domingo, 31 de marzo de 2013

La primera cacería - Segunda parte


El cazador siempre traía una muestra de su presa y Skadi cumplió con lo que se esperaba de ella. Nadie dijo nada al respecto, ni tan siquiera la aludida; no quiso justificar sus actos hasta que el cuerpo inerte de aquel hombre estuvo frente a ella. Era su costumbre infundir las palabras con una indiferencia absoluta, pero en aquella ocasión, joven e inexperta, se le trabo el discurso en varias ocasiones.

El hombre muerto no era un desconocido para ninguno de los presentes. Alborotador, agresivo e insolente, viajaba de taberna en taberna, granjeándose enemigos y armando fuertes peleas en las que siempre solía salir victorioso, pues envenenaba sus armas. 
La cazadora contó que había sentido su presencia rondándola durante toda la cacería y que aunque se esforzó para despistarlo en varias ocasiones, su paciencia tenía un límite. Estaba acechándola y nadie osaba acecharla sin su consentimiento.

Skadi era conocida entre los suyos por no tener compasión. No era cruel, pero sí poseía el pragmatismo de los animales hambrientos. Aunque era honorable en el combate y honraba a sus víctimas, muchos actos, como el de la gran cacería, la revistieron con una fama de impetuosa y colérica cazadora que no veía más allá cuando vestía la piel del lobo.

Muchos pensaron que se trataba de un ardid suyo. Era astuta y se la reconocía como estratega consumada en campo abierto, cuando el peligro natural te acechaba tras cada arbusto. 
Así pues, no tardaron en atar cabos, pensaron que tenía sus motivos personales para matar a aquel hombre y que había aprovechado la ocasión. 
Otros interpretaron la señal como señal de mal augurio, pues había cazado a un hombre y esto alteraba el delicado equilibrio entre Norn y animal, entre depredador y presa, se había presentado a los suyos como una segadora de iguales.

Parte de la muchedumbre se fue tras haber lanzando sus críticas contra lo acontecido. Pero otra parte se quedó e incluso alabaron la fortuna venidera de Skadi. Un hombre y su hijo ofrecieron a la joven un collar de cuero con el colgante de una hoja de roble gravada en estaño como agradecimiento. 

El hijo había perdido la visión de uno de sus ojos a causa de una riña con el susodicho; el veneno alcanzó el entrecejo e infecto una de las cuencas de este hasta que consumió el sentido de la vista. 
La cazadora se vio obligada a aceptar el regalo aunque también tenía sus dudas con respecto a lo sucedido. Hubiese dado el cabello por tener una gran cacería como la de los demás, corriente y sin sobresaltos.
Aun así, la ceremonia siguió tal como se había planeado; el incidente no se volvió a nombrar durante todo lo que restaba de noche.

Cerca de las ocho hogueras había encendida otra mucho más grande y en torno a la cual se disponían algunas mesas, preparadas para el dichoso festejo. 
Antes de comenzar la generosa cena de medianoche, se dispuso una bandeja a los pies de Skadi. Se trataba de las mejores partes comestibles de algunos animales, dos cuernos con la mejor hidromiel y algunos tubérculos maduros. 
Era imprescindible que se honrase al espíritu protector, en este caso al lobo, antes de empezar a celebrar. Skadi fue echando uno por uno los alimentos al fuego, dando las gracias en el más absoluto silencio y anhelando secretamente que no estuviese desterrada de su cariño paternal por lo sucedido. Solo se había defendido.

Cuando se sentaron todos en las mesas, tres veces se brindó con la mejor hidromiel de la taberna. La primera por los cuatro espíritus, la segunda por la familia y una tercera por la cazadora.

Skadi nunca cuenta lo que sucedió esa noche. Y aunque muchos puedan creerse que es por resultar intrigante y misteriosa, realmente es porque apenas se acuerda. 
El alcohol nubló deliciosamente sus sentidos tras el quinto cuerno repleto de cerveza y aunque la comida la saciaba, no era suficiente. 
Era una noche fría pero no sentía el frio. El ambiente estaba cargado con el humo de la hoguera y el incienso natural, que reconocía como de su madre, pues ella misma lo elaboraba. 

Oía risas, bromas y palabras de ánimo. Todo el mundo hablaba, comía y bebía alegremente. 
Recuerda las estruendosas carcajadas de su padre y las manos cariñosas sobre ella de algunos conocidos, felicitándola. La carne se servía caliente incluso a altas horas de la madrugaba y sabía especiada, grasienta hasta el punto de que el líquido tibio y aceitoso recorría sus brazos desnudos.

Se retiró de la mesa cuando ya casi todos lo habían hecho. Las llamas de la hoguera la llamaban, el fuego siempre había ejercido una poderosa atracción sobre ella; su madre decía que su destino estaba ligado a él. 
Andaba en círculos en torno a esta cuando alzó la mirada y descubrió a un joven cazador siguiendo los mismos pasos que ella. 
Si se adelantaba, el lo hacía. Si bajaba la mirada, este también lo hacía. 
Skadi no tardó en verse vuelta en un juego infantil y ebrio que consistía en llegar al otro sin dejar de acechar en círculos en torno a la hoguera. La caza enardecía sus sentidos y aquello se parecía mucho. El calor la hacía sudar, la tensión coloreaba sus mejillas y la hacía aullar en éxtasis. 
Cuando se aburrió de esperar, la depredadora se dejó atrapar por aquel desconocido y lo condujo al interior de la taberna. 
Ella afirma que no se acuerda de su rostro, que sólo sería capaz de identificar la enramada de sus tatuajes sobre la piel. El tacto calloso de sus dedos se le antojó exquisito y cree acordarse que desdibujó con esmero cada nudo de sangre en sus extremidades. 
Cuando Skadi despertó, el sol se asomaba tímidamente tras las montañas.

Urtha Tinta de Cristal dice que vio salir a la joven de una habitación que no era suya cargando con una pesada capa de pieles. 
Recorrió los pasillos con dignidad, descalza y con la nube de rizos agitándose a su paso. No pareció dudar en pisar la fría nieve sin calzar y avanzar hasta una meseta que se elevaba a unos metros de su hogar.
 La Anciana se unió a ella para recordarle que aquello no había llegado a su fin. Nadie mejor que ella para recordárselo, pues sería esa misma mujer quien marcase su piel con tinta y fuego de forma permanente en honor a su mayoría de edad e independencia como cazadora.

Todos los hijos varones de Onna habían sido tatuados por Urtha Tinta de Cristal el día después de la primera cacería. Cada uno de ellos con un nudo propio acompañado por un lobo en diferente posición.
Onna advirtió a Skadi. Un tatuaje podía marcar su leyenda, pues este la acompañaría hasta el fin de los días. No escatimó en detalles sobre el dolor y las fiebres que seguirían a su decisión. 
Su madre tenía unas elegantes marcas sobre su cuello, finas y enigmáticas como ella misma.

La cazadora se decidió aquel mismo día por el dibujo que había llevado en su gran cacería y que anteriormente había portado con orgullo Goi Aullido Perpetuo. 
Esa tarde se inició la ornamentación de su cuerpo en el hogar de Urtha Tinta de Cristal pese a los motivos disuasorios de su madre.

Skadi sabía que la noche anterior había obrado tentando a la suerte y no volvería a cometer ese error, menos aun por la pueril condena de unas fiebres.
No, Skadi Luna de Lobo sería tatuada con los mismos símbolos que había tenido su Tatarabuelo.

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