viernes, 5 de abril de 2013

Historia de la Manada Lobo Invernal

Lo que vais a leer a continuación son los fragmentos de una vieja leyenda que se creía extraviada de los repositorios de sabiduría norn más antiguos; el relato de una tradición de héroes que la historia jamás se molestó en preservar. Un legado que se presumía muerto, pero que ahora renace en mi voz y en las runas de los antepasados.

Vais a presenciar el regreso de un viejo héroe; el alzamiento de cientos de héroes sepultados bajo la avalancha inmisericorde del anonimato y obligados por un pacto de sangre a mantener en silencio sus gestas. Obligados a sacrificar la gloria eterna en pos de la esperanza y la prosperidad de su pueblo.

Mientras escribo aquí estas líneas tengo la extraña sensación de que mi abuelo me susurra al oído, como cuando era pequeño, narrándome las proezas de Lobogrís, el héroe encapuchado de las Picoescalofriantes. Es él, su memoria, quien empuja mi pluma y me insufla ánimo para desvelaros los primeros compases de esta historia.

Todo se debe a él, y a él le dedico todo mi trabajo.

—Vanargand Lobogrís.

El mito de Lobogrís

El mito de Lobogrís apareció poco antes de la batalla de Asgeir contra Jormag y asombrosamente se mantuvo en pie cientos de años antes de ser olvidado.

Los escaldos más ancianos todavía recordarán las historias que se contaban al calor del hogar en su niñez: historias de un héroe misterioso que llegaba con la ventisca, bajo el abrigo de un sinfín de pieles blancas, y que desaparecía cuando la neblina se enseñoreaba de los valles escarchados al despuntar de los primeros rayos de luz solar.

Cuando un viajero se perdía en los páramos helados, Lobogrís en persona lo guiaba de vuelta a casa. Cuando un monstruo de las nieves atacaba un asentamiento fronterizo, Lobogrís acudía a su defensa. Cuando una secta de seres maléficos conquistaba una cueva, a los pocos días no quedaba ni rastro de ninguno de ellos; Lobogrís se había hecho cargo. Y se sabía con certeza que él había sido el autor de la hazaña, pues allá donde iba los aullidos de una docena de lobos presagiaban su venida, y ese mismo coro de aullidos tristes se despedía de él en su partida.

Rara vez hablaba con alguien y hay muchos que afirman que jamás se quitó el embozo ni dejó a nadie ver su identidad. No transitaba las tabernas y tan solo hacía acto de presencia allá donde la supervivencia era más precaria.

Aun así, había quienes aseguraban haberle visto el rostro: unos decían que tenía los ojos amarillos como un lobo, el cabello blanco y dientes afilados como los de un depredador; otros iban más allá en su comparación y decían que Lobogrís mantenía permanentemente su forma de lobo, un obsequio y al mismo tiempo maldición de los espíritus, condenado a vagar para siempre en soledad por las Lejanas Picoescalofriantes hasta que alguien rasgase sus vestiduras y descubriera si bajo su disfraz había un lobo o un norn.

Las gestas de Lobogrís viajaban con la celeridad del Cuervo de poblado en poblado y de heredad en heredad. Se le había visto en las Colinas del Caminante, un mes más tarde en el Paso de Lornar y a la semana siguiente en los Cúmulos de Guaridanieve. Para un norn, habría sido casi imposible desplazarse tan aprisa; y más durmiendo a la intemperie, cazando por su cuenta y esquivando las rutas principales como hacía Lobogrís.

Y esa no es la única peculiaridad en la reputación de nuestro héroe: sus actos de heroísmo se enumeraban ya no a lo largo de las décadas sino a través de los siglos. Se habló de él en la época del Gran Destructor, durante la emergencia de Asgeir y muchos años después de la fundación de Hoelbrak.

Así, muchos se preguntaban: ¿cómo un héroe norn pudo haber sido tan longevo? ¿Había firmado un acuerdo con los espíritus, como se rumoreaba, traficando su libertad a cambio del don del Lobo para llevar una vida entregada a la protección de los norn…?

Lo que sí estaba claro es que Lobogrís tenía un secreto. Un secreto que nadie se imaginó…

La Manada Lobo Invernal: los héroes tras la fábula

Lobogrís no era un solo norn, ni había recibido poderes especiales por parte de los espíritus de la naturaleza: Lobogrís era una sociedad.

Lobogrís era un clan que selló con sangre su compromiso de no revelar a nadie la naturaleza de su unión: crear un héroe como ningún otro que había existido para dar seguridad a los norn; para darles fe en su lucha contra Jormag y para prevenir que el miedo se apoderase de ellos tras el éxodo de las Lejanas Picoescalofriantes.

Se hacían llamar la Manada Lobo Invernal, y si ya a día de hoy las proezas de Lobogrís se oyen lejanas, pertenecientes a un pasado remoto, el nombre de este clan y de los valientes que lo conformaron no es sino un susurro en el viento.

Entre las filas del Lobo Invernal había hombres y mujeres norn de todas las profesiones y senderos de la vida: había escaldos y sanadores; herreros y cazadores; chamanes y guerreros; mercaderes e incluso granjeros.

De cómo seleccionaban a los suyos no sabemos nada, solo que todos los candidatos eran puestos a prueba en un ritual llamado «la Iniciación». La mayoría eran fieles seguidores del Lobo, pero aun entre los suyos había quienes adoraban a todo el panteón o a varios espíritus al mismo tiempo con igual entusiasmo y fervor.

Solo el Lobo podía haber privilegiado a estos héroes, que renunciaron a su fama inmortal por un propósito que superaba con creces sus posibilidades individuales: un sacrificio inhumano para cualquier otro norn, que ellos aceptaron con muda resignación por el bien de su gente.

Sin embargo, todo sueño lleva a su inequívoco despertar: la Manada Lobo Invernal se separó a causa de las disputas intestinas que tanto daño provocan a los que son nobles de corazón.

Lobogrís murió con la escisión, y sin la cooperación de todos los hermanos del Lobo Invernal, ningún otro héroe pudo recoger su testigo. Y sin nuevas hazañas en su nombre, era solo cuestión de tiempo que su saga se perdiera en los anales de la historia norn...

Hasta este preciso instante.

La manada vuelve a aullar

Quizá os preguntéis por qué me he tomado las molestias de recopilar este relato. A estas alturas, creo que la respuesta a ese interrogante es obvia: soy el último descendiente de una de las líneas de sangre originales de la Manada Lobo Invernal.

Cuando era un cachorro, mi abuelo, Tyras el Ciego, me contaba los cuentos de Lobogrís.

Él, un héroe alabado en sus tiempos mozos, resultó ser un escaldo espectacular tras haber perdido la vista en una de sus aventuras. Él no tocaba, como yo sí hago, pero sí que cantaba y era un orador sin par. Tuvo cuidado de implantar en mí las semillas de la curiosidad por Lobogrís; creo que ya desde que salí de la cuna quería entrenarme para ser un sucesor digno de su nombre.

Mi abuela Alsid me enseñó el dialecto rúnico que la Manada Lobo Invernal utilizaba para intercambiar mensajes entre sí, ilegible para los profanos pero lleno de poder y de simbolismo para aquellos que formaban parte de nuestra agrupación. Todo esto mientras mi abuelo espoleaba mi imaginación y mi amor por los lances del legendario Lobogrís.

El día de su fallecimiento, Tyras me hizo llamar a su lado en el lecho a mí de entre todos sus familiares. Me convocó a su diestra, aferró mi mano con todas sus fuerzas y me murmuró al oído una confesión que sacudiría para siempre mis expectativas en la vida: «Lobogrís no existe. Busca a la manada del Lobo Invernal. Reúnelos y...». En ese momento, sus ojos emblanquecieron y su voz enmudeció mientras derramaba en mí su último aliento.

Siempre sospeché que mi abuelo atestiguó con sus propios ojos la ruptura de la Manada Lobo Invernal. A veces me daba la impresión de que se refería a decenas de personas distintas y no a una sola, pues su tono de voz variaba y su expresión se alteraba de acuerdo a la proeza que me estuviera narrando.

Tras este descubrimiento, me hice escaldo y fui juntando una por una las piezas del puzle: busqué información en pergaminos deshojados, exhumé galerías subterráneas y traté de interpretar los significados ocultos de las canciones del propio Lobogrís. Y así hice hasta que desentrañé la trágica verdad, una verdad que me ha costado años asumir y que solo ahora me atrevo a admitir en voz alta.

Llevo veinte años preparándome para esta ocasión. Y he tomado una decisión: la Manada Lobo Invernal resurgirá.

Seguiré recuperando escritos y certezas herméticas del mito de Lobogrís y de la Manada Lobo Invernal allá donde estas se encuentren, pero mi ambición no es solo la de un historiador: pienso reagrupar a los descendientes de la Manada Lobo Invernal y hacerlos partícipes de la grandeza de la sangre que fluye por sus venas; le arrebataré al Olvido los nombres de los héroes anónimos del Lobo Invernal y me ocuparé de que sean agasajados como se merecen; cumpliré con la voluntad de mi abuelo y haré que la Manada Lobo Invernal defienda Tyria como así hizo en tiempos pretéritos.

Este es mi juramento. Una nueva generación de la Manada Lobo Invernal se erigirá sobre los pilares de nuestros antecesores para dar refugio a los hijos de aquellos que sellaron el primer pacto de sangre; para acoger a todos los norn, con independencia de su tótem, que deseen brindar su apoyo a la causa que dio origen a la manada; para salvar Tyria de la corrupción de Jormag y de sus parientes dragones.

La manada volverá a aullar. ¡Y que la Niebla me trague si fracaso en mi cometido!

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