sábado, 1 de junio de 2013

La confesión de Furiavolcán

Escrito por Seetha Furiavolcán. Traducido por Seven Dei. Comentado por Vanargand Lobogrís.

Cuando recibas esta carta probablemente ya te hayas enterado por otros medios de mis logros. No te escribo para informarte, ni tampoco para congratularte o darte las gracias; si te envío este mensaje es para jactarme de mi triunfo y para recordarte lo infeliz y triste que eres.

Quizá ya hayas oído hablar de Steinleif: está muy en boca en las Colinas del Caminante últimamente. Sé que aquellos como tú os reís de todo lo que no podéis ver. Una minúscula Rata como yo es invisible a vuestros ojos; pasa desapercibida y puede escuchar a hurtadillas, porque aunque esté presente es tan insignificante y necia que nadie repara en ella.

¿Recuerdas cuando era una cachorra? Asesinaron a tu compañera, la mujer que amabas, y tú me aseguraste que volverías a por mí que me sacarías de allí. En aquel momento no lo entendí; me contaron que eras un traidor a la Legión de la Llama, un espía y un felón. En cuanto tuve edad, me pusieron a trabajar entre fogones: era una cocinera, una rata, una inútil. No voy a regodearme en mi miseria, ese no es el propósito de mi carta, pero quiero que comprendas bien por qué te odio y que lo tengas en mente: durante más de diez años esperé que vinieras a sacarme de allí, pero tú jamás apareciste. No tardé en comprender que los padres de los charr se desentendían rápido de sus hijos allá en la Ciudadela Negra.

Escapé, ¿lo sabías? Pensé que debía salir de allí, romper con mis cadenas, y buscarte. Asesiné al compañero con quien iban a aparearme y huí en mitad de la noche haciendo uso de las habilidades mágicas que había aprendido por mi cuenta. En aquel momento no era más poderosa que un asqueroso diablillo de fuego de la peor ralea, pero hoy… si estás leyendo esto es porque has sido testigo de mi poder. He domado a Steinleif. Y he destruido todo lo que eres.

Quise crearme un nuevo destino en vuestra sociedad. Era una gladia, sin escuadra y sin honor. Seguía siendo una miserable rata, solo que en lugar de estar condenada a las cocinas ahora tenía libertad para moverme, pero de igual modo era invisible e insignificante. No fue hasta que llegó esa norn de mirada resuelta que me sentí importante por primera vez en toda mi vida.

Me dijo que buscaba algo que no existía, y yo me acordé de mis incontables noches al abrigo de una vela rezando, deseando furiosamente algo que tampoco existía: a ti, padre. Me ofreció una buena cantidad de dinero, todo hay que decir, a cambio de que le prestase mi ayuda en una alocada misión: en Hoelbrak todo el mundo se mofaba de ella cuando hablaba de Steinleif, el tambor encantado, y en la Ciudadela Negra sus habladurías no habían sido acogidas con más entusiasmo. Yo, debo confesarte, al principio fui una escéptica: pensé que toda esa búsqueda era una estupidez; sin embargo, me pagó con oro y me dio pena. Así que accedí.

Estuvimos un mes entero deambulando perdidas por las Colinas del Caminante hasta que finalmente encontramos la cripta. Quizá encontramos no sea la palabra exacta; «se abrió» para nosotras, dijo esa norn, y yo estoy de acuerdo con ella. Ya habíamos registrado aquella ladera montañosa de arriba abajo y jamás habíamos visto esa gruta. Apareció de repente por arte de magia. Así que entramos, y con mi ayuda la norn pudo superar todos los desafíos de la prueba: venció a los guardianes y burló la trampa del sello de sangre.

Hay que decir a su favor que era talentosa y lista. Cuando entramos en la cámara mortuoria y abrimos el arcón, el tambor fue lo único que se llevó. Un tambor muy bonito, sí, decorado de antiguas runas y un tanto envejecido. Ese maldito tambor; yo me carcajeé entre dientes pues esperaba que no fuese más que una antigualla. Salimos de la cueva y trepamos a un monte cercano desde donde se podían examinar la verde y tupida fronda de las Arboledas Taigan.

Ella sostenía el tambor en sus manos, pero parecía ausente observando una heredad en la distancia. Estaba dudosa, y tenía una palma puesta sobre el parche de piel del tambor. Yo, entre divertida e incrédula, aproveché su despiste para tocarlo: tum, tum, tum. Tres veces lo hice sonar antes de que se diese cuenta y me mandase al suelo de un empujón. Y entonces… lo vi: fue magistral, hizo honor a todo lo que se dice en Tyria de los enanos. Las cordilleras retemblaron y una colada de nieve se precipitó por ellas; las bandadas de aves salieron despavoridas de sus perchas en los árboles y los alces corrieron desperdigados. Y la heredad… la heredad se sacudió también. Y empezó a desquebrajarse.

Comprendí mi error en aquel instante, aturdida y humillada a los pies de esa zorra norn. Me dejó ahí a mi suerte y desapareció como una sombra maldiciéndome entre dientes. Juró que si me volvía a ver me desollaría y se haría unas botas con mi piel. He soñado con ese día desde entonces, con sujetar entre mis manos a Steinleif. La busqué, pero no la encontré. La muy puta me dio un nombre falso: «Lobogrís», aseguró que se llamaba. Pregunté en Hoelbrak y en la mitad de las Colinas del Caminante y lo único que hicieron fue murmurar algo sobre una leyenda para niños o bien dirigirme con caras de indiferencia a un escaldo pedante y picaflor.

Así que desistí en buscar a esa «Lobogrís», pero no me rendí. Tengo tres atributos, padre: buena memoria, paciencia y tenacidad. Recordaba con mucho detalle los trazados de las runas de Steinleif y suponía que el hechizo que la imbuía estaría impreso en ellos. Traté de replicar la obra por mi cuenta, grabando esos símbolos en tambores normales, pero lo único que conseguí fue que el tambor explotase en mis manos. Pedí ayuda en la Ciudadela Negra para fabricar un tambor, y hablé con la Legión del Hierro, y ¿sabes qué? Se rieron de mí. Me preguntaron: «¿y cómo va a ayudar a ganar batallas a los charr una caja con eco dentro?».

A nadie le interesaba mi proyecto. Se pensaban que era un desvarío. Que había enloquecido. Había huido de las garras de la Legión de la Llama para ser despreciada de igual modo. Era otra vez una rata, o algo aún peor: una demente. Y a los dementes nadie los hace caso. Pasé años angustiada, buscando la forma de materializar mi sueño, de hacerme con ese poder y de demostraros a todos lo equivocados que estabais hasta que… llegó mi oportunidad.

Cuando me enteré de lo que planeaba la Alianza Fundida vi en sus maquinaciones la ocasión perfecta. Me disfracé como un hombre, me cubrí por una capucha y enronquecí mi voz; así engañé a una panda de dragas repugnantes diciéndoles que era un chamán. Me llevó tiempo ensayar el papel y falsificar los documentos, ¡pero fue tan entretenido! Conseguí que alguien entre los draga llevase a cabo mi proyecto e hicimos varios prototipos.

El primero, el «Proyecto Steinleif», fracasó estrepitosamente y fue abandonado en una vieja instalación draga. El segundo tuvo más éxito, pero era inmenso y los tremores que producía no llegaban a igualar la rabia que vi en el Steinleif original. El tercero, el único transportable, me lo llevaré esta noche. La coalición de la Alianza Fundida peligra y mi tapadera corre riesgo de ser descubierta. Me habría gustado hacer una cuarta réplica, aún más pequeña y armada con los glifos de poder de la Legión de la Llama, pero confío en que este tercero servirá: es la combinación de mi magia con la tecnología de esos topos ciegos. Tiene que funcionar.

Cuando leas esto, si llegas a hacerlo, posiblemente ya sepas lo que he hecho: pienso ir a la Ciudadela Negra e instalaré el tambor en un rincón, en un refugio tan maloliente y séptico en el que a ningún charr en su sano juicio se le ocurriría mirar. Esas son las ventajas de ser una Rata, después de todo: nadie conoce ni se metería jamás en tu nido. Así pues, cuando deje allí el tambor mecánico, me marcharé, y cuando esté bien lejos de la Ciudadela Negra lo activaré.

Si todo sale bien y el falso Steinleif cumple con su deber, asestaré un golpe muy duro a la Ciudadela Negra. Y si no, conseguiré de igual modo sembrar el pánico entre vuestras tropas e infundir coraje a las nuestras.

¿Por qué hago esto? Seguro que te lo estarás preguntando. Pues bien: me he cansado de ser una Rata, padre, de estar indefensa como una princesita humana esperando a que vengas a rescatarme. Nunca tendré éxito entre las legiones de la Ciudadela Negra, los elementalistas como yo somos despreciados; y la Legión de la Llama me esclavizaría y me devolvería a los fogones. Pero yo voy a probarles que están equivocados: les demostraré que soy una mujer digna de estar en primera línea, de combatir a los herejes como tú, de traer un nuevo orden a Tyria forjado en el yunque de la victoria y en las llamas de la destrucción.

Entonces, cuando atestigüen mi poder no tendrán otro remedio que ascenderme. Seré alguien importante, padre, y quiero que vivas para presenciarlo. Te encontraré y te haré sentir como yo me he sentido: insignificante, asustado e impotente. Ese será tu castigo.

Con odio eterno e incandescente,

Seetha Furiavolcán.

—De Seetha Furiavolcán, traidora confesa charr. El nombre del destinatario es desconocido.

Necesité de la ayuda de un experto para interpretar correctamente los ideogramas charr, pero mereció la pena. Este manuscrito es un testimonio viviente de muchas cosas: en primer lugar, de la turbulenta relación entre un padre y su hija; en segundo lugar, de cómo la marginación y el desdén pueden deformar las buenas intenciones de una persona; en tercer lugar, es una declaración de su culpabilidad, una apología monstruosa. Por eso le he dado este título.

La amenaza del falso Steinleif se terminó. Que este escrito sirva como símbolo de nuestra victoria: un triunfo pírrico con un regusto agridulce. No obstante, incluso los platos más amargos deben ser degustados; incluso las lecciones más duras deben ser aprendidas.

¿En qué momento cruzó Seetha la línea entre la esperanza de autosuperación y la búsqueda de poder obsesiva? No lo sé. Ojalá su última voluntad se cumpla y su padre lea este mensaje.

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