hermenéutica, en contradicción a la quimera que es la verdad absoluta. Dejar nuestro sino en manos de otros por temor a lo que pueda haber más allá es lo auténticamente reprobable. Es un consuelo para pusilánimes y para imbéciles.

“Actúa con sabiduría, pero actúa”, dijo Ventari; a la hora de buscar la verdad, de seleccionar unas lentes con las que ver el mundo, también hay que tomar una postura. Y caben dos opciones: escondernos como ratones bajo la sombra de una entelequia, o salir a la luz y arriesgarnos a sufrir las quemaduras del sol y eventualmente la muerte.

Pero que nadie se engañe: la muerte es el único hecho innegable en esta vida. Es la única dualidad lógica que a mis ojos resulta indefectible y obligatoriamente axiomática.

Todo lo demás son solamente suspiros en el viento.

miércoles, 3 de julio de 2013

Torneo para Valientes (y para otros no tan arrojados...)

Hízose a un lado el nuncio que encaramado a la sombrilla de una seta declamaba a las puertas de la Arboleda al dulce son de su voz aterciopelada. En su lugar subió un enhiesto luchador, de porte orgulloso y de gesto impávido; sacó de la vaina la espada, como si aquel ademán no fuera gran cosa, y la blandió al aire arrancándole al broche de oro allá en los cielos un relámpago irisado que a todos con su esplendor cegó.
 
—Es justo que sepáis, amigos míos, el motivo por el que os privo del melodioso cantar de vuestro heraldo habitual —dijo, y su voz sonó grave como salida de un botijo—. Pues bien es cierto que tengo a su merced en gran estima, pero la ocasión ha menester para que sea yo quien, esta vez, de la noticia me haga eco; pues no es cuestión de respeto ni tampoco de provecho, sino que lo que me impulsa actuar es la razón de la causa más justa: la protección de nuestro enramado hogar y de aquellos que bajo su tibio y apacible ramaje se refugian, como avecillas todas arracimadas en la copa de un árbol y a punto de entonar la más bella sinfonía del bosque matinal…

El sylvari, de tono solemne y de aún más solemne estampa, siguió habla que te habla a lo largo de diez minutos. Tan solo ese tiempo le llevó presentarse e ilustrar a los escuchantes, soñolientos y emisores de bostezos, en las proezas que se habían asociado a su nombre. Lo llamaban Alberón, el Valiente Blanco, pues tenía la tez del color del mármol y el brillo que arrojaban sus marcas era tan intenso como el de un rayo; en todo el Bosque de Caledon era conocido por sus gestas, pero no era ni de lejos tan famoso como su prosa ampulosa y adornada pretendía hacerlo parecer.

Al cabo de media hora, cuando ya hubo partido toda su audiencia, enfadose o algo así, pues dio un pisotón al suelo e hizo carraspear su vozarrón en algo similar al gruñido de un sabueso sylvano. Con los ojos entornados por la promesa de un mosqueo, subió el tono de nuevo e hizo acopio de prosopopeya, pues si no abreviaba, y pronto, no lograría llevar a cabo su epopeya; que no era otra cosa que lo que quería anunciar.

—Sabed, sylvari de buena fe, que de perjuros y de herejes está plagada nuestra Arboleda: la Corte de la Pesadilla día y noche nos asedia; y cuando buscamos abrigo en el abrazo pálido del Sueño, ¿qué hallamos? Nada más y nada menos que a un Fantasma truncaveladas que disfruta dejando a los más vulnerables en un ignominioso estado de sopor —Hizo una pausa ligera para tomar aire, pues todo lo que decía lo decía de corrido, como si ya estuviera ensayado. Al poco tiempo, continuó—. Y yo digo: ¿quién es ese cobarde que de los sueños se alimenta? ¿Quién? La guarda Caileen lo buscó a tientas y ¿qué es ahora de su sino? ¡Le dan de comer por un tubo la miel y el vino! Cuánta desvergüenza, ¡qué descaro y qué maldad! ¡Si ese maldito Fantasma apareciera, lo acosaría con mi arma hasta que suplicase piedad…!

Pero vio que el gentío menguaba pese a que él incrementaba el furor de su oratoria; no obtuvo con su discurso las mieles de la victoria que, por otro lado, ya daba por ganadas. Bufó y arrugó la nariz en una mímica ofuscada, y dispuesto a hacer historia, y a conservar el poco público que le quedaba, se decidió a ir al grano, como dicen los aldeanos, prescindiendo de este modo de pedanterías y de ceremonias…

—A celebrar voy un Torneo, para todos los Valientes y para aquellos a los que aún les corre la savia por el pecho: haremos una competición marcial, un enfrentamiento de guerreros con armas convencionales; empero, para no excluir a los que no están versados en el preclaro arte de la esgrima, no haremos asco ni a escolares ni a otra clase de combatientes, siempre que no se valgan de mañas ni de artificios para hacer valer su título y su maestría en el pugilato.

»Aquellos que usando tretas y ardides se las apañen para descalificar a su rival sufrirán una suerte par a la que pronto le devendrá a ese sombrío Fantasma: puede que pierdan una mano, si son dichosos; si son desafortunados, que así les caiga la cabeza como la fruta madura que se descuelga del árbol en la estación de la recolecta.

»Y dicho el destino que les espera a los tramposos, pasemos a aquel más noble e insigne que aguarda a los contendientes que lleguen a la final. Habrá así dos clasificaciones: una tendrá en cuenta la pericia en el combate del pugilista, el ardor de su alma y el calibre de su coraje; la otra, en cambio, se basará en el glamour y en el estilo del luchador, pues bien es cierto que tan preciso es blandir la hoja con acierto como hacerlo con armonía y galanura. Por aclamación, en este último caso, se elegirá al gladiador que más hermosamente se haya desenvuelto en la liza.

»No solo se les deparará un premio a los intrépidos que consigan llegar a este punto, sino que se les brindará el honor y el privilegio, si aceptan el ofrecimiento, de formar parte del grupo de Valientes que dará caza a ese desharrapado del Fantasma de Wychmire. Pues es bien sabido que los felones y los fementidos, como aquel al que he nombrado, jamás reunirían arrestos para dar la cara en una competencia de esta guisa, ahorrándonos así el tiempo y las molestias de salir en su persecución.

»Habiendo esclarecido esto, hay dos detalles más que deseo poner de manifiesto: no hay tasa de inscripción por participar ni tampoco se permitirá el uso de armas afiladas (a excepción de aquellas que hayan sido previamente embotadas) o hechizos letales; ¡pobre de aquel que para herir a su contrincante ose liberar tales males! ¡Su destino será rápido y funesto, lo auguro y os lo aseguro por mi nombre, Alberón, y por la fiereza de mi espada, ungida en la sangre de cientos de piratas y de dos mil Resurgidos!

»¿Que quién es ese maldito Fantasma, me preguntáis? Me temo que ya no es mi tarea iluminaros en eso. Permitiré que el heraldo sea quien os cuente las nuevas, mas sin duda habréis oído hablar de la catástrofe del jardín de los lirios florales; o tal vez de los durmientes que sin sueños se quedan y que padecen sin dormir, como así quiso la estrella de la guarda Caileen; o quizá del incidente de la Siega que le otorgó al Fantasma su negra reputación.»

»Sin más preámbulo me voy, con la esperanza de volver a veros en el Torneo. Avisad a humanos, charr, norn y asura; a todos los moradores de Tyria que pudieran estar interesados, pues todos tienen hueco y todos tendrán la misma oportunidad para medirse ante el acero sylvari y ante las enredaderas que por demás nos son aliadas.

Y arrebullándose en su capa, el valiente Alberón, con los carrillos hinchados y enrojecidos por el esfuerzo tan notable que había hecho al recitar semejante letanía, bajó de un salto del entechado de la seta y aterrizó con tan mala suerte que un charco de agua de lluvia estancada le propinó un largo lametón a una de sus botas.

Maldiciéndose y farfullando improperios, alzó el mentón para salvar las últimas onzas de su dignidad, ya de por sí deshecha en luengos jirones, y se marchó del claro con presteza. Y no por las befas que ya oía con claridad a sus espaldas, no, sino porque tenía que acudir a un importante encuentro con uno de los segundogénitos, o algo así.

A un valiente como Alberón nada lo intimida. Y llueva o nieve, haga sol o esté nublado, nada minará su voluntad de convocar este Torneo y de cosechar los frutos que con tanta glotonería y avidez anhela: un campeón que lo ayude a plantar cara a ese desgraciado Fantasma, porque es lo correcto; y porque a las damas tales muestras de heroísmo las entusiasman.