lunes, 3 de junio de 2013

La Hoja de Álamo

Le llamó poderosamente la atención por el broche que unía la capa sobre sus hombros: una exquisita hoja de álamo en plata, primorosamente tallada.

Ya lo había visto antes en otras ocasiones, los escaldos saben llamar la atención. Lo llamaban Fauces de plata y Thorleif era su nombre. Conocido pendenciero como todos los de su clase, a Skadi no solían infundirle confianza.
Ella comprendería que el gusto de la vida por las situaciones irónicas es infinito. Pero aquella noche, la hoja de álamo reflejaba los destellos de la hoguera y captó irremediablemente su interés. Por primera vez, lo miró.

Skadi seducía igual que cazaba, con ingenio y presteza.
Aquel era su hogar, su taberna, de algún modo, igual que los bosques conocidos como la palma de su mano; jugaba con ventaja, jugaba en casa.
La cazadora estaba libre de las convenciones sociales y no tuvo pudor entonces para invitar a Thorleif a una jarra de cerveza. No importaba el precio, solía conseguir lo que se proponía.

Tras un par de horas, Skadi reía escandalosamente a los agudos comentarios del artista y se inclinaba al hacerlo, regalándole una mirada a la pálida y generosa curva de sus pechos.
Fauces de Plata trataba de ganarse a la joven con palabras atrevidas y comentarios oportunos, regalándole los oídos cuando tenía la oportunidad.

A ella le encantaba incitar, tentar. En los momentos previos a la conquista, se sentía poderosa. Era la misma sensación que cuando apuntaba con su arco y sabía que la presa estaba a tiro. Una sensación excitante que hacía vibrar cada fibra de su ser.

Llegó el momento de marchar y Skadi lo empuja con el hombro al pasar, aunque no ha bebido tanto como para tropezar. Thorleif dice que esa noche se siente con suerte y sigue la estela de sus rizos del color de las llamas como quien sigue la cola de una estrella fugaz; devoto. Las curvas de la cazadora son hipnóticas, porque sabe moverse con gracia y hace que cada gesto sea una ofrenda al arte.
Piensa en escribir sobre ella y tan desconcertante resulta su marcha, danzarina y presta, que no ve a tiempo cuando una maza cae sobre su cabeza.

El escaldo está inconsciente y los tres hermanos de Skadi se encubren los unos a los otros para dejar, sin sospecha, al borde del lago, a aquel pobre desdichado que amenazaba con desflorar a su dulce y tierna hermanita.
Cuando estos se marchan, Skadi recorre el mismo camino hasta el norn desmayado. No hay remordimientos en sus ojos cuando se agacha frente a él y le quita el ansiado abalorio: aquel hermoso broche de plata que había captado su atención y que estaba dispuesta a conseguir. Porque Skadi siempre conseguía lo que se proponía, no importaba el precio.

En años posteriores, Thorleif Fauces de Plata no solo perdonó a la joven sin escrúpulos, si no que además se ganó el placer de hundir sus dedos en aquella mata de rizos sedosos. Pero esa es otra historia, su historia favorita.

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