lunes, 29 de abril de 2013

Steinleif, el Tambor del Cazatormentas

Recopilado y escrito por Vanargand Lobogrís.

De Ulfric Cazatormentas muchas historias pueden ser relatadas, mas antes de desaparecer misteriosamente en una nevada no era sino un escaldo itinerante. Lo llamaban «cazatormentas» porque era un norn ambulante, que siempre aparecía cuando el tiempo empeoraba y los cielos se escurecían. Y al calor de la hoguera de las heredades donde era acogido, contaba las narraciones que en sus viajes había recogido.

Contaba historias de Jora y de Svanir, los dos frutos del mismo vientre, a quienes el Dragón tuvo malditos, enfrentados con uñas y dientes en una pugna por recobrar el favor bendito; de Olaf Olafson y su parentela, en abundante número, de generoso corazón y de flamante estela; de Tyr el Escaldo, un iluminado cuyas canciones a día de hoy aún se siguen entonando…

Muchos más eran los héroes que protagonizaban sus cuentos; si bien mientras relataba, yacía dentro de él un ansia insatisfecha que agonizaba. Otrora esta ansia por nadie debía ser oída, pero ahora yo os la doy servida cual jarra de hidromiel que ahoga las penas: Ulfric era un entusiasta, pero para la caza no había sido dotado; era torpe con el arco, algunos dirían que manco aun sin estar amputado; pisaba sobre la nieve como un dolyak en celo, y a todas las fieras a la redonda alertaba; tan inepto era esgrimiendo el arma, que habíanse visto sonajeros de niños más peligrosos que su espada.

No obstante, y pese a estas desgracias, Ulfric tenía una virtud por la que podía gritar ¡albricias!: su optimismo alentador y el jolgorio de sus canciones confortaban a aquellos a su alrededor. Valiéndose tan solo de ese don, aunó a un grupo de seguidores bajo su ala: no eran guerreros de las estepas, corría más baja su ralea, y, sin embargo, su sangre bullía caliente como el metal de la fragua candente. Todos ellos comprendían el desasosiego que su gente sufría, aunque lo escondían bajo rostros de indiferencia; fue así que Ulfric los animaría para que marcasen la diferencia.

Los amigos de Ulfric, todos lo sabréis, eran los artesanos, mercaderes y otros hombres de a pie a quienes en ninguna Gran Cacería veréis. Quizá no fueran tan poderosos como osos, y probablemente los cazadores más suntuosos los hubieran repudiado; tenían, sin embargo, otra facultad que los hacía bien apreciados: la gracia del Lobo, la unión de la manada. Así es, amigos míos, pues ya adivináis el cariz que adopta mi relato: todo esto desemboca en la firma de un pacto, el desvanecimiento de Ulfric, y el surgimiento de un héroe cuyo pellejo de lobo va tintado del color de los cairns rocosos.

Ulfric no se perdió ni murió a razón de una cellisca; su sino fue asaz peor que los vientos cortantes de mil ventiscas. Ulfric Cazatormentas fue el fundador de la Manada Lobo Invernal, y al poco tiempo, su discurso inspirador hizo que se ganara, de su hermandad, su afecto inmortal; tan majestuoso era su porte, tan convincente su arenga, que no es de extrañar que su flojera a nadie le importe, ¡y es que con semejante cohorte no te arredras ante ningún enemigo que venga!

Todo esto nos enseña que los más nobles pueden tener una cuna humilde, y que el coraje se encuentra no en el filo de un arma punzante sino en el alma de quien la blande. El «jefe lobo», Ulfric, trabó amistades él solo tan férreas como los cimientos de la tierra: bien se cuenta en los manuscritos olvidados que Ulfric por su alianza con los enanos fue obsequiado; conoció, además, a otros valientes, y todos lo premiaron de forma equivalente. Él, con su modesto tambor y con su voz, recitó la canción y el destino que nos ha sido legado; aquel por el cual hoy los descendientes del Lobo Invernal nos cruzamos en este camino.

Mas ya es hora de que os hable de Steinleif, el tambor de Ulfric, que titula esta historia y cuyo nombre en Hoelbrak es bien sonado, no así como el de aquel que golpeaba su caja (confío en que su nombre no os sorprenda: ¡era Ulfric Cazatormentas!). Steinleif es, en el idioma de los antepasados, la «herencia de la piedra», aunque la piel que adornaba su contorno era blanda y suave como la miel (o así, al menos, por los ribetes dorados que engalanaban sus bordados); un tambor pequeño, ornado, no tan propio de la orfebrería norn como sí de la de un enano.

¿Y cómo un enano fabricó dicho instrumento? ¡Yo creía que en sus obras se veía reflejado de la batalla el sentimiento! No obstante, las piezas del puzle encajan, amigos míos, si tenemos en cuenta que el tambor no era para el deleite de su artífice, sino más bien un presente con un claro mensaje de arúspice: un símbolo de amistad y de gratitud entre dos hermanos, uno norn, el otro enano, quienes en un tiempo lucharon lado a lado por capricho del albur. ¿Sabéis ya de quién os hablo o hace falta que me repita? Que a Ulfric me remita no dejará a nadie consternado.

Los pormenores de dicho enlace a mis oídos son esquivos, y también a mis ojos, por descontado; ¡ojalá supiera cómo ganó Ulfric su tambor, Steinleif, y qué dio a cambio! Sin embargo, por mor de la honestidad, os cuento esta historia tal y como la sé, con sus agujeros, sin hacer de ella un ejercicio para mi imaginación. No obstante, y ahora que caigo, me he saltado un detalle importante: ¿por qué Steinleif es memorable? ¿Por qué es recordado?

Steinleif era un tambor como ningún otro que jamás haya sido creado: en su interior rezaban runas de poder inscritas por los enanos (en palabras más llanas: sí, estaba encantado). Y aun pecando de pedestre y de fatuo, os diré que tal estruendo como el que profería nunca había sido hasta la fecha escuchado: ¡los golpes del tambor despertaban gigantes dormidos! ¡Hacían estremecer las fundaciones de las montañas y el nacimiento de los ríos! Cuando Ulfric lo tocaba, sonaba un aterrador chasquido; entonces se veía que el suelo a sus pies se había hundido.

Fisuras, grietas y hendiduras, ese era el poder que le fue impreso en su factura: el don de la piedra, y aquel que dominase la música así dirigiría el cincel que esculpe las sierras. ¿Y qué uso recibió Steinleif, el crujidor de paredes pedregosas? ¿Cuál creéis? Con un baqueteo, ocultaba las huellas en la nieve y borraba el rastro de la manada; con una melodía, causaba un desprendimiento, o un alud, y hacía rodar por el talud de una cresta a aquel que allí se hallara. Era útil, en definitiva, y sirvió bien a la causa acometida; no obstante, por saber nos queda cómo cayó en el olvido como se olvida el hielo cuando pasa a ser agua en la primavera.

De esto mis fuentes son más escasas: se dice que algo ocurrió un día en la morada de Ulfric, que el tambor fue por accidente tañido; con un estallido, las vigas se desquebrajaron y bajo sus cimientos enterraron a los que bajo aquel techo se guarecían. ¿Cómo pudo el virtuoso Ulfric provocar semejante derrumbamiento? Lo ignoro. ¿Acaso perdió el sentido del ritmo? ¿Estaba ebrio y falló al arrancarle una dulce nota a Steinleif?

A día de hoy se vuelve a escuchar un redoble de tambores en el norte, en Colinas del Caminante. ¿Será Steinleif, que tras años sepultado en un nicho ruinoso ha vuelto a su hábito ruidoso bajo la palma de un nuevo músico? Y aquí es donde la leyenda, amigos míos, se transforma en realidad: en la promesa de una excitante búsqueda y en el honor indudable que comporta desentrañar, de un mito, la verdad.

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