domingo, 31 de marzo de 2013

Capítulo 0: Retazos

Cuando era pequeño, mi madre se dedicaba a la peletería.

Vivíamos en una heredad espaciosa y había terreno suficiente para sembrar con holgura, pero ante todo mi familia le profesaba devoción a la carne, a la leche y al queso y sus derivados. Aparte de cultivar y de pastorear y ordeñar a las vacas dolyak de los establos, mi madre desollaba y curtía las pieles de las presas que traía mi padre de sus cacerías.

Por tanto, era solo cuestión de tiempo que yo les acompañase en sus menesteres.

Como hijo pródigo de mis padres, antes de que me extraviara del buen camino tuve que exprimir ubres y fermentar la leche hasta que la sencillez de la existencia bucólica y pastoril se probó insuficiente para mí. Sin embargo, todavía recuerdo con nostalgia las largas y tediosas tardes de otoño en las que descartábamos, cuchillo en mano, las imperfecciones de un pellejo, lo embadurnábamos en óleos aromáticos e impermeabilizantes, y luego lo estirábamos con ganchos a fin de que quedase dúctil.

Todo eso ocurrió, por supuesto, mucho antes del acontecimiento del ciervo; antes de que me bautizasen como «el gigante amable». No obstante, aún a día de hoy sigo encontrando sosiego ante un cuchillo de curtir y un bastidor con el que trabajar las pieles; ya no con la misma frecuencia que antes, pero siempre con el mismo fervor.

¿Cómo un idólatra del Lobo acabó guiando recuas de dolyaks por las Colinas del Caminante? Esa es una de las mayores paradojas de mi historia.

No pienso saciar tu curiosidad ahora, pero sí te adelantaré que esto se debe a mi madre; o más concretamente a mi abuelo, antes de que cayese enfermo.

El hecho trascendental de esta anécdota radica en la curtimbre. He llamado al epígrafe de este capítulo introductorio «retazos», y para que entiendas el porqué, primero deberás tener alguna noción —por sucinta que sea— de la técnica de procesamiento tradicional de los pellejos y de la composición de la ropa en base a los distintos retales.

En segundo lugar, para poder interpretar con acierto estos retazos deberás comprender el sutil entramado de tejemanejes que, como una delgada pero tupida tela de araña, entretejen los artistas de toda clase con tal de menoscabar a sus contrarios.

Por eso, quizá te parezca osado, posiblemente arrogante o incluso necio que les dedique un capítulo entero de mi saga a mis oponentes en materia de escaldía, pero para mí es una estratagema maestra e infinitamente astuta. Y te lo voy a explicar.

Esos cantamañanas de poca monta que tratan de enturbiar con sus rebuznos la nitidez de mi cantar han llevado a cabo una tarea que merece todo mi respeto y mi admiración; han recopilado para mí una porción de mi leyenda a la que seguramente yo jamás pueda tener acceso: han compilado los rumores, las habladurías y los chismorreos que se escuchan en Hoelbrak y en las inmediaciones de la ciudad.

Algunos no han dudado lo más mínimo a la hora de rociar sus manuscritos y canciones (si a esas piezas sin rima ni ritmo se les puede llamar de ese modo) con la ponzoña de un sinfín de falsedades; otros, en cambio, se han erigido como jueces imparciales en sus relatos, haciendo gala de una petulante ostentación de neutralidad.

No obstante, les guste o no, todos ellos pavimentarán las vías de mi narración.

En este capítulo he hecho una selección de las mejores crónicas de esa panda de zoquetes y camorristas que se hacen llamar escaldos y que disfrutan ensuciando la reputación de otros autores asaz más notables que SÍ que son dignos de agasajo.

Me he visto tentado, lo confesaré, de transcribir aquí su prosa a pies juntillas: retóricas pobres y cenagosas, abarrotadas de errores como abarrotado está un cocido de tropezones. Pese a ello, en un acto de caridad y en reivindicación del buen gusto, así como para evitaros un molesto escozor de ojos, he optado por corregírselos.

Por tanto, que no te extrañe un ápice que los «retazos» que voy a presentaros estén mejor ordenados, resulten un millón de veces más coherentes con respecto al eje principal de la historia, y estén mil veces mejor escritos que sus respectivas versiones originales; versiones que podrás escuchar en cualquier tasca de mala muerte desde la capital norn de Hoelbrak hasta el enclave del Priorato de Durmand.

Hazlo. Te reto a que lleves a cabo el experimento. Pregunta a algún escaldo por estas piezas y verás que llevo razón: son absurdas y pedestres hasta decir basta.

Si tras haber hecho esto opinas que he sido soberbio por atreverme a «remendar» (válgannos las metáforas del telar) sus insulsas historias, debes saber que no te falta razón. Sin embargo, déjame que te diga otra cosa: se lo merecían con creces.

Estas alimañas no son más que una plaga de mosquitos trompeteros que succionan la fama de autores más talentosos para alimentar su apetito desmesurado de celebridad. Al menos, yo he sido mucho más elegante que ellos al darles las gracias por haberme ahorrado las molestias de confeccionar por mi cuenta un collage con estos «retazos».

Me habría costado una barbaridad compendiar todos los cuchicheos acerca de mi persona, y este es, no obstante, un ejercicio crucial para que entiendas otro de los engranajes clave de mi pensamiento, que ya te avancé durante el prólogo: una saga tiene decenas, a veces miles, de interpretaciones diferentes. ¡Y eso es muy positivo!

Yo no soy uno de esos escolares sectarios que se cobijan bajo la dignidad de historiador para modificar el pasado al antojo de sus mecenas de la nobleza. Mi misión no consiste en desentrañar «la verdad» —si es que existe una única certeza— de algún volumen mohoso y enterrado en un túmulo oscuro a cientos de metros bajo tierra; mi afán es mucho más noble.

Mi búsqueda, amigo mío, trata del conocimiento.

Por eso quiero que me conozcas, porque solo así podrás comprender mi devenir: las decisiones que tomé, los motivos que impulsaron mis actos y las consecuencias que coseché a partir de ellos. A veces, justas, buenas y oportunas; otras tantas, a destiempo, ímprobas y desgraciadas.

Sería un bulo muy evidente que te ofreciera una sola estampa de mí, cortada por mi inconmensurable amor por mí mismo y por mi pedantería desbocada. Por ello, me haré eco de las personas que afirmaron conocerme en el pasado, a expensas de que algunos discursos supuren toxicidad por cada uno de los verbos.

¿Quieres saber quién soy en realidad? Bien. ¡Sigue leyendo!


El clan Lobogrís

«¡Temblad, aquí llega el norn más temido,
que en todo Hoelbrak es bien conocido
por su chulería y su retintín!

¡El escaldo Vanargand Lobogrís!
Y a su lado va su perro alobado,
el que a nombre de Skoll es llamado
cuando al tiempo se le escucha gemir. 
Su padre era un bruto bobalicón
al que llamaban Ormar Bjornolfson.
Su madre era Aesa Tyrasdottir,
¡bien brava en la cama cual loba en celo!
¡No es de extrañar que su esposo al frungir
perdiera la mano y no solo el pelo!

Su abuela, Aldis, anciana y senil;
su hermano menor tiempo ha feneció;
su novia, Skadi, es bajita y frágil;
y esto así acaba. El resto murió.

¡Temblad, llega Vanargand Lobogrís!»

—Osgald Lenguasucia. Proyecto de escaldo, ebrio de profesión e imbécil por vocación.

Espero que Osgald no se ofenda: tenía rota la métrica de algunos versos y, contra todo mi buen juicio, me he tomado la molestia de enderezársela.

Además, había cometido numerosas faltas de ortografía e insistía en rimar Lobogrís continuamente con pis, lo que constituye un atropello flagrante contra la lírica.


Apuntes de un asesino

«Lo veía antes cuando venía al albergue, ¿sabes?

Él hacía como si no me conociera y me evadía por todos los medios posibles. Tenía arte y agilidad para moverse entre las mesas sorteando hileras de sillas y de borrachos con tal de no coincidir conmigo. Lo hacía a un paso muy ligero y grácil, algo peculiar para un norn de su estatura.

¡Es inmenso! ¿No lo has visto nunca? ¿En serio? Tiene unos andares seguros de sí mismos, de esos que te inspiran confianza. Pisa fuerte con la planta del pie, pero no como un buscabroncas: con premeditación. Y siempre sabe dónde poner el pie a continuación.

Camina con la cabeza y con la barbilla erguidas, como si estuviera mirando más allá, a algún lugar perdido que solo existe en su imaginación; con ese mentón ancho y fornido suyo, los pómulos poderosos y una sonrisa fina, de labios pequeños y vivaces. Hasta cuando entrecruzamos miradas ni siquiera sé si me está mirando. Solo a veces capto el destello sus ojos de refilón; lo sé porque aun bajo las luces bailarinas del fogón y de los blandones sus ojos brillan de color azul, fríos como una capa de hielo cristalizado.

Su sonrisa es lisonjera y cálida, pero su mirada... Algo primigenio pulsa con ira dentro de ella. Algo que solo se advierte cuando sonríe ante un reto: lobuno, feroz y sincero.

Tan enorme como te pueda parecer, sabe desenvolverse.

Sabe entrar en un lugar llamando la atención y también sabe pasar desapercibido. ¡Es un escaldo! ¡Solo tiene que rasguear ese leño con cuerdas para que todos le presten atención! Y por si no fuera bastante, cuando habla le sale del pecho un torrente de voz de barítono. No te diré que sea la voz más grave que he escuchado, pues pasan muchos escaldos por una taberna como esta y con los años me he familiarizado con sus distintos tonos; pero puedo decirte que se expresa con claridad y con elocuencia.

En cuanto a su indumentaria, bueno, ¿qué decir? Es muy particular.

Suele llevar chalecos fabricados con pieles curtidas, sin una puntada fuera de sitio ni rebabas de bordes mal cosidos. Yo siempre lo he visto lucir largas gabardinas cuya cola alcanzaba casi a tocar el suelo, como un mantón o como una capa de pelaje gruesa. Eso sí, y lo reconocerás por este hecho: tiñe TODAS sus prendas de blanco, de negro o de gris. Por eso y porque le gusta adornar su “atavío”, como él lo llama, con joyas de pedrería incrustada y con alhajas de marfil repujado en la guisa de collares y pulseras.

Y tienes que fijarte en su pelo: es castaño, semirrizado y largo. A veces lo lleva atado en una coleta que le cae por la espalda. Y rara vez se lo desata.

Siempre me extrañó eso de él: tú no lo sabrás, porque eres humano, pero a la mayoría de los hombres norn no les importa en absoluto llevar la barba desgreñada y salpicada de trozos del guiso que han cenado la noche anterior. Él, en cambio, se asea y se recoge el pelo pulcra y afanosamente después de hacer el amor. Y se esmera en afeitarse cada dos o tres días.

Lo llevé a mi lecho, ¿sabes? Despedía un aroma a inciensos naturales: fragante y agradable, si bien tenue. Es reconfortante que un hombre vele un poco por su higiene; los hay que huelen a sudor y a matadero.

Es de tez blanca, normal, ni muy bronceada ni excesivamente pálida, si bien lo distinguirías rápidamente si te acostaras con él: tiene el torso decorado por un tatuaje de nudos rituales que se asemeja mucho a las ramas de un árbol, solo que negro. Y bajo la tintura apreciarías algunas cicatrices, blancuzcas la mayoría; no son muchas, pero hay que reconocer que lo hacen más apuesto.

Tú no eres más que un humano endeble y no lo entenderías, pero las cicatrices son una marca de orgullo entre mi pueblo. Aunque claro, no creo que llegues a meter jamás al “Gran” Vanargand en tu jergón. Créeme, no eres su tipo.

Y no te dejes engañar por su complexión física: hay norn mucho más membrudos que él, con los músculos hipertrofiados por la batalla y por el duro trabajo físico. Él, sin embargo, es esbelto, aunque si le abrieras la boca en un descuido verías que tiene bíceps en la lengua, porque es un charlatán. Y si después le abrieses el cráneo con una maza, observarías que su cerebro es más grande que su muslo.

Así que tú desafíalo a una riña: lo he visto tumbar a hombres de casi el doble de su peso sirviéndose tan solo de su coco y de sus bravatas.

¿Decías que querías saber cómo era? Pues bien, este es Vanargand Lobogrís: un figurín, un cuentista y un farandulero indecente. Me ha ultrajado en lo más hondo y pienso hacérselas pagar por mofarse así de mí y de mi madre en cuanto lo vea.

¿Que por qué? Hace un año me enteré de que ese fraude de norn había yacido con mi madre. Se lo montó con las dos, ¡la misma noche! ¡Una detrás de la otra!

Al día siguiente invitamos al muy cerdo a cenar tras haber cerrado el albergue. ¡Y aun sabiendo lo que había hecho, tuvo la cara dura de venir! Nos saludó con una sonrisa amable y se despidió igual. No volvimos a saber nada de él hasta varios meses más tarde. Ni mi madre ni yo estábamos al corriente, hasta que regresó hace menos de un año para tocar la lira y volvimos a hablar de él.

Entonces fue cuando me enteré de todo lo que había hecho.

Así que, si lo ves, dile que lo echo de menos y que espero con ansias su retorno. Convéncele para que venga: dile que lo necesito urgentemente.

Cuando lo encuentre, voy a arrancarle la virilidad de cuajo y voy a echársela de comer a los dolyaks.»

—Fraya Unndottir, amante despechada y heredera del hospicio del Oso Mohoso.

Este pergamino fue encontrado en el morral de un matón contratado por un noble humano para asesinarme.

Típico caso de infidelidad: una mujer insatisfecha con un marido zafio e impotente y un atractivo escaldo que aparece en el momento más indicado para consolarla.

El asesino, sorprendentemente listo y concienzudo para uno de los de su calaña, volvió a casa desnudo. Yo me quedé este texto como trofeo y por su valor sentimental.

Con respecto a Fraya… su historia no es del todo cierta: iba como una cuba aquella noche y me equivoqué de habitación. En cuanto me di cuenta ya era un poco tarde...

No obstante, JAMÁS volví a pasar por el Oso Mohoso.


Mi lobo de la guarda 

«Aquel de quien os voy a hablar
es un hombre de armas tomar:

Es Vanargand Lobogrís,
fuerte y de afilado ingenio.
como músico, mi aprendiz;
como cuentista es un genio.
De joven corriendo con lobos,
hoy entre lobos de dos piernas.
No sufre a torpes ni a bobos:
héroe es de su leyenda.

Guardabosques fabuloso,
salvó mi vida en el lago,
cuando todo estaba helado y
también mis ojos lluviosos.

Ayer pastor, hoy cantor,
me recogiste deshecha.
Hoy me encuentro bien derecha
y doy gracias por tu amor.»

—Linet. Famosa arpista, cantante y «florecilla» en apuros.
 
Linet, apodada «Brisadulce», de la tercera generación de sylvari nacida del Árbol Pálido, fue mi mentora con la lira y mi referente musical durante muchos años.
 
Que descanse en paz allá donde el viento lleva el sonido de su música.

Examen psicológico del erudito Lobogrís

«Al intendente Gixx del Priorato de Durmand:

Le adjunto el resumen del informe con mis impresiones sobre la evaluación psicológica y competencial realizada al erudito Vanargand Lobogrís. Los detalles de las pruebas, sus respuestas exactas y la fecha de las entrevistas se incluyen en el dossier.



En primer lugar, me encontré con el erudito para hacerle un chequeo psicológico estándar consistente en un cuestionario proyectivo con imágenes abstractas, el test de Rasch, y una batería de preguntas personales y biográficas con el objetivo de dotar de sentido a sus respuestas y de entender las razones de sus puntuaciones en la prueba competencial.

Realicé una transcripción en líneas generales del discurso del erudito, quien se empecinó en hablar a toda prisa y con palabras altisonantes en lo que creo que era un reto a mi habilidad y a mi velocidad de escritura. A pesar de ello, y pese a sus constantes intentos por desconcertarme, creo que he hecho bien mi trabajo.

El erudito Vanargand Lobogrís se mostró tranquilo en todo momento durante el examen psicológico. No dejó de mirarme con expectación ni dejó de hacer tamborilear sus dedos, como si estuviera jugando conmigo a alguna especie de juego de ajedrez actoral.

Hablaba con locuacidad y rara vez se detuvo por más de unos segundos para reflexionar sobre el contenido de las preguntas. De hecho, daba la sensación de que su discurso estaba medianamente ensayado a fuerza de la costumbre, pues no titubeó apenas; aunque su pose también podría ser parte de una dramaturgia cuidadosamente tejida.

Me contestaba siempre con una sonrisa, con aparente desenfado, y eludió activamente mostrar cualquier signo de melancolía aun ante las cuestiones más duras.

Sus parientes cercanos han fallecido; eso le arrancó un breve arrebato de tristeza en el que pude discernir a un Vanargand más solemne. Me habló de su hermano y de su madre en un tono protector, asombrosamente maduro y sensato. Traté de meter el dedo en la llaga y creo que logré ponerle nervioso: cuando se tensa tiene la manía de cerrar y abrir los puños en un tic mientras suda copiosamente con rostro estoico.

Como hipnotizadora y analista psicológica del Priorato de Durmand, sospecho que el erudito Vanargand está plantándole cara a un trauma de su niñez. Me da la impresión de que dentro de él se libra una batalla campal entre dos fuerzas en tensión; todavía ignoro cuáles son. Una parte está ansiosa por emerger a la superficie, una que es honesta, práctica y digna. La otra, en cambio, es aduladora, taimada y previsora.

Durante toda la charla no dejé de tener la sensación de que estaba poniéndome a prueba él a mí: quiso hacerme perder la compostura haciendo ruidos con las manos y fingiendo distracción. Parecía, de hecho, que era él quien me evaluaba y no a la inversa.

Pocas veces te encuentras con eruditos con este perfil: son tan recelosos acerca de aquellos que ostentan algún poder sobre ellos que su maniobra consiste en intentar localizar una mella en tu muro para anular cualquier conato de aproximación hacia ellos.

Dicho esto, no creo que el erudito Vanargand haya erigido sus defensas en un brote paranoide, pero sí me da la impresión de que se guarda con mucho celo sus secretos.

Me parece que nunca bajó la guardia durante nuestro encuentro. No parecía ofensivo, pero sí mordaz; bromeaba con frecuencia y se ensañó con todo lujo de detalles contra todos los escaldos a los que había oído tocar alguna vez en las cercanías de Hoelbrak.

Es tremendamente competitivo y no dudó en interrogarme y en objetar acerca de la validez de mis métodos. En más de una ocasión trató de descifrar mis intenciones a partir de mis gestos y de mi discurso, y es bastante adepto leyendo el lenguaje corporal. Todo esto, claro, mientras no estaba ocupado presumiendo de sí mismo.

En el test de imágenes proyectivas sus respuestas fueron totalmente ridículas. Me figuro que se estaba burlando de mí. Lo que vio fue, en este orden: una flor buceando en un lago gélido, una mujer abierta de piernas, un lobo gris tocando la lira en una taberna, un cuervo sin alas tirándose de un acantilado… y así en adelante.

No parece albergar propósitos desleales con respecto al Priorato de Durmand. Lo cierto es que creo que ha sido franco en lo que se refiere a nuestros intereses compartidos por el conocimiento. Es más: me parece que se siente cómodo en su rol de sabio folclórico norn, de escaldo, en parte porque no encuentra otro camino que le sea más afín; tal vez porque cualquier otra opción le está vetada.

Cuando le pregunté por qué un hombre tan alto como él se había entregado a los menesteres escolásticos en lugar de ocuparse de la cacería y de la guerra, como es la tradición cultural de los norn, me parece que conseguí contrariarle y que le arranqué una onza de sobriedad a su mirada. Me dijo literalmente: “No es tan entretenido vencer a alguien con la violencia si puedes derrotarlo con la lengua y con el cerebro. Por norma es, además, mucho menos sanguinario. Y mucho menos definitivo”.

A colación de todo esto, deduzco que sufre alguna clase de temor relativo a su fuerza física. Quizá tenga algo que ver con su amor por el saber y por las artes musicales.

Al hilo de sus aptitudes sociales, el erudito no presentó conductas agresivas en ningún momento. No se declara asocial, y como argumento a favor de la tolerancia racial afirma haber “mantenido relaciones promiscuas con muchas mujeres de las distintas razas de Tyria”.

En referencia a la dimensión ética, el erudito Vanargand hace gala de un sistema de valores loable y bien definido, y sabe emplearlo blandiendo razonamientos filosóficos que dejan entrever un alto nivel intelectual. Por esta razón, concluyo que se puede confiar en que el erudito Vanargand no lleve a cabo empresas de dudosa moralidad que puedan perjudicar el buen nombre del Priorato de Durmand.
Sintetizando el apartado social: el erudito Vanargand es carismático, altruista, y estaría capacitado para trabajar en cooperación con otros miembros del Priorato de Durmand. Sin embargo, su carácter durante la entrevista me da a entender que no acepta bien las órdenes. En otras palabras: es un malmandado que hace lo que le viene en gana y necesita disciplinarse a fondo antes de asumir un papel de responsabilidad en la orden.

Por estas razones, aconsejo utilizar sus talentos en misiones individuales y poco a poco ir incorporándolo a nuevas tareas grupales con otros discípulos de su rango.

Con respecto a las pruebas competenciales: destaca por sus técnicas mnemonísticas y por su gran capacidad para sintetizar, memorizar y razonar en abstracto; tiene conocimientos químicos y medicinales suficientes para elaborar remedios y para practicar unos primeros auxilios eficientes hasta la llegada de un médico; su fluidez de palabra no tiene parangón y sobresale por su conocimiento de la historia norn.

En cuanto a las pruebas con objetos rotatorios, declaró textualmente que “esto me parece una estupidez. ¿Por qué queréis hacerme predecir la trayectoria de unas bolas de plomo que no tienen nada que contarme?”.

Sus intereses personales son, según sus propias palabras: “Rescatar historias perdidas, bien sea dilucidándolas a partir de algún resto arqueológico o mediante otras fuentes”. Aparte, muestra curiosidad por la biología y por la geología, y tiene una base admirable en dichas materias teniendo en cuenta el progreso científico norn.

Aconsejo prestarle mapas y volúmenes para que amplíe su conocimiento del mundo, y asignarle misiones que guarden relación con espacios silvestres, que parecen ser de su entendimiento.

En suma: mi recomendación para el erudito Vanargand es que se ocupe de tareas de campo y de las labores de traducción de los manuscritos y piezas que logre salvar. Progresivamente se le irán encargando misiones relativas a la exégesis de los textos y se le concederá más autonomía en sus investigaciones, lo que, según mi pronóstico, será bueno tanto para él como para sus superiores.

En el interior del fichero se abunda en los exámenes llevados a cabo, las transcripciones de las conversaciones mantenidas con el erudito Vanargand Lobogrís, sus puntuaciones interpretadas, así como una profundización en su perfil psicológico.

Sus respuestas, como siempre, están glosadas y clasificadas en el apartado de anexos.

Nota personal: es un palabrero y se enrolla como las persianas. Leer los anexos con extremada paciencia. Y traer colirio de ojos, sí. Será una lectura extensa.»

 
—Arcanista Luuga del Priorato de Durmand. «Hipnoanalista» avezada.

Me considero un norn curioso por naturaleza. Por ende, era lógico y previsible que este informe fuera a pasar primero por mis manos.

¡Vamos, no me leas así! ¡No soy un ladrón! Eso sí: entre tú y yo, que mi pequeña «extracción» se mantenga en secreto. No quisiera darle más sofocos de los necesarios a la pobre Luuga.

Al menos, a ella no tuve que corregirle ninguna falta gramatical. Un punto a su favor.


Chuchogrís el Timorato

«Debéis saber la verdad, amigos míos,
sobre aquel al que consideráis un héroe:
no es más que un vanidoso buscalíos;
tan solo un cobarde que evita la batalla.

Entre los suyos, por esto es morralla:
afirma luchar, mas lo hace desde la posada,
como charlatán, contra lenguas afiladas;
sus gestas de efebo son ya agua pasada,
¿o alguien se cree que corriera con lobos?

Si es tan salvaje, ¿por qué no mata nada?
¡De niño no podía herir ni a un cervatillo!
Yo os lo diré: no es más que un chiquillo
con buena voz y una arrogancia abultada.
Y os dirá que hace proezas desinteresadas,
mas ya os lo digo yo: ¡son todas inventadas!

¡Tú, bufón, que hablas como los extraños,
ven al Arco del León si tienes redaños!
Yo, un viejo estropeado y con mis años,
te mandaré de una paliza a los aledaños.

¡Vamos! ¡Atácame con tus palabras de princesita!
¡Aquí te espero, escaldo mariquita!»

—Gazdrunk Hiendegrutas. Veterano de guerra charr e intento de poeta.

Aunque como poeta no valga mucho, debo reconocer que al menos le echó arrestos.

En cuanto recibí su mensaje, viajé al Arco del León y me desafió a un duelo musical. Pude haberle privado de la vida y de sus pertenencias, pues se las jugó a que me ganaría, pero me negué a hacerlo. Después de todo, me considero una buena persona. Caótica, pero buena.

¿Cómo se siente siendo un cervatillo, Gazdrunk? ¿Te alegras de mi compasión ahora?

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