miércoles, 3 de julio de 2013

Torneo para Valientes (y para otros no tan arrojados...)

Hízose a un lado el nuncio que encaramado a la sombrilla de una seta declamaba a las puertas de la Arboleda al dulce son de su voz aterciopelada. En su lugar subió un enhiesto luchador, de porte orgulloso y de gesto impávido; sacó de la vaina la espada, como si aquel ademán no fuera gran cosa, y la blandió al aire arrancándole al broche de oro allá en los cielos un relámpago irisado que a todos con su esplendor cegó.
 
—Es justo que sepáis, amigos míos, el motivo por el que os privo del melodioso cantar de vuestro heraldo habitual —dijo, y su voz sonó grave como salida de un botijo—. Pues bien es cierto que tengo a su merced en gran estima, pero la ocasión ha menester para que sea yo quien, esta vez, de la noticia me haga eco; pues no es cuestión de respeto ni tampoco de provecho, sino que lo que me impulsa actuar es la razón de la causa más justa: la protección de nuestro enramado hogar y de aquellos que bajo su tibio y apacible ramaje se refugian, como avecillas todas arracimadas en la copa de un árbol y a punto de entonar la más bella sinfonía del bosque matinal…

El sylvari, de tono solemne y de aún más solemne estampa, siguió habla que te habla a lo largo de diez minutos. Tan solo ese tiempo le llevó presentarse e ilustrar a los escuchantes, soñolientos y emisores de bostezos, en las proezas que se habían asociado a su nombre. Lo llamaban Alberón, el Valiente Blanco, pues tenía la tez del color del mármol y el brillo que arrojaban sus marcas era tan intenso como el de un rayo; en todo el Bosque de Caledon era conocido por sus gestas, pero no era ni de lejos tan famoso como su prosa ampulosa y adornada pretendía hacerlo parecer.

Al cabo de media hora, cuando ya hubo partido toda su audiencia, enfadose o algo así, pues dio un pisotón al suelo e hizo carraspear su vozarrón en algo similar al gruñido de un sabueso sylvano. Con los ojos entornados por la promesa de un mosqueo, subió el tono de nuevo e hizo acopio de prosopopeya, pues si no abreviaba, y pronto, no lograría llevar a cabo su epopeya; que no era otra cosa que lo que quería anunciar.

—Sabed, sylvari de buena fe, que de perjuros y de herejes está plagada nuestra Arboleda: la Corte de la Pesadilla día y noche nos asedia; y cuando buscamos abrigo en el abrazo pálido del Sueño, ¿qué hallamos? Nada más y nada menos que a un Fantasma truncaveladas que disfruta dejando a los más vulnerables en un ignominioso estado de sopor —Hizo una pausa ligera para tomar aire, pues todo lo que decía lo decía de corrido, como si ya estuviera ensayado. Al poco tiempo, continuó—. Y yo digo: ¿quién es ese cobarde que de los sueños se alimenta? ¿Quién? La guarda Caileen lo buscó a tientas y ¿qué es ahora de su sino? ¡Le dan de comer por un tubo la miel y el vino! Cuánta desvergüenza, ¡qué descaro y qué maldad! ¡Si ese maldito Fantasma apareciera, lo acosaría con mi arma hasta que suplicase piedad…!

Pero vio que el gentío menguaba pese a que él incrementaba el furor de su oratoria; no obtuvo con su discurso las mieles de la victoria que, por otro lado, ya daba por ganadas. Bufó y arrugó la nariz en una mímica ofuscada, y dispuesto a hacer historia, y a conservar el poco público que le quedaba, se decidió a ir al grano, como dicen los aldeanos, prescindiendo de este modo de pedanterías y de ceremonias…

—A celebrar voy un Torneo, para todos los Valientes y para aquellos a los que aún les corre la savia por el pecho: haremos una competición marcial, un enfrentamiento de guerreros con armas convencionales; empero, para no excluir a los que no están versados en el preclaro arte de la esgrima, no haremos asco ni a escolares ni a otra clase de combatientes, siempre que no se valgan de mañas ni de artificios para hacer valer su título y su maestría en el pugilato.

»Aquellos que usando tretas y ardides se las apañen para descalificar a su rival sufrirán una suerte par a la que pronto le devendrá a ese sombrío Fantasma: puede que pierdan una mano, si son dichosos; si son desafortunados, que así les caiga la cabeza como la fruta madura que se descuelga del árbol en la estación de la recolecta.

»Y dicho el destino que les espera a los tramposos, pasemos a aquel más noble e insigne que aguarda a los contendientes que lleguen a la final. Habrá así dos clasificaciones: una tendrá en cuenta la pericia en el combate del pugilista, el ardor de su alma y el calibre de su coraje; la otra, en cambio, se basará en el glamour y en el estilo del luchador, pues bien es cierto que tan preciso es blandir la hoja con acierto como hacerlo con armonía y galanura. Por aclamación, en este último caso, se elegirá al gladiador que más hermosamente se haya desenvuelto en la liza.

»No solo se les deparará un premio a los intrépidos que consigan llegar a este punto, sino que se les brindará el honor y el privilegio, si aceptan el ofrecimiento, de formar parte del grupo de Valientes que dará caza a ese desharrapado del Fantasma de Wychmire. Pues es bien sabido que los felones y los fementidos, como aquel al que he nombrado, jamás reunirían arrestos para dar la cara en una competencia de esta guisa, ahorrándonos así el tiempo y las molestias de salir en su persecución.

»Habiendo esclarecido esto, hay dos detalles más que deseo poner de manifiesto: no hay tasa de inscripción por participar ni tampoco se permitirá el uso de armas afiladas (a excepción de aquellas que hayan sido previamente embotadas) o hechizos letales; ¡pobre de aquel que para herir a su contrincante ose liberar tales males! ¡Su destino será rápido y funesto, lo auguro y os lo aseguro por mi nombre, Alberón, y por la fiereza de mi espada, ungida en la sangre de cientos de piratas y de dos mil Resurgidos!

»¿Que quién es ese maldito Fantasma, me preguntáis? Me temo que ya no es mi tarea iluminaros en eso. Permitiré que el heraldo sea quien os cuente las nuevas, mas sin duda habréis oído hablar de la catástrofe del jardín de los lirios florales; o tal vez de los durmientes que sin sueños se quedan y que padecen sin dormir, como así quiso la estrella de la guarda Caileen; o quizá del incidente de la Siega que le otorgó al Fantasma su negra reputación.»

»Sin más preámbulo me voy, con la esperanza de volver a veros en el Torneo. Avisad a humanos, charr, norn y asura; a todos los moradores de Tyria que pudieran estar interesados, pues todos tienen hueco y todos tendrán la misma oportunidad para medirse ante el acero sylvari y ante las enredaderas que por demás nos son aliadas.

Y arrebullándose en su capa, el valiente Alberón, con los carrillos hinchados y enrojecidos por el esfuerzo tan notable que había hecho al recitar semejante letanía, bajó de un salto del entechado de la seta y aterrizó con tan mala suerte que un charco de agua de lluvia estancada le propinó un largo lametón a una de sus botas.

Maldiciéndose y farfullando improperios, alzó el mentón para salvar las últimas onzas de su dignidad, ya de por sí deshecha en luengos jirones, y se marchó del claro con presteza. Y no por las befas que ya oía con claridad a sus espaldas, no, sino porque tenía que acudir a un importante encuentro con uno de los segundogénitos, o algo así.

A un valiente como Alberón nada lo intimida. Y llueva o nieve, haga sol o esté nublado, nada minará su voluntad de convocar este Torneo y de cosechar los frutos que con tanta glotonería y avidez anhela: un campeón que lo ayude a plantar cara a ese desgraciado Fantasma, porque es lo correcto; y porque a las damas tales muestras de heroísmo las entusiasman.

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