El
cazador siempre traía una muestra de su presa y Skadi cumplió con lo que se
esperaba de ella. Nadie dijo nada al respecto, ni tan siquiera la aludida; no
quiso justificar sus actos hasta que el cuerpo inerte de aquel hombre estuvo
frente a ella. Era su costumbre infundir las palabras con una indiferencia
absoluta, pero en aquella ocasión, joven e inexperta, se le trabo el discurso
en varias ocasiones.
El
hombre muerto no era un desconocido para ninguno de los presentes. Alborotador,
agresivo e insolente, viajaba de taberna en taberna, granjeándose enemigos y
armando fuertes peleas en las que siempre solía salir victorioso, pues
envenenaba sus armas.
La cazadora contó que había sentido su presencia
rondándola durante toda la cacería y que aunque se esforzó para despistarlo en
varias ocasiones, su paciencia tenía un límite. Estaba acechándola y nadie
osaba acecharla sin su consentimiento.
Skadi
era conocida entre los suyos por no tener compasión. No era cruel, pero sí
poseía el pragmatismo de los animales hambrientos. Aunque era honorable en el
combate y honraba a sus víctimas, muchos actos, como el de la gran cacería, la
revistieron con una fama de impetuosa y colérica cazadora que no veía más allá
cuando vestía la piel del lobo.
Muchos
pensaron que se trataba de un ardid suyo. Era astuta y se la reconocía como
estratega consumada en campo abierto, cuando el peligro natural te acechaba tras
cada arbusto.
Así pues, no tardaron en atar cabos, pensaron que tenía sus
motivos personales para matar a aquel hombre y que había aprovechado la
ocasión.
Otros interpretaron la señal como señal de mal augurio, pues había
cazado a un hombre y esto alteraba el delicado equilibrio entre Norn y animal,
entre depredador y presa, se había presentado a los suyos como una segadora de
iguales.
Parte
de la muchedumbre se fue tras haber lanzando sus críticas contra lo acontecido.
Pero otra parte se quedó e incluso alabaron la fortuna venidera de Skadi. Un
hombre y su hijo ofrecieron a la joven un collar de cuero con el colgante de una
hoja de roble gravada en estaño como agradecimiento.
El hijo había perdido la
visión de uno de sus ojos a causa de una riña con el susodicho; el veneno
alcanzó el entrecejo e infecto una de las cuencas de este hasta que consumió el
sentido de la vista.
La cazadora se vio obligada a aceptar el regalo aunque
también tenía sus dudas con respecto a lo sucedido. Hubiese dado el cabello por
tener una gran cacería como la de los demás, corriente y sin sobresaltos.
Aun
así, la ceremonia siguió tal como se había planeado; el incidente no se volvió
a nombrar durante todo lo que restaba de noche.
Cerca
de las ocho hogueras había encendida otra mucho más grande y en torno a la cual
se disponían algunas mesas, preparadas para el dichoso festejo.
Antes de
comenzar la generosa cena de medianoche, se dispuso una bandeja a los pies de
Skadi. Se trataba de las mejores partes comestibles de algunos animales, dos
cuernos con la mejor hidromiel y algunos tubérculos maduros.
Era imprescindible
que se honrase al espíritu protector, en este caso al lobo, antes de empezar a
celebrar. Skadi fue echando uno por uno los alimentos al fuego, dando las
gracias en el más absoluto silencio y anhelando secretamente que no estuviese
desterrada de su cariño paternal por lo sucedido. Solo se había defendido.
Cuando
se sentaron todos en las mesas, tres veces se brindó con la mejor hidromiel de
la taberna. La primera por los cuatro espíritus, la segunda por la familia y
una tercera por la cazadora.
Skadi
nunca cuenta lo que sucedió esa noche. Y aunque muchos puedan creerse que es
por resultar intrigante y misteriosa, realmente es porque apenas se acuerda.
El
alcohol nubló deliciosamente sus sentidos tras el quinto cuerno repleto de
cerveza y aunque la comida la saciaba, no era suficiente.
Era una noche fría pero
no sentía el frio. El ambiente estaba cargado con el humo de la hoguera y el
incienso natural, que reconocía como de su madre, pues ella misma lo elaboraba.
Oía
risas, bromas y palabras de ánimo. Todo el mundo hablaba, comía y bebía
alegremente.
Recuerda las estruendosas carcajadas de su padre y las manos
cariñosas sobre ella de algunos conocidos, felicitándola. La carne se servía
caliente incluso a altas horas de la madrugaba y sabía especiada, grasienta
hasta el punto de que el líquido tibio y aceitoso recorría sus brazos desnudos.
Se
retiró de la mesa cuando ya casi todos lo habían hecho. Las llamas de la
hoguera la llamaban, el fuego siempre había ejercido una poderosa atracción
sobre ella; su madre decía que su destino estaba ligado a él.
Andaba en
círculos en torno a esta cuando alzó la mirada y descubrió a un joven cazador
siguiendo los mismos pasos que ella.
Si se adelantaba, el lo hacía. Si bajaba
la mirada, este también lo hacía.
Skadi no tardó en verse vuelta en un juego
infantil y ebrio que consistía en llegar al otro sin dejar de acechar en
círculos en torno a la hoguera. La caza enardecía sus sentidos y aquello se parecía
mucho. El calor la hacía sudar, la tensión coloreaba sus mejillas y la hacía
aullar en éxtasis.
Cuando se aburrió de esperar, la depredadora se dejó atrapar
por aquel desconocido y lo condujo al interior de la taberna.
Ella afirma que
no se acuerda de su rostro, que sólo sería capaz de identificar la enramada de
sus tatuajes sobre la piel. El tacto calloso de sus dedos se le antojó
exquisito y cree acordarse que desdibujó con esmero cada nudo de sangre en sus
extremidades.
Cuando Skadi despertó, el sol se asomaba tímidamente tras las
montañas.
Urtha
Tinta de Cristal dice que vio salir a la joven de una habitación que no era
suya cargando con una pesada capa de pieles.
Recorrió los pasillos con
dignidad, descalza y con la nube de rizos agitándose a su paso. No pareció
dudar en pisar la fría nieve sin calzar y avanzar hasta una meseta que se
elevaba a unos metros de su hogar.
La Anciana se unió a ella para recordarle
que aquello no había llegado a su fin. Nadie mejor que ella para recordárselo,
pues sería esa misma mujer quien marcase su piel con tinta y fuego de forma
permanente en honor a su mayoría de edad e independencia como cazadora.
Todos
los hijos varones de Onna habían sido tatuados por Urtha Tinta de Cristal el
día después de la primera cacería. Cada uno de ellos con un nudo propio
acompañado por un lobo en diferente posición.
Onna
advirtió a Skadi. Un tatuaje podía marcar su leyenda, pues este la acompañaría
hasta el fin de los días. No escatimó en detalles sobre el dolor y las fiebres
que seguirían a su decisión.
Su madre tenía unas elegantes marcas sobre su
cuello, finas y enigmáticas como ella misma.
La
cazadora se decidió aquel mismo día por el dibujo que había llevado en su gran cacería
y que anteriormente había portado con orgullo Goi Aullido Perpetuo.
Esa tarde se
inició la ornamentación de su cuerpo en el hogar de Urtha Tinta de Cristal pese
a los motivos disuasorios de su madre.
Skadi sabía que la noche anterior había
obrado tentando a la suerte y no volvería a cometer ese error, menos aun por la
pueril condena de unas fiebres.
No,
Skadi Luna de Lobo sería tatuada con los mismos símbolos que había tenido su Tatarabuelo.
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