domingo, 28 de julio de 2013

Tercer informe: Reconocimiento médico

Día 49 de la estación del Céfiro del año 1326.

Pese al dolor que atenaza mi corazón, he hecho un acopio de fuerzas para abrir este archivo. Después de haber examinado a conciencia la escena donde transcurrió el crimen, me dirigí a Falias Thorp. La patrulla que descubrió la masacre se llevó al superviviente y los cuerpos de nuestros hermanos allí para que atendiesen al primero y para que les dieran sepultura al resto.

He interrogado a todos los guardas y el testimonio que me han dado ha sido unánime: el superviviente, el presunto Fantasma de Wychmire, estaba muy malherido tanto física como emocionalmente. Ya que ninguno de los guardas recuerda bien el aspecto del sospechoso, decidí preguntarle directamente al Sanador de la aldea que lo había acogido y velado.

Cómo se fugó alguien en su estado es algo que ignoro, pero me intriga profundamente y me llena de ira. ¿Por qué nadie lo vigiló como Ventari manda? Lo subestimaron. Pensaban que era una víctima más, un superviviente, pero yo opino que él fue el culpable de todo.

El tiempo y los hechos les darán la razón a mis intuiciones.

Este es el testimonio del Sanador Gillan, transcrito al pie de la letra tal y como me fue relatado.

«En primer lugar, debes saber que es muy extraño toparse con un caso así.

 La mayoría de los sylvari sueñan. Es la forma en que se renueva nuestra conexión con el Sueño; de algún modo, es la manera en que reforzamos nuestros vínculos empáticos. El caso de este paciente era extraordinario: no tenía sueños. O al menos, ninguno que yo pudiera sentir.

Nunca he visto a nadie así entre los Soñadores: todos nosotros emanamos un cálido flujo de emociones que podemos sentir, como estoy seguro de que ya sabes. Alegría, tristeza, pánico, euforia, ira, tranquilidad… la cantidad de sensaciones que podemos transmitir es ilimitada, y hay quienes poseen un don que les ayuda a detectarlas más rápido que los demás.

Incluso los cortesanos preservan este vínculo: es el método que utilizan para intentar corromper a la Madre Árbol y, con ella, a las nuevas generaciones de sylvari. Expresan dolor, rabia y una desazón tremenda; pero no era su caso. Ninguno de estos era su caso.

Yo, desgraciadamente, soy un Sanador del cuerpo y no del alma o del Sueño. Solo te puedo decir esto: si estaba soñando con algo, no había ni rastro de ello. Parecía muerto, no despedía ningún sentimiento; no obstante, respiraba. Le hice un examen físico, no lo tengo escrito pero todavía lo recuerdo a la perfección. Un paciente tan inusual no se olvida, pese a que su sintomatología fuera más bien… de índole espiritual que física.

Varón sylvari. Alto y bien constituido. Aproximadamente de un metro ochenta de estatura y de unos setenta kilos de peso.

Su complexión era robusta como la de un tronco: las fibras de su corteza eran enjutas y formaban una malla compacta, tersa y dura como la cáscara de un árbol. De torso amplio y firme como el corazón de un roble, recuerdo que sus extremidades eran igualmente anchas y poderosas. De no ser por la indumentaria que vestía, unas túnicas escuetas de lana, habría jurado que era un guarda. Uno muy fuerte e intimidatorio.

Su tez tenía el color de la caoba renegrida. No daba la imagen de estar chamuscada, entiéndeme, pero era de un tono terroso, oscuro y vibrante como una pátina de óxido. No estaba adornada en exceso: algunas ramificaciones y nudos en puntos como en los brazos, los hombros y las piernas. Si se me permite la comparación, se me hizo similar a un árbol reseco. Ya sabes que hay algunos sylvari cuyas protuberancias corporales consisten en hojas o en tallos flexibles que los ornamentan y que cubren algunas partes de su anatomía; este paciente, en cambio, solo tenía nudos enredándose en torno a él y hojas de aspecto caduco.

¿Qué más te puedo decir…? ¡Ah, sí! Tenía algunas muescas curiosas por todo el cuerpo: parecían haber sido practicadas con un punzón y eran recientes. Estaban curándose por sí solas y la mayoría no parecían realmente graves, tan solo heridas moderadas, por tanto no me preocupó. No obstante, ahora pienso de forma distinta: los cortes se repetían en sus dos brazos y en su tórax. En su momento no pensé que fuera un patrón, pero tras haberle dado algunas vueltas comienzo a sospechar que pueden ser el indicio de alguna clase de mutilación ritual, o bien de algún tipo de tortura macabra.

No hay nada más reseñable en su físico que debas saber, tan solo un detalle muy peculiar: las marcas de su fluorescencia. Eran doradas, o naranjas, no las recuerdo del todo, pero sí que recorrían su cuerpo como si fueran ríos de savia, o serpientes, y que le daban una apariencia espeluznante. ¿De verdad crees que él es el famoso Fantasma de Wychmire? Ciertamente, había algo tétrico en él.

Quizá lo que más pueda servirte para averiguar su identidad sea su fisonomía. Su cabello estaba compuesto de un ramaje ensortijado y precario que vestía tan solo una hilera desperdigada de hojas otoñales. Le abrí los ojos y lo sometí a la luz de un hongo bioluminiscente para comprobar si se dilataban sus pupilas, y reaccionó reflejamente.

Lo que más me llamó la atención de aquello fueron sus pupilas: diminutas y circunscritas en un aro gris casi imperceptible. La retina, por otro lado, era negra como el ónice; no negra como el carbón, que es opaco y que carece de brillo. Era ónice y parecía un sumidero: un abismo reluciente y voraz. No sabría decirte si la Pesadilla anidaba en esos ojos o si seguía siendo un Soñador, para ser honesto.

Sus rasgos estaban enmascarados de forma natural por una tupida capa de corteza. Y no tenía un rostro muy expresivo, he de admitir. Cuando lo miré por primera vez, por unos segundos llegué a creer que se trataba de una talla sorprendentemente realista y no de un sylvari con vida. Pero lo era.

Y hay una cosa más que debes saber: aunque no estaba incapacitado, tenía lesiones y estaba bien custodiado por los guardas; no querían perder al único testigo de la Siega, después de todo. Para alguien en sus condiciones habría sido harto complicado, si no imposible, escaquearse por su cuenta. Ese fue mi pronóstico como Sanador y no me retracto de mis palabras.

Nuestros hermanos no son unos incompetentes, Caileen. Si huyó, lo hizo con la colaboración de alguien. En su estado no habría llegado muy lejos sin ayuda: las bestias de la selva lo habrían devorado, o lo habría atrapado la Corte de la Pesadilla nada más salir del campamento.

Mira, esta no es mi investigación, pero voy a darte mi opinión: aquel sylvari fue torturado. Alguien así no habría podido hacer frente ni a unos cortesanos ni a ningún guarda. Y menos podría haber escapado tras verse inmerso en una masacre de tal calibre.

Creo, Caileen, que estás dejándote llevar por la impotencia y que le sigues las huellas a una quimera: el Fantasma de Wychmire no puede ser ese pimpollo. Tal vez el verdadero Fantasma de Wychmire entró en el campamento a hurtadillas para raptarlo esa misma noche y acabar con su existencia, ¿o acaso has oído hablar de alguien que le haya visto la cara y que haya vivido para contarlo?
 
El pimpollo estaba afectado por algo, Caileen. Algo que le hizo ese desalmado. Su estado me recordó mucho a los inaudibles que viven en la Isla del Lamento, al sur del Mercado de Mabon. Tal vez ellos sepan algo que nosotros ignoramos…»

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