domingo, 31 de marzo de 2013

Biografía de Skadi Luna de Lobo

Dos días antes, el cielo se partió en dos con el trueno más horrísono que se había escuchado en largos años. Nevó impetuosa e insistentemente hasta que cubrió cada árbol y cada camino de piedra como si una mano invisible estuviese borrando el mundo real con su manto blanquecino, caprichosa.

Los dolyaks se agitaban y estremecían en sus frágiles establos de madera y no había una sombra de vida entre campamento y campamento. Solo se escuchaba el áspero cantar de la ventisca; obstinado, voraz y que poco a poco, hacía callar a la vida.

Allí el invierno reinaba día tras día y aunque estaban acostumbrados a sus crueles regalos, los ingratos habitantes habían conocido pocas tormentas tan duras como la que se manifestó entonces.

Pero el granizo y el fuerte viento del norte, dieron paso a la calma. De la misma manera que había venido la tempestad se fue, sin avisar. La tercera noche, los búhos, osos y otras criaturas del bosque pudieron contemplar un cielo nocturno tan despejado que la tormenta parecía no haber transcurrido jamás.

La luna llena alumbraba y cubría todo con su manto y le daba un aspecto irreal, casi de etéreo santuario.

Fue aquella noche cuando los lobos, después de días sin alimentarse, aullaron a la luna de pura impotencia contra la estricta naturaleza.

Fue aquella noche de luna llena cuando la niña nació.

Su llegada fue bien recibida, hija de Onna e Hildolfr, que ya antes habían tenido tres hijos varones. Onna creía firmemente en las señales de la naturaleza y jugaba a interpretarlas, aunque nunca había tenido el don para congraciarse con los espíritus. Su hija era blanca como la leche y tenía el rostro redondo como la misma luna que había sellado su nacimiento.

A las lunas que corrían durante las semanas venideras las llamaban: las lunas de lobo. Porque ante la crudeza del clima y la escasez de presas, los lobos aullaban de hambre. El destino de aquella criatura estaba ya escrito y la llamarían: Skadi Luna de Lobo.

Onna agradeció encarecidamente la llegada de una niña, deseosa de que llegasen pronto sus días de juventud para enseñarle todo lo que sabía, toda la sabiduría que había acumulado durante largos años. Y aunque había formado con diligencia también a sus hijos varones, deseaba fervientemente depositar toda esa experiencia en una futura Norn adulta, en una guerrera como ella.

Las décadas doradas de Hildolfr y Onna habían pasado ya, tiempo atrás habían dejado los enfrentamientos, más allá de la cacería rutinaria. En una de estas últimas, en lo más espeso del bosque que rodeaba su hogar, Hildolfr, desafortunadamente, se encontró con la cueva en la que dormitaban unos oseznos.

La madre no tardó en dar con el intruso y aunque sus intenciones no eran malas, ella defendió a sus crías con devoción y dejó mutilado gravemente al cazador, privándole de su brazo derecho y un ojo. Desde entonces, Hildolfr Rugido de oso, perdió el favor de la madre osa y fue a ser llamado Hildolfr el tuerto. Ahora, el que había sido un aclamado guerrero y un cazador consumado, dependía de su mujer e hijos para la más nimia de sus tareas. Lejos de agriar su carácter, se sintió agradecido por contar con una familia y abrazó el espíritu del padre lobo sin esfuerzo, espíritu que la familia de su mujer Onna, había seguido durante generaciones. Hildolfr tenía una manada y aprendió la sabiduría del trabajo en equipo.

La taberna “Refugio del Lobato” se erigía entre montañas escarpadas y un espeso bosque de abetos. Estaba a más de medio día de distancia de otros hogares pero resultaba el lugar de descanso perfecto para viajeros cansados y cazadores extraviados. Era un edificio robusto y con encanto en el que Hildolfr Y Onna habían puesto todos sus esfuerzos cuando habían sido jóvenes y aun gozaban de fuerzas suficientes para pasar día y noche en busca de madera y piedra.

Su hogar no solo era la luz guía para sus hijos, si no que también era la delicia de sus huéspedes. Un vivo fuego siempre estaba encendido en la inmensa chimenea y alumbraba la estancia; cómoda y cubierta por pieles. Se servía cerveza con especias y carne en abundancia; nunca faltaba una palabra reconfortante para los gentiles o una buena tunda para aquel que se sobrepasase con sus anfitriones.

Los transeúntes más curiosos la recuerdan: una chiquilla observadora con unos enormes ojos verdes como la hierba fresca y que poseía una dignidad impropia para su edad.

Sus respuestas serias y elocuentes resultaban de lo más divertidas para sus padres, mientras sus hermanos se esforzaban por arrebatarle una pizca de esa solemnidad que incluso cubierta de harina tras sus travesuras, era capaz de mantener.

Un cazador recuerda como una noche se escapó para buscar a la pareja de lobos alfa, amiga de la familia. Tundra llevaba meses gestando y cuando un grupo de clientes alzó los candiles para rastrearla en los límites del bosque, la encontraron agazapada junto a la madre loba y su nueva camada.

La primera tarde de cacería con sus padres, Skadi iba perseguida por cuatro cachorros de lobo que tiraban de sus botas de piel y reclamaban juegos y caricias… menos uno. Un lobo con el lomo gris y el vientre pardo, que parecía poseer esa seriedad y orgullo, propios de la chiquilla y que ayudó a que intimasen especialmente. Luna de Lobo nunca le otorgó un nombre especial y había días que lo llamaba “Orejas de terciopelo” y otros “Amigo aullador”.

Gustaba de nombrarlo cada pocos días de forma diferente y aseguraba que cuando el lobo estuviese preparado aullaría su nombre propio, sin necesidad de que ella le impusiese uno.

Todos los hijos de Hildolfr y Onna eran consumados arqueros. Habían adquirido con los años la paciencia y la destreza suficientes para oír el viento y domar su respiración, para tensar la cuerda y dar siempre (o casi siempre) en el blanco. Pronto, los cuatro hermanos dejaron atrás a sus padres y se internaron solos entre las celosas ramas del bosque. Sus presas eran cada vez mayores y más numerosas, quedando cerca el día en que los cuatro, uno por uno, dejarían el hogar.

La tarde en que Asbjorn, hijo mayor, presentó a su futura mujer, Skadi se sintió más ultrajada que el resto de sus hermanos; pues de algún modo, su hermano mayor había violado aquel pacto no escrito de permanecer siempre juntos. Aunque le insistieron, Luna de Lobo se negó a conocerla y permaneció tres días y tres noches en lo salvaje.

Los rumores cuentan que allí conoció a otro indómito y solitario cazador, seguidor de la madre osa e hijo de un viejo trampero, muerto hace ya años.

El misterioso cazador estaba apunto de unirse a los Hijos de Svanir, pues la soledad le había mordido los talones desde hacía un tiempo y se veía incapaz de comenzar su propia leyenda desde aquel olvidado lugar, sin medios.

El oso envidiaba a la joven loba, que lo tenía todo. Poco a poco y tras varios meses de abruptas desapariciones por parte de ambos, Skadi entró en razón con respecto a sus hermanos y el solitario dejó el camino de los Svanir a un lado; creyendo ver en la manada de Hildolfr y Onna una nueva oportunidad.

Una apacible noche, Onna soñó con trece sombras negras que poco a poco sumían las enormes montañas que rodeaban su hogar en la oscuridad. En su visión, las sombras llegaban hasta la cumbre y entonces hacía presencia el espíritu de la lechuza, llenando, con sus pálidas alas, de luz y esperanza una vez más el bosque.

El sueño se repitió varias veces, pero por más que se lo explicaba a su esposo, este no le veía sentido e intentaba calmarla; pues el espíritu de la lechuza se había sacrificado una vez por los suyos en la lucha contra el dragón Jormag y las temibles sombras no aparecían por ningún lado. La paz parecía reinar en aquel silvestre lugar.

Pero entonces, el solitario cazador apareció una mañana para ver a Skadi con el cadáver de una lechuza blanca y dijo habérsela encontrado en los alrededores. El gran oso parecía desconcertado cuando Onna quiso echarlo de su taberna y lo acusó de traer el mal a su hogar. Aunque padre y hermanos intentaron mediar por el cazador, Onna no entraba en razón y decidió no otorgar el perdón al Norn hasta que Skadi, su más amada hija, fuese a Hoelbrak en busca de consejo.

Así fue como Luna de Lobo vio por primera vez con sus propios ojos tan magno asentamiento, acompañada de su fiel amigo Lobo y la vieja matriarca Tundra.

Fue entonces cuando concibió al completo la grandeza de los suyos y aunque ya había escuchado historias y aventuras de sus padres, ver allí mismo el esplendor y el ir y venir de los grandes héroes de la historia, era muy diferente. Skadi se retrasó en su vuelta, pues le fue difícil encontrar a alguien capaz de interpretar dicho sueño y la ciudad bullía de seductora vida.

Tras varios días, un anciano, que decía haber sido seguidor de la lechuza, interpretó el sueño de Onna. “Los caídos te protegerán” le había dicho aquel hombre de túnica y pieles blancas.

Skadi regresó a su hogar con el enigma resuelto y dicen que al llegar no encontró a sus honorables padres ni a sus fuertes hermanos esperándola, solo las ruinas y las cenizas de su hogar, esparcidas por el claro donde antes se había asentado. De la familia que regentaba el “El refugio del Lobato” no se supo nada más.

Las familias más cercanas al lugar de la tragedia dicen que Luna de Lobo también desapareció, consumida por el dolor de la pérdida. Murmuran que se perdió en los bastos bosques para vagar con los suyos por siempre jamás, acompañada por Tundra y su lobo recién nombrado: Cenizas.

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