sábado, 13 de abril de 2013

Un lamento en el viento

La figura se movía despacio, deslizándose con sigilo por entre las rocas, sus pisadas medidas apenas dejaban un rastro en la nieve de su estela. Las altas montañas de alrededor, coronadas de un manto níveo, regio, acariciadas por el mordisco de un viento invernal permanente, daba fiel reflejo del nombre que le daban, siendo testigos impasibles, de la flecha que salió disparada con un ligero silbido agudo que no dio tiempo al imponente hombre del norte, cayendo su cuerpo inerte al suelo entre espasmos y su sangre derramada como un riachuelo creciente teñida por un rojo amanecer. Este era ya el noveno que dejaba atrás, mientras continuaba su ascenso hasta un lugar especial para ella. Había sido ocupado por un gran número de aquellos odiosos hombres con un ego y orgullo más altos y grandes que las montañas que le daban cobijo. Aunque llamarles hombres era regalarles un trato que usualmente no se merecía, ya que distaban mucho de ser lo que una vez fueron, como la figura femenina, agazapada, observando el irregular terreno que la camuflaba y servía de pantalla para su recorrido. Sus ojos azul hielo, fríos y acerados, comtemplaban los alrededores, sus sentidos alertas, no dejaban de estudiar el terreno. Un salto más, otro, otro y otro, un aullido en el viento de una flecha que mordía, abatiendo, a otra presa desprevenida. Esta vez había ido muy justo, una roca juguetona, traicionera como aquellos engendros, había rodado desde dónde estaba, pendiente abajo, hasta un grupo de ellos. Sólo uno se había interesado y acercado, de haber sido todos, aquello habría podido haber salido muy mal. Aún así, no tenía tiempo, exponiendose más abiertamente, tiró del cuerpo para hacerlo rodar y que cayese a plomo por un saliente cercano, hasta el abismo insondable del fondo. Llevaba ya tres días allí, apenas avanzando a veces, ninguna otras, esquivando, ocultándose, evitando que fuera vista mientras continuaba su camino hacía un lugar en concreto. Giró su cabeza adornada por una cascada de cabellos negros como ala de cuervo, obsidiana fluida y contenida, acariciando y enmarcando un rostro pálido, níveo, cruzado de lineas oscuras, tatuajes intrincados que contaban una historia, una larga historia. Su gran cuerpo, atlético, fibroso y de músculos comprimidos, se estiraba y encogía, recorriendo sus dedos la roca desnuda en busca de salientes. Alzandose un paso, un palmo cada vez, se hallaba en la última parte de su busqueda. El ascenso fue complicado, extenuante, haciendo subir y bajar su generoso pecho como si fuera un fuelle de forja, una ligera bruma emanando de su cuerpo, envuelto en cuero y ajustado para no engancharse, darle movilidad y camuflar sus gestos. Con una bocanada de volutas de vapor que escaparon de sus labios generosos, carnosos y sugerentes, contempló una pequeña explanada y sus ojos refulgeron como el hielo, al ver a un gran svanir, corrompido en su mayoría por la progelie, andando pesadamente con un martillo descomunal. Estudió sus pasos, recorrió su cuerpo analizandolo junto a su arma, sabía que era una imagen falsa y era más rápido de lo que parecía. Cerró los ojos, respiró hondo, centrando su respiración, concentrando su mente, los abrió lentamente mientras con gesto desapasionado, gélido, tensaba su fuerte arco y dejaba libre su flecha, que recorrió veloz la distancia hasta clavarse profundamente en el costado izquierdo de aquél gran svanir, que parecía uno de los adalides o quizás el jefe del campamento de más abajo. No importaba, aunque apenas acusó la herida, se giró furioso en busca de quién había sido tan insensato como para atacarle. Su rostro demencial y sus ojos inhumanos se abrieron desmesuradamente al ver que quien había osado, era una mujer, que se acercaba deslizandose como una pantera al acecho, espada y hacha en mano en actitud desafiante. Las dos figuras se movían gruñendo y veloces, con giros y ruedos, algunas cabriolas por parte de la mujer, que evitaba apenas el roce de aquél arma devastadora. No podría estar así eternamente, aunque el cuerpo de su contrincante estaba surcado de tajos, parecía inmune a sus heridas. El gran svanir parecía divertirse aunque gruñía frustrado por no poder dar el golpe definitivo a aquella Norn que se había atrevido a desafiarle. Ikhara corrió rauda hacía el svanir, esgrimiendo sus dos armas, dándo una finta, un giro y varios golpes en el cuerpo de su adversario, esté pareció moverse más despacio y luego trazó un arco cerrado que la obligó a interponer sus dos armas, dándole un fuerte golpe que la lanzó varios metros rodando, perdiendo sus armas y quedando estas en la nieve, lejos de ella. Dolorida, con esfuerzo, se incorporó y un murmullo comenzó a salir de sus labios, una lenta llamada, sin esperanza de ser respondida, mientras la gran mole del svanir avanzaba con una sonrisa triunfal, dispuesto a acabar con aquella insolente. Sin embargo, su mente fue atravesada, una gélida brisa barrió aquél lugar, un mero instante y su cuerpo se vió transformado, bendecido, abriendo los ojos un ser en comunión con su espiritu. Una gran leopardo de las nieves mezclada con Norn, una figura humanoide salvaje, había sustituido y a la vez seguía siendo, quien se hallaba delante del svanir, lanzandose con un fiero gruñido, con movimientos fluidos y relampageantes, forcejeando con su oponente, mordiendole, arañandole con sus grandes zarpas, en un titánico abrazo, hasta que finalmente, las fuerzas fallaron, el cuerpo consumido, el espiritu alejándose, un silencio quedó mientras el cuerpo caía, se deslizaba y se perdía montaña abajo y la cabeza rodaba por separado hasta detenerse. Unos pasos lentos, hollando la nieve, entre las numerosas pisadas testigos de la feroz lucha que había tenido lugar allí, se movieron hasta la cabeza, la figura miró la testa y alargo la mano para recogerla y lanzarla lejos. En un rincón cercano, un saliente que se alzaba majestuoso y altivo entre las rocas de la montaña, con una cueva que daba cobijo frente a los inclementes vientos que azotaban el lugar, un ritual se estaba dándo lugar. Trazando unas lineas definidas, en un entramado, fue colocando mientras susurraba, algunas piezas recogidas y escogidas. Un tenue fuego iluminaba el cuerpo semidesnudo de la figura, haciendo bailar sus sombra en las paredes del refugio natural. Su cuerpo expuesto, pintado y adornado, con trazas superpuestas a sus tatuajes, danzaba despacio en sinuosos movimientos. Una escama de sierpe, un colgante, un martillo, un cuerno, un puñado de nieve, una roca, una jarra y una pluma. Su voz se alzó apenas, emanando de sus labios con voz cargada de emoción, una lejana y ajena, recuerdo de un lugar y época pasadas.
Heimdall, muerto me dicen que estas, tú que en la ventisca desafiante, buscastes la muerte en mi acero. Tú que te alzastes, desde las entrañas, de una sierpe feroz. Tú que la llama avivastes, en un camino de nómadas, recordando tu pasado, entre aventureros errantes, completos desconocidos, a los que acogistes. Lazos fuertes más allá de la caída de un ideal, más allá de la vida y la muerte. Camina en la Niebla, alza la cabeza orgulloso guerrero, brindo en este momento, junto a los espiritus y las montañas como testigos. Desconocido, adversario, compañero, amigo. Tú distes un sentido, los caminos se separaron, pero el recuerdo vive y la leyenda crece. Ikhara es mi nombre, bien lo conoces barbas. Ni lugar ni Niebla hay ni existirá que me impida, patear tu feo trasero, por no contar conmigo, por no despedirte. Que los espiritus te bendigan, adios....amigo.
Bajando la cabeza, unas lagrimas brotaron de sus ojos, deslizandose solitarias, plateados regueros que cayeron al suelo, en el interior del entramado, derramando algo de hidromiel tras brindar y alzar la copa. Unas gotas de su sangre adornaron y dieron punto y final al ritual. En silencio, dejando pasar las horas mientras contemplaba el horizonte, las estrellas en el firmamento, despidiendo y honrando a aquél peculiar Norn que había ganado un hueco permanente en su interior.

No hay comentarios:

Publicar un comentario