sábado, 6 de julio de 2013

Lo que dijo Ventari... (1ª parte)

Lo que dijo Ventari son una serie de escritos redactados por el misterioso filósofo sylvari Saucesabio; Saucesabio es, de hecho, el pseudónimo que este pensador utiliza para mantener a salvo su identidad.
 
Los iré publicando por fascículos, siendo este el primero: son ensayos que recapacitan sobre distintos aspectos de la naturaleza del Sueño desde una cierta sensibilidad filosófica. Y pese a su carácter eminentemente expositivo, no constituyen una guía, sino más bien una reflexión generativa en el sentido más chomskiano posible de la palabra.

Aunque en el artículo se manejan algunos conceptos de filosofía, su entendimiento no es imprescindible para comprender la esencia del texto. La mayoría de ellos, los más importantes, se pueden deducir por el contexto.
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Lo que dijo Ventari

Una lectura hermenéutica de la idiosincrasia sylvari, por Saucesabio

Introducción

La pregunta “por qué” siempre ha bailado en los confines de mi cabeza: me ha hecho presa de sus peligrosos vaivenes y me ha conducido por derroteros sombríos y amargos. Ya desde antes de salir de la vaina, el “porqué”, o mejor dicho, los “porqués”, me han atormentado profunda y silenciosamente.

¿Por qué pongo estos pensamientos a tu alcance? No lo sé. Lo único que sé es que mi mente bulle con una infinidad de interrogantes: ¿por qué seguir la Tabla de Ventari? ¿Por qué la Corte de la Pesadilla se equivoca en su cruzada? ¿Sufren los inaudibles de una cobardía moral y de un pesimismo nihilista?

Si hago caso a lo que cuentan los mentores, la Madre Árbol plantó en todos nosotros una semilla que nos conformó tal y como somos en el momento de nuestro nacimiento. Nos fue inculcado conocimiento que flotaba en el espacio etéreo del Sueño, memorias deshilachadas de otros sylvari. Y todo se hizo obedeciendo a un designio superior que no podemos entender, pero que sí que nos podemos cuestionar.

Los promotores y los detractores de la Tabla de Ventari han esgrimido numerosos argumentos con tal de hacer valer su ideología: unos hablan de bondad, de orden societario y de paz; otros glorifican la liberación de las ataduras morales. ¿Cuál de ellos lleva razón? ¿Se puede determinar mediante algún razonamiento filosófico la verdad? Y si es así: ¿en qué plato de la balanza descansa?

A lo largo de mi corta existencia he conocido la cara de los Soñadores, de los inaudibles y de los cortesanos. Guiado por una pulsión que soy incapaz de explicar, me he movido por senderos angostos que intersecan sus horizontes éticos. He aprendido y he comprendido, y ninguna de mis dudas se ha visto resuelta hasta la fecha; por el contrario, ahora tengo muchas más preguntas que entonces, e incluso más pesadas.

No obstante, antes de comenzar mi disertación quiero hacer un par de aclaraciones: en primer lugar, este ensayo no es una apología de la Tabla de Ventari; en segundo lugar, tampoco es una crítica a la Tabla de Ventari ni un panfleto de la Corte de la Pesadilla. Ni eso, ni un manifiesto inaudible. Nada de eso.

Las reflexiones que leerás en este escrito son mías. Mías y solo mías. Cualquiera que se las apropie espuriamente o que ose tergiversar mis palabras conocerá mi furia, ya sea Soñador, cortesano o inaudible; me da lo mismo.

Soy un sylvari, y eso es todo lo que importa. Somos sylvari, y eso nos une. En “Lo que dijo Ventari” haré una exégesis de la idiosincrasia de los Soñadores, pero también de la Corte de la Pesadilla y de los inaudibles. Las pondré en contraposición y las compararé. Y al final, y solo al final, extraeré mis propias conclusiones.

Así que allá vamos. Empezaré por el pilar más básico de todos: el Sueño.

El problema del Sueño: la autopoiesis sylvari y el determinismo

En mi Sueño escuché los sermones interminables de un anciano filósofo humano. Yo atendía con curiosidad a sus clases; pese a ello, tenía la sensación de que había otros alumnos a mi alrededor que dormían plácidamente. Quizá debería darles las gracias a esos estudiantes: puede que el mérito de mis conocimientos se deba a sus siestas, convenientemente inspiradas por las alocuciones de su orador.

Antes que los sylvari estaba la Madre Árbol. Y antes que la Madre Árbol estaba el Sueño. A estas alturas todos conocemos la historia de Ventari y Ronan: Ventari creó un refugio pacífico y en él Ronan sembró la simiente del Árbol Pálido. De este gesto simbólico de amistad y de unión ante la adversidad surgió la Madre Árbol, y posteriormente, doscientos años más tarde, los sylvari.

Resulta de una poesía abrumadora que muchos pimpollos, e incluso sylvari con varias generaciones a sus espaldas, enarbolen este símbolo como su causa y bandera. Los sylvari, según sus predicamentos, son un testimonio viviente de la paz y de los lazos de fraternidad; adalides de las virtudes que Ronan y Ventari cultivaron en su santuario.

Supongo que sentirse partícipe de un legado tan noble dignifica, aunque sea por proximidad, hasta al pimpollo más ingenuo. Mas asumo que si estás leyendo esto es porque no perteneces a esa clase de dichosos idealistas, así que hazte conmigo unas cuantas preguntas: ¿cómo se gestó la conexión de la Madre Árbol con el Sueño? ¿Qué es el Sueño y por qué somos tan susceptibles a él? Y en un último renglón, ¿qué es la Pesadilla?

Y ahora quiero que me entiendas bien, pues no me voy a repetir: aborrezco los discursos oficialistas. No son más que peroratas políticas. Puedes tacharme de hereje, de iconoclasta o de lo que te apetezca por afirmar esto; me importa un rábano. Respeto y admiro la labor de la Madre Árbol y me intriga la naturaleza del Sueño. Que no le haga un cunnilingus verbal a los partidarios de ningún dogma se debe a que uso un órgano que algunos, Soñadores y cortesanos por igual, tienen atrofiado: el cerebro.

Nos hablan del Sueño como algo inmanente: una dimensión o un estado de conciencia alterno donde se vierten las memorias colectivas de nuestra especie. Son esos conocimientos los que nos nutren en nuestra etapa germinal. Se cuenta que el Sueño también concede visiones del futuro, las llamadas Cazas Sylvestres. Sin embargo, ¿son esas predicciones ciertas e inevitables? ¿Cuál es la voluntad, el tejedor, detrás del Sueño que le otorga a cada sylvari sus habilidades? ¿Cómo se originó el Sueño?

Podría ser obra del azar: del caos. La suma de las aptitudes de cada sylvari podría no ser otra cosa que el resultado de un procedimiento estocástico que tiene lugar dentro del Sueño. No obstante, existe otro problema: si asumimos el carácter profético e irrevocable de las Cazas Sylvestres, ¿no estamos minimizando el peso de las decisiones que tomamos a la hora de elegir nuestro propio destino? ¿No estamos aceptando que nuestro recorrido está prefijado desde la vaina, que somos una tabula rasa lista para ser llenada sin que medie por nuestra parte ningún tipo de acto de volición (como, por otra parte, aseguran los empiristas más recalcitrantes)?

¿En qué estatuto nos deja esta afirmación como sylvari? ¿Somos los peones de algún tipo de fuerza intangible que nos manipula desde los límites de un tablero de ajedrez desconocido como es el Sueño? ¿Es nuestra capacidad para producir interrogantes, para plantearnos nuestras acciones y para planificar el futuro, el simple producto de una ilusión, de un espejismo mental? Y ¿acaso ser conscientes de la inutilidad de nuestros esfuerzos surtirá algún efecto en el camino que nos ha sido escrito?

Quizá ahora empecéis a entender la desazón que me embarga cuando escribo estas consideraciones intempestivas. No disfruto siendo un mero paciente de la suerte que me ha sido asignada en la partida de dados del Sueño; quiero ser el dueño de mi destino. Y aun así, sigo siendo víctima de una de las cuestiones teleológicas más perseverantes de la historia: ¿cuál es el fin último de todo? Si existe el destino, ¿tiene sentido rebelarse contra él? ¿Por qué?

Exista o no exista, hay algo en nuestros corazones que demanda una respuesta. Necesitamos seguridad, una certeza a la que aferrarnos. Algunos la encuentran en la fe: depositan sus esperanzas en un credo, como la Tabla de Ventari, o en los pregones baratos de la Corte de la Pesadilla. Otros viven indecisos o se mantienen al margen, como los inaudibles, y se formulan repetitivamente estas mismas preguntas.

Desgraciadamente, no tengo una contestación satisfactoria a esa pregunta. Tengo varias, y todas ellas me complacen tan solo parcialmente. Tal vez el carácter limitado de nuestras mentes no nos permita dilucidar una verdad universal, en la acepción más expansiva de la palabra. Así pues, zozobro a la deriva en un mar de incertidumbre filosófica, donde el voluntarismo se me antoja un embeleco bonito y la presunción del determinismo que acompaña a una Caza Sylvestre me llena de desasosiego.

Supongo que cada uno de nosotros debe elegir su verdad: una verdad interpretada, individualmente significativa, contextualmente sensible y emocionalmente sentida. Una verdad hermenéutica, en contradicción a la quimera que es la verdad absoluta. Dejar nuestro sino en manos de otros por temor a lo que pueda haber más allá es lo auténticamente reprobable. Es un consuelo para pusilánimes y para imbéciles.

“Actúa con sabiduría, pero actúa”, dijo Ventari; a la hora de buscar la verdad, de seleccionar unas lentes con las que ver el mundo, también hay que tomar una postura. Y caben dos opciones: escondernos como ratones bajo la sombra de una entelequia, o salir a la luz y arriesgarnos a sufrir las quemaduras del sol y eventualmente la muerte.

Pero que nadie se engañe: la muerte es el único hecho innegable en esta vida. Es la única dualidad lógica que a mis ojos resulta indefectible y obligatoriamente axiomática.

Todo lo demás son solamente suspiros en el viento.

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