Hoy nos despedimos de un ser querido
y consagramos a las llamas su alma,
dejándonos el corazón herido.
A los nueve despojados de calma;
ardieron en ascuas de odio y miseria
de un incendio cruel. A ellos va esta salma.
Se propaga cual ascua la tragedia
al que esgrimió sin piedad su martillo;
ahora en la pira su final remedia.
Y aún se ven más leyendas en el brillo,
incandescente y humeante del fuego,
¡guiadlos, espíritus, por un buen trillo!
Elevemos a los cuatro este ruego:
“Oíd, Osa y Pantera, Lobo y Cuervo,
a mis amados difuntos entrego.
A cambio, estas ofrendas os sirvo.
Dádselas al muerto allá si le valgan,
pues yo en mi interior a todos preservo”.
Y que su saga y sus hazañas se oigan
como truenos desgarrando la Niebla.
¡Sea este el regalo que los vivos mandan!
—Vanargand Lobogrís.
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