miércoles, 12 de junio de 2013

El Segundo Sueño

[Esto ocurrió tras la posesión de Ulfric, unos días más tarde. Por algunos motivos ehm... particulares, mi fierecilla salvaje recibió una buena tunda. 
La poción en concreto que toma Skadi es un tónico elaborado por maese Urd :P para poder recordar los sueños y así dejar que Orfilia se instale en ellos y le muestre sus secretos]


Se levantó en mitad de la madrugada, sin saber porqué.

La luna brillaba a través los cristales cubiertos por la escarcha y de la hoguera central de la heredad, solo quedaban los restos. Cenizas se había despertado casi al mismo tiempo que Skadi, inquieto, alarmado por el desazón que embargaba a su compañera norn. El lobo siempre había tenido un vínculo muy especial con ella.

Recuerda que contempló el cuerpo de Vanargand dormido profundamente entre las pieles, perfilado por la luz etérea e irreal. Fue entonces cuando la memoria de aquellos ojos glaciales y sin vida la golpeó con tanta fuerza que a punto estuvo de gritar a pleno pulmón. Evocar lo ocurrido desentumece las heridas; y ahora duelen más que nunca, casi tanto como la brecha abierta en su férreo orgullo.

Deja caer la cabeza en la almohada de plumas e intenta conciliar el sueño. Pero cada vez que cierra los ojos, aquella mirada sigue allí y le habla con gélido desdén, recordándole cada uno de sus numerosos defectos. Se ahoga, no puede respirar, un nudo se ha instalado en su garganta y cada bocanada de aire es un suplicio, un infierno.

El reflejo de la luz sobre algunos de los muebles hace que le venga a la mente la figura de Orfilia, pálida y reluciente como la misma luna llena. Y eso le consuela.

La estela albina de las pieles hondeando a su paso y la cadencia pausada y dulce de sus palabras. Sabe que Vanargand recela del mundo de las nieblas y con razón; pero ahora el mundo onírico la seduce, como panacea de la realidad y bálsamo para sus heridas infectadas. Alcanza el frasco que el chamán de regaló y le da un sorbo.

Es un líquido espeso que se queda adherido a la garganta y sabe a frambuesas y romero. En unos segundos, un delicioso estupor se hace dueño de su mente y la emborracha. El alivio es tan súbito y el sopor tan exquisito que Skadi teme depender día a día del espíritu de su abuela para conciliar el sueño.

Ahora el miedo le resulta un sentimiento lejano y ajeno.

¿Por qué tenía tanto miedo?

¿Por qué se sentía tan humillada?


El placer embota sus sentidos y borra las huellas lentamente de lo sucedido hasta que no queda nada. Y entonces sueña.

Una niña menuda de cabellos castaños y embutida en pieles la toma de la mano y sigue su paso a regañadientes.

-Siempre me traes hasta aquí para nada. ¿Qué tiene de especial este sitio? ¡Mamá! ¿Me escuchas? Estoy cansada y Blanquita tiene sueño.

Blanquita es un oso de lana con botones por ojos y relleno de hierbas aromáticas que la joven Onna arrastra por donde va.

-Mamá, no lo entiendo. ¿Me vas a decir porque venimos hasta aquí cada semana? No hay nada que cazar y hace frío…

Orfilia sonríe paciente y Skadi cree que el corazón se sale de su pecho por la emoción, casi le entran ganas de llorar de alegría; supone que aquella sonrisa dulce y pícara al mismo tiempo, aquella sonrisa sutil que remarca sus hoyuelos, es la que le hubiese dedicado a ella también si hubiese podido conocerla.

El camino le es familiar. Laderas nevadas que no parecen tener fin y árboles muy altos que se mantienen imponentes y hermosos contra el viento, como guardianes del más allá.

Intenta verse a través de los ojos de Orfilia, pero solo alcanza a ver algunas piezas desteñidas del color más puro que jamás había visto. Entre la nieve, su abuela podría confundirse con el bello espíritu de una loba blanca.

Al fin llegan a su destino. Una colina por encima de las demás, desprovista de árboles o alguna construcción especialmente reseñable. Desde aquella colina nevada se pueden ver las imponentes montañas de piedra y la sombra de una heredad a la falda del montículo, resguardada y con las luces encendidas.

Skadi cree reconocer el lugar, ahora convertido en ruinas y azotado cruelmente por el paso del tiempo. Es la heredad de Vanargand, solo que con un aspecto reluciente y bullendo de vida.

-Mamá, Blanquita odia este sitio.

Onna se deja caer de culo en la nieve y se distrae arrancando hojas de un arbusto cercano para hacer una capa con estas a la paciente osa de trapo.

-Ya lo sé, cariño, ya lo sé. Pero Mamá necesita venir aquí.

-¿Por qué? Hace frio. ¿No quieres volver a casa?

- Porque este lugar es mágico, mi pequeña Onna. Tú quizás no puedes verlo, pero en él todos mis sueños, los más perdidos y traviesos, se arremolinan y toman forma. A mamá le gusta contemplar sus sueños perdidos aunque solo sea por unos breves instantes.

La voz de Orfilia rezuma melancolía y es tan tierna, que le entran ganas de abrazarla con fuerza.

- ¡No lo entiendo! ¿Por qué no dejas de mirarlos y vas a buscarlos? Solo están perdidos, seguro que la nieve los confundió. ¡llámalos! ¡Sueños, sueños, venid aquí con Mamá para que podamos irnos a cenar!

Onna se pone en pie de un salto con sus piernas regorditas y comienza a exclamar ayudada de las manos. Parece realmente empeñada en buscar esos sueños traviesos, aunque aún no sabe muy bien que son. En su mente infantil se parecen a Blanquita y juegan en aquella heredad que su madre observa.

- No puedo, Onna… pero yo me conformo con mirarlos. Aunque cada vez es más difícil dejar el lugar. Pero yo lo hago, lo hago por ti y por blanquita, por nuestra cena, para que no estéis solas.

Orfilia le ofrece otra sonrisa a su hija y aunque esta no comprende la situación, parece conformarse con eso. Se conforma con que no volverá a ese horrible lugar hasta dentro de siete lunas y que su madre, parece repuesta y contenta. Le gusta cuando sonríe y su madre la mira; cuando la mira de verdad y no parece estar con sus ojos del color de la miel perdidos en cualquier otro lugar; un lugar inalcanzable incluso para ella.

A Skadi entonces no parece importarle porque están frente a la heredad de Vanargand, si no que también se conforma, igual que la joven Onna.

Orfilia ha hecho de los sueños rotos un escudo, un escudo de cristal muy hermoso que brilla con la aurora igual que un diamante. Un escudo que se desquebrajará con los años y acabará con su vida.

Pero igual que el devenir de la vida y la naturaleza constante del bosque, el escudo tiene una belleza limitada que lo hace único. Piensa sobre si ella será capaz de recoger los trozos de su orgullo y hacer algo parecido, algo tan precioso a lo que aferrarse.

Poco a poco la imagen de madre e hija volviendo sobre sus propios pasos se desvanece y la nieve se superpone con techo del lugar.

Esta vez, cuando despierta, no tiembla ni grita. Tan solo recuerda, nada más abrir los ojos en la oscuridad, haber visto algo familiar en el fondo del baúl de Ulfric.

Una osa de trapo, ajada y sucia, que ya no huele a hierbas aromáticas.

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