sábado, 17 de agosto de 2013

Campeonato de Leyendas

Durante su estancia en Hoelbrak, Vanargand Lobogrís y Skadi Luna de Lobo solían almorzar en el Albergue del Lobo.

Skadi, la cazadora pelirroja de ojos verdes e irreverentes, a menudo traía conejos o venados que ella y su lobo habían cazado para asarlos en los espetones comunitarios; en cambio, Vanargand, un escaldo brillante y atractivo, se aseguraba de que sus canciones e historias les granjeasen un benefactor que los convidase a beber cerveza.

De este modo, el Albergue del Lobo entero salía beneficiado: las piezas de carne que sobraban iban a parar a los estómagos de los refugiados del norte; los cuentos del escaldo, por otro lado, eran recibidos con ruidosos vítores entre los residentes.

Aquel día, Vanargand y Skadi estaban sentados a solas en una de las mesas de la planta baja; un hecho inusual, pues con frecuencia se reunían allí con su manada. A juzgar por sus caras largas, la conversación que estaban manteniendo no era muy placentera…

—Has estado paseando de un lado a otro toda la noche —rompió el hielo Skadi—. No sabía si estabas ensayando una composición con los tablones del suelo o si es que solamente estás nervioso.

Vanargand no contestó de inmediato. Se tomó su tiempo para alzar la jarra de cerveza y darle un buen trago. Luego la miró con gesto ceñudo y dio un resoplido.

—Superé esa chiquillada del miedo escénico hace al menos diez años —dijo—. No me preocupa la actuación y desde luego tampoco estaba comprobando la capacidad de percusión de los listones de madera.

Ella alzó las cejas y compuso una sonrisa ligera de diversión. Sin embargo, al ver que él no la acompañaba en la mueca, su alegría tardó muy poco en decaer.

—¿Entonces?

—He estado dándole vueltas a lo que vimos en el paso montañoso aquella noche —Empezó a restregar el dedo por el portillo de la jarra—. Comienzo a pensar que todo aquello fue una especie de señal. Que lo que narraban los viejos manuscritos del Lobo Invernal era algo más que una colección de supercherías…

Skadi arqueó las cejas y suspiró también. No podía estar más de acuerdo con Vanargand; no obstante, no desistiría en su interrogatorio tan pronto. Él volvió a llevarse la jarra a los morros para apurar un sorbo más.

—Parece que lo es. Pero no estarías así a menos que estuvieras planeando algo. Cuéntamelo, Vanargand: ¿qué es lo que te tiene tan inquieto…?

El escaldo apartó la jarra dispuesto a responder, cuando un carraspeo algo temeroso lo interrumpió. Miró atrás: era una mujer joven y llevaba los atuendos rituales que identifican a los chamanes del Lobo. A sus espaldas había dos norn más, pero apenas reparó en ellos.

—¿Maestro Lobogrís?

Vanargand levantó las cejas. La ironía de aquel apelativo logró arrancarle una sonrisa.

—Vaya, no sabía que me había convertido en maestro —Se incorporó en el asiento y la miró con fijeza a la cara—. Honestamente, no sé si aconsejarte que busques a ese “maestro Lobogrís” en otra parte o si decirte que me siento honrado por el cumplido.

La mujer se ruborizó, una reacción a la que Vanargand, por otro lado, estaba completamente acostumbrado. A Skadi no le pasó inadvertido el acaloramiento de la chica y sacó instintivamente sus dientes.

—Estas dos personas han preguntado por ti en la entrada —Hizo un ademán escueto hacia ellos con el cuello. Iba encapuchada—. Quieren hablar contigo.

—Yo aún no sé si quiero hablar con ellos, pero… está bien. Adelante.

El escaldo los invitó a que se sentasen con un movimiento de su mano. A pesar del cansancio que lucía su rostro, ojeroso a tenor de la falta de sueño, consiguió hacer un último acopio de fuerzas para componer una sonrisa lo bastante agradable como para resultar convincente.

Skadi no llevó a cabo semejante esfuerzo y se contentó con arrugar la nariz.

El primero en acercarse la mesa y en descorrer una silla le llamó la atención. Iba desgreñado y sus ropas eran harapientas, corroídas por manchas de humedad y de sangre reseca. Vestía cuero y tenía el rostro contraído en una expresión embrutecida. Su barba era muy espesa y estaba tan enmarañada como su pelo negro.

—Lobogrís —lo saludó; su voz estaba agrietada y sonaba al bramido de un animal—. Vengo de las estepas del norte, donde los veranos son tan fríos como el invierno. Soy un cazador que ha oído hablar de tu manada, de cómo derrotasteis a un espectro y de cómo salvasteis la Punta del Vencedor de un temible invento draga…

Skadi dobló las cejas con suspicacia. Había algo que no le gustaba de su olor.

—Hace mucho que no estoy con otros norn, pero he oído hablar de vuestras hazañas y yo también quiero formar parte de ellas.

Vanargand tenía el rostro descompuesto: no se esperaba aquello. El norn había sido educado, más de lo que él había previsto. Sin embargo, había algo en su actitud, felina y calmada, que lo intranquilizaba.

Intercambió una mirada con Skadi y se dio cuenta de que ella compartía su recelo.

—Hay algo que debes saber: durante muchos siglos, nuestra manada se mantuvo en el anonimato y aquellos que empuñaron su estandarte no conocieron gloria alguna —La revelación pareció asombrar a su interlocutor, quien levantó las cejas—. Si lo que estás buscando es renombre, será mejor que vayas a labrarte tu leyenda a otra parte. Nosotros somos la Manada Lobo Invernal, una familia, y actuamos siguiendo unas virtudes rígidas: hacemos lo que es correcto, independientemente de las consecuencias, hasta el punto de sacrificar nuestra vida mortal y nuestra existencia inmortal si eso fuera preciso.

Aquello pareció desalentar al hombretón, quien soltó un gruñido a caballo entre el desdén y la resignación y desvío la vista hacia otro lado.

—Lo que es el interés —rio Skadi. Vanargand puso los ojos en blanco y suspiró.

Su compañero, un membrudo guerrero de músculos atezados y torneados, no dudó en tomar asiento a su lado y en rugir un grito de júbilo. A diferencia del primero, este era mucho más animoso y poseía una sonrisa contagiosa. Su tamaño era descomunal: mediría casi tres metros; era todavía más alto que el escaldo.

—¡Yo soy Thorolf, hijo de Harald! —Se batió el torso desnudo con el puño—. ¡He oído hablar de tus habilidades legendarias, escaldo! ¡En las afueras se cuenta que cuando hablas parece que te poseyera el espíritu del Cuervo, y que las multitudes acuden a ti como si las llamase el aullido del Lobo…!

—Me gusta esta nueva admiradora tuya, Vanargand. Al menos sabe cómo hacerte la pelota.

Skadi le guiñó un ojo al escaldo y le dedicó una sonrisa burlona. Él, que había hecho su cuerpo a los halagos, apenas se inmutó. No obstante, se esforzó por ampliar algo su sonrisa con gratitud.

—… ¡Por eso quiero que relates mi leyenda! ¡Que cuentes cómo derribé una montaña con el guantelete que heredé de mi tatarabuelo por parte de dolyak, que hables de la forma en que provoqué una estampida entre los ciervos que acabó con doscientos Hijos de Svanir y de cómo aplasté a una tribu de grawl al completo blandiendo como única arma el tótem de piedra al que estaban alabando…!

Vanargand se quedó boquiabierto. Por un segundo había creído que Thorolf era un norn medianamente respetable, pero su opinión de él había mudado en menos de un parpadeo: era un embustero. O eso, o un demente.

—Todo eso suena muy bien, Thorolf, pero comprenderás que mi reputación depende de mis historias, y que no puedo otorgarle credibilidad a algo que no he presenciado —Aquellas palabras hicieron que Thorolf pegara un bufido—. Así que, salvo que tengas pruebas o testigos de esos hechos, me temo que he de negarme a contar tu leyenda; el género de la ciencia ficción es uno en el que todavía no he trabajado, pero te prometo que te llamaré si alguna vez estoy interesado en hacer mis pinitos en él.

A Thorolf la mofa le sentó como una patada en los genitales. Se puso en pie hecho una furia, con el rostro enrojecido por la ira, y estampó el puño contra la mesa. Skadi no podía dejar de reír entredientes.

—¡TE EXIJO que lo hagas, escaldo! ¡YO soy el mejor héroe norn de esta generación! ¡Vas a recitar mi saga o te voy a…!

Un estallido en la madera rasgó la atmósfera animada del lugar. Un ladrido se elevó y, en lo que tarda en hendir el cielo un relámpago, un lobo blanco como la nieve cayó sobre Thorolf apretándole la yugular entre las fauces.

El escaldo se levantó de su asiento, con la jarra de cerveza a medio beber en una mano. Dio unos pasos hacia Thorolf.

—Estás tan desesperado porque alguien hable de ti, patético aborto de dolyak, que no te queda otro remedio que amenazar —La voz de Vanargand se oyó fría; dejó sin habla a todos los que estaban contemplando la escena. Ni siquiera Thorolf lo rebatió—. Pues bien, déjame que te diga algo ahora mientras besas el suelo, un lugar mucho más adecuado para las boñigas petulantes de tu condición: voy a darte una oportunidad, porque hoy, pese a que estoy de un humor de perros, me siento magnánimo.

Skoll soltó el cuello del norn. Thorolf estaba petrificado del terror. Y es que, aunque el escaldo no era un norn particularmente fornido, había algo en su tono de voz, había algo en la seguridad de sus movimientos y en su mirada que le causaba pavor.

Se quedó allí tendido y lo escuchó, al igual que todos los huéspedes del Albergue del Lobo.

—¡Muchos de vosotros os proclamáis héroes y juráis que vuestras gestas riegan de relatos las heredades y que resuenan como tormentas en los mismísimos salones de la Niebla…! Habláis muy alto y en exceso, pero, ¿cuántos de entre vosotros podéis sostener esas historias con los hechos?

«¡Estoy harto de oír una y otra vez la misma cantinela; de leyendas forjadas de la noche a la mañana y de falsos ídolos! Si tenéis cojones, más os vale que escuchéis mis palabras, pues yo os desafío a que os midáis en una prueba: ¡os reto a un Campeonato de Leyendas para determinar quién de entre vosotros es un verdadero héroe!»

«En el pasado celebrábamos cacerías para comprobar nuestra capacidad; sin embargo, las bestias no tienen la culpa de que la mitad de vosotros seáis unos cobardes y la otra mitad unos mentirosos sin reparos. Así que demostrad que me equivoco en una competición de otra índole: ¡pelead en el Campeonato!»

«Solo habrá dos reglas en el Campeonato: las batallas durarán hasta que uno de los contrincantes caiga al suelo y no se utilizarán armas con filo, salvo aquellas que hayan sido previamente embotadas. El uso de hechizos no me importa en la medida en que sus efectos no sean tan devastadores como los que origina un acero cortante.

«Otorgaré dos premios, pues habrá dos categorías: la primera de ellas, la tradicional, se dirimirá por el resultado de los combates en una tabla eliminatoria; la segunda, la menos convencional, se decantará por la opinión del público. ¡Aquellos que os observen decidirán si vuestro estilo de lucha es digno de ser considerado legendario, independientemente de si habéis ganado o perdido la liza!»

«A aquellos que ganen les depararé un obsequio, y, si me siento inspirado, una composición que prevalecerá en los cantares de los escaldos durante los próximos doscientos años. Así que haced que se corra la voz como el aullido de los lobos, pues no haré distinción alguna por profesión, oficio, raza o género.»

«¿Codiciáis la gloria? ¡PROBAD QUE LA MERECÉIS!»

Vanargand se marchó airado del Albergue del Lobo, acompañado por su escolta de lobos y por Skadi, quien iba a su zaga y siguiéndolo al trote.

Estaba preocupada, pero no daría voz a su turbación hasta estar bien lejos de la presencia de los demás.

—Te han tensado las cuerdas, ¿verdad?

El escaldo la miró a los ojos y asintió con un cabeceo pesado. Resopló profundamente y sacudió el cuello.

—Me han apretado tanto las clavijas que mis cuerdas han estado al límite, Skadi —le contestó, tratando de armonizar la voz—. No podía soportar por más tiempo tanto fanfarroneo sin sentido, ni tampoco tanto parasitismo de fama y proezas.

—Podrías haberlo dejado estar —sugirió ella—, no tenías por qué haber convocado el Campeonato. Aunque, para serte sincera, yo tengo muchas ganas de participar.

Skadi le enseñó su mejor sonrisa, plagada de dientes de aspecto feroz. Vanargand se frotó la frente con los dedos y profirió una exhalación cargada.

—No, en el fondo he hecho bien. Me han dado la excusa perfecta; nos han dado la excusa perfecta —Skadi enarcó una ceja—. De alguna manera teníamos que prepararnos para lo que está por venir…

No hay comentarios:

Publicar un comentario